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"JÚBILOS ÍNTIMOS", de José Rafael Lantigua: cuando la poesía es una fiesta innombrale

Miguel D. Mena

Cada día resulta –o me resulta- más difícil leer poesía. A lo leído se le agregan las vivencias propias, las del otro de al lado, las sorpresas obligatorias de la esquina, de la primera plana, de la pantalla. De repente todo es posibilidad de la palabra, ergo: se piensa. Se piensa y se piensa. Las letras martillean alguna imagen. La fragua siempre está ardiendo.

Si leer es difícil, escribir sobre lo leído es aún más difícil. Desde que el objeto libro va perdiendo ese carácter íntimo, casi anónimo, el escribir sobre ellos se convierte en una confesión de los límites, en un desnudarse. ¿Se lee ahora que no sea para hablar después?

Con “Los júbilos íntimos” de José Rafael Lantigua (Moca, 1949), me ha pasado algo que hacía tiempo no me pasaba: se tiene que ir lentamente por estos poemas. Hay que dosificar tanta descarga de emociones, de imágenes.

La travesía está llena de pausas. Llegamos a “Mi casa”, y no puedo más que volver a un viejo proyecto que sólo he concluido con dos libros de ensayos, “Poética de Santo Domingo I y II”, pero que todavía tiene pendiente “La poesía de Santo Domingo”. Se tiene que volver al pensamiento sobre el espacio familiar, que es una manera de situar al sujeto en las relaciones de poder que establece con sus territorios.

¿Qué ha pasado con el poeta y este sentido de “Heimat” (patria chica)? Salto de estos dos poemas de Lantigua (“Mi casa” y “Barrio”), a otros textos: a Manuel Rueda (“Se construye una casa”), Máximo Avilés Blonda (“Libertad”), José Enrique García (“Ascenso a la casa”), Jeannette Miller (“Los ángeles son propicios a las cuatro”) y finalmente a Soledad Álvarez (“En casa”). Encuentro elementos comunes, como el dominio de lo gris y la neblina, lo que Gaston Bachelard bien que hubiese podido incluir como poesía “del aire y de los sueños”. Sin embargo, el acento particular de Lantigua apunta más a un sentido de lo festivo, a la intención acuarelística de los personajes, como si se tratara de una puesta en escena más que de un dejar en los vientos de la evocación y la nostalgia.

Es curioso pensar que la mayoría de las reflexiones sobre esta zona de la intimidad que representan la casa y el barrio, hayan llegado sólo hasta los ochenta, luego de haber transitado unos setenta llenos rastros de pólvora y trinchera.

Lantigua vuelve a las viejas y olvidadas –pero siempre latentes y vitales- aguas de los primeros niveles de la sujetividad. Si lo que se busca en el poema es la verdad del ser, aquí podría decirse que tocamos algo que ya hacía tiempo, antes del poema, nos estaba tocando: la carencia estructural del ser, el desasosiego ante esa Historia que retumba en el allá y este aquí en el que no hay espejos, o al menos, aquel que refleje alguna agua tranquila.

“La ciudad se vacía de sueños cada tarde

y cada tarde ya no hay alondras que dormitan en sus terraplenes”

El poeta está nadando a contracorriente, salvándose de esa aciclonada poesía del ser y la nada y la otredad que nos ha dominado en los últimos años. Nos está lanzando esas sogas que impulsan a que uno mismo esté lanzando las suyas. Sí, porque después de estos poemas hay un efecto multiplicador, un eco que nos lleva a situar aquí nuestras propias tardes, nuestros personajes, los días felices, el correr contra el viento y el buscar mariposas en el solar o esperar que los tipos aquellos se fueran de la esquina para nosotros poder escuchar la pelota como Dios manda.

Poesía de la intimidad, crónica del aciago, de las despedidas y los encuentros, de las pérdidas y las sorpresas, todo acontece como alguna sinfonía de Haydn, con esa sensación de lo estival, del mundo a las seis de la tarde en esa eterna primavera dominicana.

“Los júbilos íntimos” recrea las dimensiones por donde el sujeto se mueve, los fantasmas que le acontecen, el desasosiego a lo Pessoa al momento de enfrentarse a una tasa de café y las manos que ya no atenderán al abrazo, la llamada, la entrada o la salida de lo que más se quiso.

Hacía tiempo que un libro de poemas no me tomaba tanto tiempo para leer. A veces uno tiene que ser suspicaz con aquello que te abre las puertas de tu propia vida, y peor aún, si lo que está ahí afuera no es el sol caribeño o su mar, sino la nieve y la puntualidad de todos los metros y tranvías.

Y sin embargo, “Los júbilos íntimos” se leen como si fuésemos a dar un viajecito con el Monsieur Costeau, viajando la mayoría del tiempo por uno mismo, ahogándose uno mismo en eso que estuvo aquí o ahí y que ahora se ha corporizado acá, en esto que nos constituye, en esto que vez, “¡oh hipócrita lector!”.

Después de atravesar la casa, el barrio, el tono va subiendo por los amigos, los candiles, quedando al final la sonoridad de las palabras solas, aisladas, como si de repente fuesen globos o zeppelines o piñatas. Entonces se vuelve a una sensación de elipsis, a estar cayendo en el poema inicial, a estar girando todo el tiempo del libro en un solo poema, en algo que quiere confirmar la neblina, el rocío, estas seis de la mañana cuando uno pensaba que eran de la tarde.

“Los júbilos íntimos” ya no son tan íntimos. También están los míos, y con toda seguridad que los tuyos, si es que te dejas llevar por estos confines algo que se va y algo se queda.

Abril 2004

José Rafael Lantigua: "Los júbilos íntimos". Ilustraciones de Desirée Domínguez Fiallo, Amigos del Hogar, Santo Domingo, 2003. 110 páginas.