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Poeta, provocador, héroe clandestino, cumbanchero. Enriquillo Sánchez

Miguel D. Mena

Enriquillo Sánchez fue el benjamín de su generación, la de los 60. Así se quedó, haciendo travesuras. Escribió cuentos, novelas, pero son seguridad que será en sus poemas donde habrá mostrado las miradas más infinitas de esta ciudad y esta patria suya que en verdad fueron muchas.

Provenía de una familia tradicional. Su padre, José Aníbal Fernández Sánchez, asumió como un apostolado la reivindicación de su bisabuelo, Francisco del Rosario Sánchez, el otro Padre de la Patria, tal vez es más decidido del trío.

A Enriquillo le tocó en sus años infantiles la Ciudad Trujillo de la pompa. Tras 1961 viene la experiencia parisina, años de dandysmo, de paseos baudelaireanos, de puentes entre aquella ciudad –la suya- que recuperaba su nombre de 400 años y la sensación de tener tierra firme en algún lugar del alma. La Historia Dominicana de esos años, así en mayúscula, pareció pasarle por la sien y seguir de largo. Si hay algo que caracteriza la poética de Sánchez, es la de estar siempre con su propia voz, como siguiendo aquella línea única de esos años, la de René del Risco.

A su regreso, después de 1965, se lanzó a las aguas revueltas de las letras, pero sin implicarse, sin “comprometerse”, sin lanzar los dados de las trincheras. Hubo palabras que le fueron ajenas, como “militancia”, “deber”. Ahí comienza la propiedad de su voz.

En los años mozos fue bien celebrado. Ganó menciones en los concursos La Máscara (1966 y 1971), y ahí se le ve en aquella foto histórica en aquél mítico apartamento de la calle César Nicolás Penson 60, en su escalera, junto a Juan Bosch, René del Risco, Miguel Alfonseca, Rubén Echavarría, Armando Almánzar y Abel Fernández Mejía.

Su tesis universitaria versa sobre “la poesía bisoña”, un intento de mostrar los alcances de la autodenominada “poesía de la post-guerra” o “poesía joven”. Ese ensayo pronto lo guardará, anunciando una y otra vez que mejor ni le hablen de eso, que tal vez era algún devaneo de juventud.

Desde mediados de los setenta comienza su labor docente en la Universidad estatal. Junto a ellas, comienza desarrollando una intensa labor periodística. La sección que funda junto a Guillermo Piña Contreras, “¡Palotes!”, en la revista ¡Ahora!, se convierte en ese momento en toda una fiesta para los ojos y el entendimiento. No sólo era un espacio para la creación literaria, sino también un apoyo decisivo para la fotografía y el arte dominicano en general.

Aquél período concluirá hacia 1977, con una entrevista que Enriquillo le hiciera a José Francisco Peña Gómez, secretario general del Partido Revolucionario Dominicana. Entonces se le expulsará de su partido, el de la Liberación Dominicana, comenzando así un período de tumbos en lo emocional.

Con el ascenso del PRD nuestro poeta se convierte en flamante Relacionador Público de Obras Públicas, comenzando así una vida que ni el mismo poeta se creerá.

Entre explicaciones de Althusser, reuniones de todo tipo, apariciones en la televisión, préstamos de libros que nunca aparecerán , noches bullangueras, ahí estaba el poeta, entre el Residencial Mayagüez en la Av. Independencia y el condominio de la José Contreras, entre una carne de res en la Barra Marisol y los delirios de siempre con Olga Guillot y Cambumbo, detrás de alguna mesa de la Barra Dumbo y esa voz suya, vozarrona, como anunciando alguna temporada de lluvia o cierto cargamento de Neruda o Vallejo bajando desde el Mercado Nuevo.

Y ahí está Enriquillo con su pasión de orfebre, escribiendo y guardando, gozando y gozando más que nunca, ganando premios locales –el Nacional con “Pájaro dentro de la lluvia” (1983), y el Premio Internacional de Poesía "Rubén Darío" con Sheriff(c)on ice cream soda (1985)  en Nicaragua.

Enriquillo Sánchez estuvo atento a todos nuestros colores. Al igual que los pintores que creaban sus mitos –Danicel, Domingo Liz, para no citar muchos-, al igual que un Luis Días hablándonos de Andresito Reyna y del guachimán, nuestro autor estuvo tirando sus lazos. El producto fue “Musiquito” (1993), una lectura intertextual del poder autoritario de Trujillo y su representación lúdica popular a través de aquel merenguero que hizo del acordeón la nueva bandera sonora del buen dominicano.

