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2EL CASO DE JUAN DICENT, "SUMMERTIME" (2005).

Miguel D. Mena

 

El caso de Juan Dicent (Bonao, 1969), más que raro, es rarísimo. Podría decirse que fulgurante. Desconocido por las peñas literarias –por suerte-, ajeno al traqueteo de los suplementos y los congresos y las puestas en circulaciones, de esos rituales donde cada quien pelea la faja o la máscara o la cabellera, ha sabido pulir gustos, lecturas y vivencias que no se consiguen así tan fácil, como en aquel viejo anuncio de Nivea donde sólo tenías que sonar los dedos para que la pomada apareciera en tu mano.
“Sumertime” (2006) es su primer libro de cuentos. Es un texto apabullante y bastante original en nuestro medio. Por lo general los cuentistas dominicanos pueden leerse por el argumento y no por el estilo. Importa mas la trama que las formas. Incluso, a menudo se puede saltar del principio al final porque lo que queda en medio es una tripa que ni siquiera levantaría el interés de los perros bocachiquenses.
Juan Dicent tiene conciencia de las formas. El cuento se pule como una pelea clásica de Mohammed Alí. Miras al opuesto, das tus brinquitos, cada segundo es una eternidad pero lo importante es el segundo tres mil. Ahí viene el golpe último, la marejada, el ruido del público que no te entretiene y tal vez por eso lo que quede sea la esponja tirada a la cara y la toalla que se transformará en alfombra aladínica.
En los textos de “Summertime” cada palabra importa. El trabajo de orfebrería es fino, preciso, claro. Pienso en Kafka y la prosa despejada de metáforas, de aderezos. Pienso en los armamentos lexicales de la dominicanidad postmoderna, donde el spanglish es una realidad como roca. Pienso en el lugar esencial  de la misma –el colmadón-, en esa hora donde todo se dice –la de la madrugada-, cuando después de un sándwich subiendo la avenida 30 de Marzo el mismo mundo acaba.
Dicent entra al tema desde la primera palabra, y si bien a veces puede perderse en el laberinto de sus vivencias, al final te dejará la sensación de que algo pasó aunque no pueda decirse que siempre los baños de la mujer estarán a la derecha.
Hacía tiempo que una lectura de lo insular no me hacía tirar cables a tantas vivencias cinematográficas, gráficas y musicales. El crítico no la tendrá fácil a la hora de enfrentar los textos de Juan Dicent. No será suficiente hablar de los referentes literarios más inmediatos ni de compararlo con la diva Rita Indiana Hernández. El bonaense de seguro se escapará a los matamoscas de las escuelas.
El problema no es ver ni oír ni leer lo que ha pasado por las neuronas de Dicent. El problema será mayor: plantearse una lectura de la postmodernidad dominicana como él la hace, en estos cuentos donde los referentes son la yuxtaposición de una isla donde la celeridad, el consumo, la yuxtposición y el kitsch marcan el tempo de la cotidianidad, donde el pasado, el presente y el futuro, como pertinencias epocales, no existen, porque todo anda rayándose en la licuadora y ya no sabrás en qué momento pasó qué.
Vivimos en tiempos marcados por una sensación de carencia para-trágica. Toda vuelta lo es. Todo doblar lo es. Toda mirada a lo recientemente mirado lo es.
En los años 80, al pensar la poesía urbana y la noción de crisis, planteábamos que los que más sufrían la ciudad eran aquellos que habían accedido a ella a partir de cierta edad en la que lo rural era lo arcádico y el derrumbe al mismo tiempo.
El mundo de Dicent pende de un hilo que va de Bonao a Santo Domingo. En esa raya cabe toda la música de Pink Floyd o de Javier Solís, los gurúes publicitarios y el despelote babélico de Brueghel. Dentro de estas esferas nuestro autor ha aprendido la importancia de la economía temporal y espacial. La publicidad conduce a ello, a contar un mundo en menos de 45 segundos. Hay que seducir, agobiar, golpear con la menor cantidad posible de palabras, hacerlas gusanear en la cabeza, en la calle, en el baño, que te lleven a comprar, a usar, a ser feliz, a creerte pleno, eficaz, con una egoteca con más pisos que las torres gemelas juntas cuando eran las twin towers.
