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PEDRO ANDRÉS PÉREZ CABRAL Y “LA COMUNIDAD MULATA”, 40 AÑOS DESPUÉS
Miguel D. Mena

 

Si hay un período de nuestra historia donde más se haya necesitado y producido un pensamiento sistematizador, por no decir fundante, de nuestro proceso de formación nacional, ese es el decenio de los 60.  Diríamos que es en este momento cuando se establecen los parámetros más generales de aquellos que podría llamar como dominicanística.

Los años 60 estuvieron atenazados por la caída de la Era de Trujillo (1930-1961) y los Doce Años de Balaguer (1966-1978), caracterizados en su primera gestión, hasta 1978, como los años del Terror, debido a la fiereza de las fuerzas represivas de aquel Orden. En medio quedaban el golpe de Estado a Juan Bosch (1963) y la Guerra de Abril (1965).

En 1959 el exiliado antitrujillista José R. Cordero Michel (1931-1959), caído luego en la experiencia guerrillera de Constanza, Maimón y Estero Hondo, escribe su “Análisis de la era de Trujillo: (informe sobre la República Dominicana)”, el primer texto que con la metodología del materialismo histórico, se plantea explicar los rasgos más determinantes de aquella Era.

Juan Bosch pasa recuento al primer a los años que siguen a la caída del trujillato y que llegan hasta su propia caída, en septiembre de 1963, con un libro publicado en Costa Rica, “Crisis de la democracia de América en la República Dominicana” (1964). Seis años después, completará el ciclo de sus reflexiones con un texto publicado en España, “De Cristóbal Colón a Fidel Castro: El Caribe, frontera imperial” y más tarde otro en Santo Domingo, “Composición social dominicana” (1970). 

En 1965, en Venezuela, Juan Isidro Jimenes-Grullón dará a conocer otro texto esencial en la comprensión de nuestra modernidad: “La República Dominicana: una ficción”.

A diferencia de estos autores y textos, editados y justipreciados una y otra vez, emerge la figura de alguien que al igual que Cordero Michel, Bosch y Jimenes-Grullón sufrió el exilio trujillista y actuó personalmente en aquella vorágine política subsiguiente al 1961.

Se trata de Pedro Andrés Pérez Cabral (1910-1981), a menudo más conocido como “Corpito” que por su nombre real, y de una obra sólo conocida por especialistas: “La comunidad mulata”, editada en Venezuela, en 1967.

En la solapa de esta obra podemos leer su autopresentación:

“El autor, Pedro Andrés Pérez Cabral, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela y en Derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, es un ciudadano dominicano que, deste­rrado desde 1939, todavía hoy está impedido de regresar a su patria, a la que sólo pudo reintegrarse por espacio de 18 meses comprendidos entre octubre de 1961 y mayo de 1963”.

Más conocido por su novela “Jengibre” (1940) que por este enjundioso ensayo, Pérez Cabral  ha devenido, muy injustamente, para cierto sentido común, sinónimo de pensamiento racista. Si bien en aquél texto de juventud hay cierto acopio de un sentido común dominicano donde el prejuicio racial es santo y seña, no es correcto extrapolar la crítica de un texto a otro, ni de despachar tan enjundioso ensayo con un simple adjetivo.

Dentro del contexto de la obra de Pérez Cabral, se ha asumido a “Jengibre” como estandarte de su pensamiento. En esta empresa hay que destacar a Diógenes Céspedes con su ensayo “El sentido de la responsabilidad social frente a la escritura: un estudio de "Jengibre" (Revista de crítica literaria latinoamericana, Lima, Año 5 (1979), núm. 9, pp. 33-56) y a Norberto James Rawlings, con “Un estudio sociocultural de dos novelas dominicanas de la era de Trujillo: "Jengibre" y "Trementina, clerén y bongó" (Universidad de Massachussets, 1992).

Sin embargo, “La comunidad mulata” no ha tenido igual suerte con sus lectores.

Los que han logrado leerla, como Andrés L. Mateo y Manuel Núñez, no han hecho más que reciclar algunos de sus planteamientos –en el caso del primero–, cuando no de invertir y pervertir el prisma de sus planteamientos –como acontece con el segundo.

“Mito y cultura en la Era de Trujillo” (1993), de Mateo, asume la iconografía del trujillato que ya había desarrollado Pérez Cabral. Por su parte, en “El ocaso de la nación dominicana” (1990), Núñez invierte las críticas al racismo consuetudinario del buen dominicano que realiza Pérez Cabral, y nos presenta como una entidad histórica necesitada de cierto pararrayos que nos defendiese de la inminente negrificación que provendría de Haití, como si de hecho los dominicanos nos fuésemos eso, una sociedad mulata.

Los deudores de este texto son muchos. También los son los que sin haber leído la obra, se despachan con juicios típicos de unos tiempos apocalípticos, como fueron aquellos en los que se dio a conocer esta obra.

Pérez Cabral fue un cientista amplio, sistematizador, y lo más significativo: multidisciplinario. En 1967, a dos años de concluida la Guerra de Abril y en lo más álgido de la represión balaguerista, poca interlocución podía lograr un texto que cuestionaba experiencias históricas como las de los focos guerrilleros de 1959 y aún, en sus palabras finales, la misma experiencia revolucionaria del abril histórico.

“La comunidad mulata” fue escrita esencialmente en 1964, luego de tener que tomar el trago amargo de su segundo exilio –del que nunca más regresaría.

Es una obra enciclopédica para su tiempo: asume los aportes del marxismo clásico y del soviético, del sicoanálisis a partir de los textos liberacionistas –Sartre y su clásico prólogo a la obra de Frantz Fanon, de la sicología piagetana, de la entonces denominada “sociología de la pobreza”.

Lo que se plantea en esta obra es mostrar los problemas de autopercepciones del dominicano a través de la historia, y la conformación de una imagen no correspondida con la realidad histórica. La tesis central es el de la dominicanidad sustentada en el mulataje, en un contexto caribeñista, que en ciertos momentos sobreabunda en el aspecto sicológico, como si se pudiese establecer una especie de “sicología dominicana”.

Pérez Cabral cuestiona con suma acidez la blancofilia y la haitianofobia de dominicano. Nadie como él supo desmontar los paradigmas sobre los cuales se sustentaban la dominación y la cotidianidad en la Era de Trujillo. Pocos como él pudieron asumir luego una crítica tan radical a las tesis de las guerrillas fidelistas y a una izquierda que no lograba asumir lo propio del país dominicano.

Tendríamos que esperar los años 70 y el aporte de una serie de estudiosos de la antropología y la historia, como Fradique Lizardo, Dagoberto Tejeda, Aída Cartagena Portalatín, June Rosenberg y Carlos Esteban Deive, entre otros, que destacasen el componente negro de nuestra cultura y del proceso histórico.

“La comunidad mulata” no podía tener público en 1967. La temperatura política era muy álgida para asumir críticamente el resultado de 31 años de dictadura y la manera en que la misma había moldeado al dominicano moderno. Ni la derecha en el poder podía perdonarle a Pérez Cabral lo descarnado de la crítica, ni la izquierda revolucionaria asumiría críticamente lo condenadas que estuvieron al fracaso las experiencias guerrilleras del 1959, el 1963 y aún algunos desarrollos de la misma Guerra de Abril de 1965.

A cuarenta años de la primera de “La comunidad mulata”, recordamos una obra que necesita ser leída. En estas líneas sólo hemos querido pensar el contexto de su aparición y las limitaciones ante su lectura.
En un estudio posterior trataremos de asumir el corpus de la misma, en esa necesaria discusión en torno a los que constituye la dominicanidad moderna.