La revolución que en el periodismo local que fue la aparición de El Siglo tuvo en la prosa cautivante de Enriquillo Sánchez a uno de sus soportes esenciales. Aquella columna casi diaria se convirtió en lectura obligatoria, en posibilidad de la prosa inteligente, punzante, jazzeada para muchos, en dolor de cabezas para algunos –incluso para mí, que una vez hasta me cansé de saber que el poeta iba a Helados Bon... El poeta se convierte en el cronista de la cotidianidad moderna nacional, en sus aprestos postmodernistas, destacando siempre, con fina y muchas veces con grosera ironía, la manera en que el enano se pone la casaca de rey y exige que hasta los payasos se pongan a la orden. Modernidad, historia, salto y vuelta a/de la Isla, son algunos de sus temas fundamentales.

La aparición de “Convicto y confeso I” (Ediciones Centenario de Brugal & Co., Santo Domingo, 1989) se convirtió en todo un suceso. Aquel libro-ladrillo compendiaba, al parecer, toda su obra poética.

Ahí estaban Maguita y los puentes a lo de Chirico entre Santo Domingo y París. La noción del ritmo, la sonoridad de la rima, el diálogo entre lo nimio y lo categórico, confluían en un poema al mismo tiempo pensamiento sobre la insularidad. Lo que no podía el ensayo o el artículo periodístico, fuese por lo limitado del espacio o la necesidad de no escribir para los que estaban al lado de cualquier barbero, estaba aquí: su teoría sobre el ser nacional, sus variaciones sobre el disparate local llevado a cumbre de la casuística universal, con un humor muy en la vena del Carpentier “Concierto barroco”, si no es que seguimos por las ondas habaneras y llegamos a José Lezama Lima.

Una tarde de 1995, mientras visitaba el atelier del artista visual Raúl Recio, al apreciar una carpeta que éste había realizado en torno a la figura del desaparecido boxeador Fausto –Ceja- Rodríguez, recordé aquel poema que Enriquillo le dedicará a tan sentida muerte. Extraña fue la sensación al comprobar que no estaba en sus libros el tan sentido poema. Al preguntarle las razones, parece que el mismo poeta Sánchez había preferido dejarlo fuera. Cuando al fin pude dar con él en mis archivos, más asombrada no podía estar su cara.

Tal vez en este poema (1977) esté contenido el principio estético de lo que luego sería su prosa. Lo presento aquí, aún a sabiendas de que el poeta me estará haciendo un guiño no sé de qué, donde quiera que esté, pero no importa.

Sé que el poeta ya no me estará recriminando –como siempre lo hacía-, que sólo escribiese “sobre autores muertos”. Me duele muchísimo no haber podido trazar estas líneas y que sus ojos pudieran advertirlas.

Ya no podré llamarlo en diciembre, como acostumbraba, ni ver por dónde aparecerá en esos días de un Santo Domingo lluvioso, el mejor para encontrarlo.

Prometo no ir más a la Marisol ni pretender a la Lupe más allá de las tres de la mañana.

Me quedaré con el poeta jabeando a todo lo que da, en pijama y por la Avenida Independencia como pretendían las malas lenguas, doblando la José Contreras y atravesando los Jardines de Luxemburgo.

 


NO CEJAR, CEJA

 

Después dirán que repartías
migajas de un potro muerto en la luz sin cuartel de la pobreza.

Después dirán que no diste las gracias.

Después dirán que no retornas,
lloviendo como llueves en una locomotora exhausta.

Después dirán que te comías los párpados.
Después dirán que te perdonan,
abeja labradora de colmenas que nadie habita ni el silencio.

Después dirán que la garata con puño,
que una goleta de limo hundiéndose en la tarde,
que aquel similindruño, ábreme el puño,
que la cigua se nutría de música y de polen,
que los guloyas no despiden a nadie,
que cantamos, que cantemos, que cantamos

Y cantamos, Ceja.
Concluyen los limoncillos y cantamos, Ceja.

Ve a noquear a Dios, que te espera con miedo.
Aquí te guardamos los secretos que arrancaste de a poco
Hay un retazo de ring en toda mano pobre,
en toda rosa pobre, en toda pobre cobacha de lucero.
Ella se llama algodón y él se llama no quiero,
madre, hijo, patria pequeña que no late, leve, calladita.
Hemos pactado todos los rounds imposibles de tu ceño
para pelear dondequiera con la muerte.
La campanilla breve apresa tu alegría
y nosotros cantamos por tus puños de azúcar,
Ceja que nos llegas con la guardia en alto
y el mar en alto y la mañana muerta.

Deja que un guloya enfermo diga si amaneces,
mientras convences a Dios de que pegas jugando.

Berlín, 13 de julio 2004