Textos y fotos: mIGUELd. MENa
el emblemático parque Colón se degrada ante la falta de una gerencia urbana eficiente y unas imagenes kitsch de palomas volando.
CADENAS
Podría ser una confirmación de lo que el Tao o Kandinsky enseñaban: todo comienza en un punto.
Todo comienza por algo que se rompe y cae, sea por el tiempo, el uso o el abuso. Luego lo caído se recoge. Como ya cumple sus funciones originarias, se corta. La lógica de los que atienden es a extirpar antes que a reordenar. Lo que se describe aquí sería lo de siempre y de todos conocidos, si no se tratara de las cadenas que desde 1887 acompañan la estatua del Almirante Colón y de Anacaona en el Parque Colón.
Como Santo Domingo tiene gestores múltiples y al final ninguno dispone de estructuras de vigilancia y conservación, espacios como de estas estatuas se degradan cuando es que se fracturan. La pérdida de estas cadenas –mejor sería decir “sustracción”-, no altera sensiblemente a la estructura, pero le resta en su composición originaria. Y lo peor es la manera en que semejante proceso conduce a otros: grafitis, alteración de sus componentes internos.
La última vez que vimos estas cadenas –ya rotas- fue en el 2011–. Al volver un año después, ya no estaban. Ni Patrimonio Monumental ni el Ayuntamiento ni el Museo de la Catedral ni Obras Públicas saben dónde están las cadenas. Tampoco aparecen las instituciones responsables de la conservación del Parque Colón.
No siempre es bueno que desaparezcan las cadenas.
Una de las postales antiguas del Parque Colón -de finales del siglo XIX-, mostrando las cadenas que rodeaban sus dos estatuas históricas.
Parte de una foto de Abelardo Roríguez Urdaneta, tomada desde el Palacio Consistorial en los años 10, donde se aprecia el entorno de las estatuas del Parque Colón.
Un de los cuatro postes que sujetaban las cadenas. No sólo las cadenas desaparecieron: también los soportantes de sus argollas, ahora destruidos, son un peligro para los niños que juegan en la zona. Como agregado último, están estos dejados por el turismo, y todavía no limpiados por el Ayuntamiento. [Foto: abril del 2012).
PALOMAS
No tenemos Plaza de San Marco pero sí tenemos –como ella- miles de palomas haciendo foto en bodas pendientes o haciendo las delicias de los niños que, a falta de otros entretenimientos en la Zona, corren detrás de ella.
Son románticas, etc., etc., pero las palomas no dejan de ser las “ratas del aire”, por su capacidad de contaminación y la generación automática de nuevos ecosistemas, no siempre saludables para el entorno urbano y/o sus habitantes.
Si comparamos las fotos de Parque Colón desde principios del siglo XX hasta los años 90, advertiremos la escasísima –por no decir nula- presencia de palomas en su entorno. El crecimiento de Santo Domingo, la construcción descontrolada en los entornos y dentro de la Ciudad Colonial, y el apagón ecológico que ha significado el prendión del Faro a Colón, ha alterado el equilibrio natural de esta parte de nuestra ciudad. En este espacio de la ciudad las palomas han encontrado hábitat seguro para su conversación y reproducción: alimentos y un par de árboles.
Todo encajaría dentro de una hermosa visión urbana, de haber un control por parte del Ministerio de Medio Ambiente y del Ayuntamiento, de manera que la saturación de estas aves no afectase las estructuras históricas. Pero como cada institución trabaja por su parte –el protagonismo de cada funcionario impide ver la ciudad como un espacio de disciplinas múltiples-, entonces la ciudad no tiene la supervisión necesaria.
¿Quién limpia las heces fecales que durante los últimos veinte años han estado depositando las palomas sobre las esculturas de E. Gilbert? ¿No deben conservarse estas estatuas de Colón y Anacaona como debería ser, como hitos de la urbanidad dominicana?
Abril de 2012, del mundo debajo de Colón, con Anacaona de espaldas.