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DECIR "PEREJIL". PALABRAS INTRODUCTORIAS A UN TEXTO MÁS QUE NECESARIO

Miguel D. Mena

Hay textos por los que uno se desliza como si estuviese en alguna montaña rusa con Historia, Filosofía, Política, Antropología. Lo escribo así, en mayúscula, sintiendo que uno entra y sale por esas espacios del conocimiento cuyas puertas a veces nos resultan tan frágiles como innecesarias.

Ahora que volvemos a los viejos descubrimientos nietzscheanos del relativismo de los valores y de la necesidad de combinar las fuerzas del martillo y la carcajada, aquí tenemos a Diógenes Abreu, pensando y pensándonos. Aquí hay un pensamiento feliz, a pesar de comenzar como contrafuerza o contracorriente. Aunque esté enfrentando el pensamiento más orgánico de lo autoritario que corroe –y conforma- al país dominicano, hay tiempo para sacar otras aristas y revelarnos zonas hasta ahora no dilucidadas con suficiente acento.

Abreu no busca categorizaciones ni sistemas. Quien escribe es el crítico en proceso de diálogo con la Historia y su falso profeta, con la Verdad y su gran manipulador, con toda esa parafernalia que no contenta con sus escenificaciones de sangre –31 años con Trujillo, 12 con Balaguer-, todavía se da brillo inflando miedos que no tienen razón y consolidando con ella una razón de fuerza con una materialización devastadora: el papel cada vez más avasallante de las Fuerzas Armadas de la República Dominicana.

Aunque no haya necesidad de una definición de lo dominicano y de sus sustentos, peligros y proyectos, este decir “perejil” engloba y va más allá de lo que entendemos como el otro-ser de lo nacional: lo haitiano. Decir “perejil” fue en un tiempo el peligro del machete definiendo lo que era o no nacional. Era la posibilidad de asesinato, de esfumamiento. A partir de esta prueba se va pasando a la idea de proceso, líneas que cruzan intermitente los orígenes de la República, las razones de la migración, lo “dominicano” en función del ser y/o el estar.

Frente al conjunto de la limitada producción académica local, el ensayo de Diógenes Abreu se destaca por la frescura de su prosa, por el hilar detalles, contradicciones, confusiones y aberraciones que se esconden en el discurso supuestamente enciclopedista del cuestionado.

Digo “limitada” en el sentido de lo poco y de lo corto que ha resultado nuestra ensayística –incluidos los trabajados de filosofía y sociología al respecto-. La tradición marxista, que tuvo su esplendor entre los setenta y ochenta, y que pudo trascender los ambientes universitarios, al final no pudo desarrollar algo que caracteriza este trabajo de Abreu: la reflexión de lo cotidiano, lo histórico, lo gnoseológico, el situar al autor como un sujeto necesario de toda reflexión.

Más que leyes o adscripciones reduccionistas, en este libro hay una búsqueda de ejes de fuerza de la ideología que nos ha jalonado desde los días coloniales. Reconocido el mapa, se procede a destacar sus cruentos errores, sus cráteres, los abismos por donde anduvimos y los que todavía quedan en cantidad de regiones cerebrales. Reposicionar a los héroes y los conceptos, definir hasta dónde llegan las acepciones locales de “lo nacional” y “lo dominicano” y las fuerzas que los median, es una línea fundamental en la empresa de Abreu.

¿Qué se busca en todo ese proceso?

Pienso que hay la intención de acentuar los síntomas de un pasado y de un presente a partir de un conocimiento multidisciplinario. Aquí está el historiador resituando las gestas independentistas y restauradoras del siglo XIX. También encontramos al antropólogo conceptuando los valores que se agregan a partir del hecho migratorio. Frente a todo ese proceso criminalizador que comenzó con Trujillo, mediante el cual todo deseo de migración se constituía en traición a la Patria, se destacan sus razones y sus consecuencias, los agregados que se producen y el derecho de los mismos a participar de una realidad de Isla, ínsula dominicana que todos llevaremos de alguna manera. También está el filósofo y sus rupturas epistemológicas en la mejor tradición de un Gastón Bachelard.

La dominicanidad es diálogo y no acuerdo. Hace tiempo que vengo planteando que la misma no puede ser atrapada en un concepto ni erigirla en razón de Estado, de ese Estado que en el caso nuestro nunca se ha caracterizado por tratar de potenciar lo mejor que somos y/o tenemos.

Frente a la razón de Estado, a la agresividad con que sus sectores de poder asumen las disidencias –sean los yoleros o el clisé de los “dominican yorks”-, el pensamiento de Abreu no busca definiciones únicas, sino que abre grifos para que cada cual pueda reconocer alguna agua o montaña al fondo particular. Su papel es el de subrayar los errores, las malversaciones metafóricas, las falsedades despiadadas y los falsos eruditos que gracias a sus malabarismo cervantinos no lograr articular un decir honesto, apegados a la verdad de la historia.

Escribo “honesto” a conciencia de que alguna alergia se podrá producir. Pienso este concepto evidentemente moral, ante esa tendencia que se va dando entre nosotros, la de falsificar la historia para reducirse a un interés espúreo, momentáneo.

Frente a los monólogos y la sordidez del poder, ahora tenemos un texto que dilucida los trucos de este pensamiento enmarañado, que busca órdenes en la casa insular, que nos revela otros mapas para deslizarnos y encontrar esa comunidad posible, de justicia y para todos.


Berlín, 19 de septiembre 2003