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no importa, estamos tocando las puertas del cielo.

 

Siempre nos estamos yendo. En cada mirada hay una carta sin abrir diciendo adiós.  

Saco la cabeza por la ventana del vagón o del carro o de la guagua o del avión y el paisaje es el mismo que el de Yesenin cuando miraba las vacas por última vez y lo que corría era el niño al fondo, la hojarasca, el síndrome Aureliano que todos tendremos porque alguna vez nos llevarán a conocer el hielo y el recuerdo será la única tabla de salvación, tabla inútil pero tan importante como la de los mandamientos y que entonces crucen los ríos, el infinito si es posible, que busquen algo en la Feria o en Güibia y que no olviden secar los trajebaños.

Advertir los saltos de una foto a otra, de una casa en la que se estuvo tan bien hasta otra donde hay menos ventanas, es acceder a una nueva piel.

¿Vocación de serpiente la del ser? ¿Siempre nos estuvimos yendo?

Oigo tres o cuatro o no sé cuántas versiones de Dylan y no puedo menos que lanzar todo a estribor en alguna zona de sosiego en la isla dominicana. Estamos “tocando en las puertas del cielo”.

“Mama, take this badge off of me/ I can't use it anymore” (Mamá, toma estas insignias, no puedo usarlas más).

Estamos roncos de alegría porque las palabras se acabaron, se embotaron, no reflejaron más esta alegría de velas romanas y esta alegría de ir al zoológico y esta aún más grande de la playa el fin de semana y del “Túnel del tiempo” y si la luz no se iba “Perdidos en el espacio” . Se acabó la eventualidad de que Napoleón ganara en Waterloo o que el Titanic, ya usted sabe, de que los dos chicos convencieran a Nerón de que no, lo innecesario del fuego. Los del “Tunel del tiempo” no pudieron hacer nada por salvarnos de la tragedia que fue la tristeza de Napoleón y los ahogados en los hielos del Atlántico. Se acabó la necesidad de sacarle punta al lápiz, de pensar que la directora le enviará una nueva carta a la mamá, que te golpearán de nuevo en el basket o en el examen o que el examen del diantre o que la solicitud de trabajo o que la reunión que me agota tanto, y que sí, te devolveré los casetes de Silvio porque ya no los necesito, ahora estoy volviendo a Dylan y al cielo que nunca habré de tocar.

“It's gettin' dark, too dark for me to see / I feel like I'm knockin' on heaven's door” (Se está poniendo oscuro para ver, muy oscuro para mí”).

Está bien que Freddy ya no tire el dado de la suerte y que el Veterano no conduzca las procesiones y que Yaqui no nos saque sus píldoras de sabiduría y que los carros oficiales se sigan desplazando por la Avenida México o que la poeta de Guayacanes diga que una vez tuvo un jardín de guanábanas y lagartos que nunca encontraban sus iguales mientras la guagua azul de Morrison esperaba y luego nunca más se tendría un jardín con guanábanas.

¿No se contiene el mundo entre el Aeropuerto de Las Américas, el Cementerio de la Gómez y el titular a mil columnas que nunca anunciará que alguien fue feliz?

Yo no tuve un jardín pero tuve un patio. A mí nunca me prometieron uno de rosas pero pude encontrar a María Paredes en Madrid, a Pedro Taveras en Estancia Nueva, a Sánchez Lamouth en la calle Ñ, a doña América Bermúdez vda. Del Risco en San Pedro, a Eduardo Logroño al lado del tronco en el patio de la Bolívar, a Tony en la Torstrasse, a Chiqui en una azotea con mirada al infinito, a Tommy Show en el Conde, frente al Santicló de la Margarita, a Carmen Amelia y Jean-Michel detrás de Neil Young como si todo después fuese posible en la viña del Señor. Yo no tuve un jardín pero por donde pasé había una mesa con bizcochos chinos.

Yo viví en Gualey y en Los Mina. Yo crucé el puente todos los días y a pie y todo temblaba y todo era miedo porque el Duarte siempre se estuvo cayendo en aquel sueño del 1966.

Yo toqué las puertas del cielo una noche cuando me tomé un té de jengibre en la Máximo Gómez con Ovando, cuando en Bonao no encontré a los boys scout, cuando dejé de recibir cartas de San José de Conuco y aquella chica González ahora tendrá tres hijos, estará cogiendo la ruta 242 y me habrá borrado.

Yo no tuve que sacar la mano del auto o del avión para tocar el cielo.

Yo sólo sentía que todo era un disco, que el mundo era redondo, que el libro de John Donne que tenía para recostarme también lo era, que muchas cosas se rayaban como si el destino de muchas cosas fuese el ser la misma cosa exactamente en el mismo punto, que mi cabeza daba vueltas como un trompo, que el mundo daba vueltas como una ruleta, que para sonar todo mundo tenía que dar vueltas y girar y esperar que alguien doblase por la esquina y que el cielo era la pizarra para todos los epitafios, los lagartos de mi amiga, la alucinación tras el accidente, este paisaje de Santo Domingo que se me desgrana con la misma incertidumbre con que los del “Túnel del tiempo” asumen su guión, el destino, la historia, el letrero por deletrear, Dios como el gran DJ poniéndonos a sonar, millones de discos y de voces que al final confluirán en el tema de Dylan, “Mama, put my guns in the ground /I can't shoot them anymore. That long black cloud is comin' down” (Mamá, pon el arma en el suelo. No puedo disparar más. La gran nube negra está cayendo).