(Si) el príncipe conquista y conserva
un estado, sus tácticas siempre serán consideradas honorables
y alabadas por todos...
Niccolo Maquiavelo ("El Príncipe")
...El día o la noche en que el olvido estalle
salte en pedazos o crepite
los recuerdos atroces y los de maravilla
quebrarán los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por el mundo
y esa verdad será que no hay olvido.
Mario Benedetti ("El Olvido Está Lleno de Memoria")
En su novela “De Amor y de Sombra” Isabel Allende
nos dice, a través de uno de sus personajes (el Profesor Leal), que
la nostalgia es el vicio de los desterrados. Como todo vicio, la nostalgia
tiene sus encantos, y uno de ellos es la memoria. A los que la mala
fortuna nos ha puesto en el exilio solemos tener fresco en nuestras
mentes el momento preciso de la patria a la hora de nuestra partida.
Es un concepto, hasta cierto punto intemporal, que nos permite el recuerdo
a años de distancia sin los prejuicios propios del medio. Son estas
consideraciones las que me han llevado al espanto ante las apologías
a la figura de Joaquín Balaguer que están a la orden del día por parte
de sus seudo-enemigos políticos.
Al momento de mi salida del país estaban fijados
en mi retina y las de muchos dominicanos una serie de hechos que convertían
a Balaguer en una suerte de sátrapa persa. Es posible que mi primera
imagen de ese estado de cosas haya sido cuando a los doce años de edad
vi en la primera página del periódico El Nacional, sentado en las escalinatas
del zaguán de mi casa una tarde cualquiera, la llegada al aeropuerto
desde Bruselas del cadáver fabuloso de Maximiliano Gómez en un féretro
lleno de una especie de pajilla preservativa. Más adelante la televisión
nos mostraba el cuerpo destrozado de Amaury Germán, luego de caer en
combate desigual contra una buena parte de las fuerzas armadas del país.
Casi un año después el diario Última Hora traía la frente de Francis
Caamaño (a quién nos habían caracterizado como un héroe) con un agujero
de bala de alto calibre. A los diecisiete años, luego de ver en un
“extra” de periódico una noche de marzo que un periodista llamado Orlando
Martínez (a quién nunca había leído) había sido baleado, me apersoné
con otros amigos adolescentes a las cercanías del hospital Lithgow Ceara
para velar (infructuosamente) por la mejoría de este personaje que parecía
ser querido por muchos. Después sería también asesinado a palos su
hermano, quien estaba investigando la trama contra Orlando. Este último
caso de Edmundo Martínez fue mi primera experiencia de homofobia oficial,
pues se pretendió decir a la ciudadanía que había sido muerto por motivos
pasionales. El maltrato a los prisioneros políticos llegó a niveles
insospechados: muchos fueron sistemáticamente torturados y confinados
en cárceles de la frontera para que sus familiares no los pudieran ver.
La represión estudiantil fue porfiada; nunca olvidaré la imagen de una
amiga adolescente tirada de los cabellos para ser introducida en un
carro policial; o la cabeza inflamada del cadáver de Sagrario Díaz luego
de ser atravesada por una bala certera. En más de una ocasión vi a
“agentes del orden” (vestidos de paisano o militar) propinar palizas
a jóvenes en plena vía pública ante la mirada horrorizada del pueblo
impotente. ¿Quién puede olvidar a “La Banda Colorá”?
A la par con esos crímenes de lesa humanidad,
estaban las fechorías políticas. En el año 1974 hubo una farsa electoral,
pues a pesar de retirarse las fuerzas opositoras se celebraron elecciones
con un contendiente títere (Lajara Burgos). Si a esto le agregamos
las condiciones electorales de 1966 y 1970, se puede decir que los gobiernos
reformistas de los doce años fueron ilegítimos, pues no habían sido
votados por el pueblo llano. Por otra parte, las prácticas clientelistas
eran habituales: ¿Quién no recuerda las proverbiales “funditas”; las
tarjetitas de los generales para evitar la represión policial; la impunidad
del peculado y la “creación” de millonarios a costa del erario; la imposibilidad
de conseguir trabajo en la administración pública a menos que se fuera
un afecto reformista o un familiar cercano del mismo?