“Summertime” es un viaje a la montaña rusa que es el país dominicano de principios del siglo XXI, a esta mediaisla-dominicana-sur-gringo y a la corona-sur-américa en que la convierte su posición al norte del Ecuador. País-reciclaje que somos: ¿no hemos inventado la bachata? ¿No es la bachata un mix de boleros, rancheras, merengues, y sin embargo, algo bien nuevo, bien refresante?
“Summertime” es un texto-aeropuerto: Nos permite dialogar con el cine de Jim Jarmush en sus más extremas invenciones, desde la soledad de “A mistery train” y “Night on earth”, el absurdo de “Down by law” y la conciencia de libro de autoayuda que es la película del fantasma-samurai.
“Summertime” es un manual que nos permite comprender algunas de las líneas fundamentales de esta maquinaria que todo lo recicla y que es la República Dominicana de principios del siglo XXI.
Los capítulos de este manual podrían agruparse alrededor de espacios específicos: el Bonao de la infancia (“Después del divorcio”, “La casa mamey”), el Santo Domingo de la adultez- y de objetos que se constituyen en toda una subcultura, como el motoconcho –el transporte público en motocicleta- y el mismo concho –los taxis- (“El entierro de ASOMOCONMAR”).
El país de Dicent anda sobre ruedas y anda descalabrado. El país de los narradores dominicanos ha sido el de los Trujillos y la historia y el adentro de la casa. El país de Dicent está afuera y está rodando y está en búsqueda. No hay moraleja que buscar. Lo que queda es gozarse el momento y tratar de consumir menos calorías.
Juan Dicent es un gozón tranquilo, un anarquista que bien cambiaría el traje de bombero por el de Capitán América si es que las niñas fuesen tontas y se dejaran regalar estrellitas lumínicas para el mundo Mary Poppins que saldrá del quinto piso de Ferretería Americana.
La portada de “Summertime” puede comenzar a decirlo todo: el genio de Edison, a través de su ampolleta lumínica, es soporte comercial de los fritos verdes locales.
La combinación de inglés y español en los títulos le da un tono de película barata a la imagen de lo nacional. Al adentrarnos en esas aguas, los matices llegan a ser grises.
Dicent es un Jano bifronte, es Bukowsky en el paraíso caribeño y un Kafka los fines de semana, y todo en el mismo condominio cotidiano. Nadie sabrá que estará buscando Hank y lo peor: si es verdad que hay paraísos caribeños. Mientras tanto, que viva la ilusión, las cervezas a las tres de la mañana –las que salvan-, el hormiguear de “Happy New Year To You”, uno de los cuentos emblemas de la amistad y el desasosiego, un proyecto cinematográfico para cuatro minutos.
En “Summertime” hay una revisión de marcas, rituales y gestos en torno a la corporalidad sigloveintiúnica, donde al final se estarán aceitando las máquinas deseantes. Dicent parece estar conjurando sus fantasmas laborales, aquellos donde la propuesta final tendrá que ser la de comprar y comprar porque no, no lo estamos seduciendo a pesar del morenaje allá arriba y papi coge eso, que eso e’tullo.
Bonao-Santo Domingo-Nueva York establecen el eje emocional, laboral, la balanza que sólo pesa el viento y los sentimientos, es decir, la nada. “Bonao revisited” es uno de mis cuentos preferidos. Es un subrayar esa combinación de celeridad y agobio en algo que se consideraba el último refugio, el campo dominicano, la zona nutricia del autor.
La risa dicentiana es sarcástica. Tiene que serlo. Al develar el kitsch cotidiano dominicano, no deja de presentar la opereta en la que todo mundo se cree gente seria y que el último apague la lámpara, en caso de que Diógenes no haya aparecido.
En estos cuentos percibimos una dominicanidad desde abajo y una propuesta de lectura de lo post o proto-modernos que somos. Pero esto de lo nacional o no que nuestro autor puede ser es simple nota al margen, porque hay otras capas para pensar: lo caribeño, lo nuestro-mundano, lo universal, y así hasta llegar al planeta Marte.
Como buen cuentista, Dicent deja los finales abiertos, a veces abruptamente (“Long distance”, “El cobrador”), como dando la sensación de al final sólo habrán vacíos, posibilidades.
Por ahí va “Summertime”, no tan melancólicamente como podría interpretarlo Billie Holiday, pero más o menos en la búsqueda de peces saltando.

Juan Dicent: “Summertime”. Shampoo, Santo Domingo, 2005, 123 páginas.