Pero este obsceno registro de violación de
los derechos humanos al estilo trujillista en los gobiernos reformistas
no hacía menos trágicos los indicadores económicos vistos desde una
perspectiva humana: malnutrición, analfabetismo, desempleo, emigración
masiva de dominicanos al exterior, endeudamiento externo, quiebra de
la industria agropecuaria, entre otros escándalos. El estadístico crecimiento
económico sólo favoreció a un grupo muy reducido, en su mayoría balagueristas.
Todo este panorama trajo como consecuencia
la filosofía del sálvese quien pueda, que tiene una vigencia indubitable
en la psiquis del dominicano de hoy, quien desconfía de las instituciones
y sólo cree en el tráfico de influencias como única forma de redención
posible. Más del cincuenta por ciento de los profesionales dominicanos
no ejercen sus respectivas disciplinas, pues no son rentables. La mayoría
recurre al casino de los negocios (que es el templo flotante donde se
le rinde culto a la filosofía de marras) y otros dejan el país buscándole
norte a sus cualidades intelectuales o técnicas. Muchos de estos dominicanos
de la diáspora sueñan con regresar para pagar esa deuda pendiente con
su pueblo, pero la mayoría desiste de sus intentos cuando se encuentran
con un ambiente que en vez de apreciarles los considera una amenaza,
pues se entiende que el pastel del reducido mercado no alcanza para
los de afuera. Aquí se evidencia un fenómeno curioso de xenofobia entre
dominicanos, el cual está empezando a tomar forma teórica entre los
apologistas del nacionalismo obcecado que son, con pocas excepciones,
los mismos elogistas de Balaguer.
Los que infieren con Maquiavelo que la política
es el arte de lo posible y que el hombre que hace del bien su profesión
entre tantos hombres malos termina en la ruina, podrían pensar que las
víctimas mencionadas mas arriba eran sólo jóvenes subversivos violadores
de las leyes vigentes; que nada de lo expuesto anteriormente viene al
propósito por lo distante; o, en el peor de los casos, que todo estuvo
bien hecho. A ellos hay que recordarles que la mayoría de los opositores
aguerridos de Balaguer eran jóvenes libertarios, indignados por lo que
consideraban un régimen político ilegítimo; y que no se tiene conocimiento
público de que alguno de ellos atentara contra la vida de Balaguer.
Contrario a ellos, Balaguer murió (como todo un Príncipe) de muerte
natural a los casi 96 años de edad, luego de recibir salutaciones de
todo tipo, atención médica, masajes fisioterapéuticos y haber escuchado
sus propios poemas. También deben recordar esos compatricios que la
actividad política debe estar diseñada para promover el bien común,
y lo único que garantiza esa premisa es la ética. Divorciado de la
ética, el silogismo de la política deviene en politiquería carente de
escrúpulos, promotora del sálvese quien pueda, es decir, del individualismo.
He ahí el legado de Joaquín Balaguer, quien no sólo no pidió excusas
a sus conciudadanos por todos los vicios políticos que les inculcó y
los abusos que cometió en su contra sino que los justificó, negó o desdeñó
desfachatadamente, según fuera el caso, en sus escritos y discursos.
Por tanto, cada alabanza a su obra política escuchada por los dominicanos
de las nuevas generaciones es una afrenta a la memoria del pueblo y
un clavo más en el ataúd de la democracia dominicana por construir.
Porque para ser fuerte, ésta debe estar fundada en la ética política
y no sobre las miserias de nuestros caudillos.
Boca Ratón
7.2002.
El autor es médico y voyeur social