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AMÉRICO LUGO:
EL CARÁCTER REGRESIVO DE LA HISTORIA

Roberto Marte

En uno de sus textos históricos publicado en forma de folleto en 1947 titulado “Baltasar López de Castro y la despoblación del norte de La Española” Américo Lugo sigue el mismo esquema y utiliza más o menos los mismos medios de análisis que aparecen en su escrito de una década antes “La Española en tiempo de Fuenmayor” aunque es preciso subrayar que, tras más de 30 años de ejercicio esporádico del oficio de historiador (desde su primera visita al Archivo de Indias en 1911), en este estudio la selección de la documentación es más cuidada, incluso se detiene someramente en su análisis crítico en el ejercicio de sus competencias eruditas, lo cual le permite afrontar con cierto éxito el trabajo en profundidad del tema. Esta vez Lugo toma precauciones indispensables para comprobar cuán sincero es el testimonio principal que tiene a la mano, los dos memoriales de López de Castro.
Ahora bien, obviando estas observaciones cabría añadir que en este texto Lugo parte de un esquema compositivo que, sin ser una invención suya puesto que en el mismo se conserva la tradición de la vieja historiografía romántica en parte ya soslayada por los historiadores eruditos que fueron depuntando con el siglo XX, sin duda estaba condicionado por su actitud hacia el pasado, de la cual se derivaba esa, cabría decir, visión de la historia a la cual se dedicó el historiador guiado, no por el finis operis de los “estudios científicos vulgares” como ya era propio de aquel tiempo, sino por el afán de exhaustividad llamado a convencer a los lectores de un arte trascendente y moralmente profundo.
Como lo indica su título, “Baltasar López de Castro y la despoblación del norte de La Española”, este ensayo intenta mostrar exclusivamente la relación del personaje López de Castro con dicho suceso efectuado en el norte de La Española durante los años 1605 y 1606. El autor no reconstruye la historia de las despoblaciones como un cuadro conjunto con todos sus pormenores heterogéneos y acciones paralelas (los llamados “hechos intermedios”) a veces contradictorias por la vía del naturalismo, digamos fiel al pasado como lo hicieron Del Monte y Tejada o García. Las coordenadas esquemáticas de las cuales parte el relato le imponen al mismo la máxima economía de medios: cortes de episodios, ahorro de detalles y de reiteraciones, etc., pero también le impiden la caracterización de su personaje, Baltasar López de Castro (porque de esto se trata si, como lo sugiere Lugo, las despoblaciones han de atribuírsele a su obra) que, de la forma en que el autor la pensó, debió constituir el núcleo referencial de esta historia.
El esquema compositivo que constituye la armazón del discurso de Lugo está organizado de la siguiente manera: comienza el relato poniendo en escena al personaje principal, López de Castro, como un funcionario auxiliar del régimen colonial español en la isla, un hombre corriente (“era hombre para empresas de medro, pero no de gloria”) a quien, pese a ello, no le faltan las virtudes del burócrata: “escribe bastante bien, pero con desleimiento y redundancia. . .encubre su ambición en una traza de modestia y muestra preocupación religiosa y celo por la grandeza del reino y la gloria del monarca”. En esta particularidad se esconden los motivos del personaje, los cuales le dan estabilidad a la trama que a seguidas se desarrolla. Lugo utiliza esas características del personaje como escenario para crear un ambiente negativo en la percepción del lector sobre la época histórica, el siglo XVII, en que se desenvuelve la intriga. En realidad esto es muy acorde con lo que el historiador quiere presentarnos: una sociedad dominicana apenas en sus orígenes y ya en vías de disociación (la historia configurada en un sentido regresivo) que va perdiendo los contornos concretos de la edad de oro (de escasamente seis décadas) de un siglo XVI de conquistadores y colonizadores españoles que hicieron de la nada la colonia. Este elemento mítico constituye el punto de partida del carácter regresivo de la historia que le sirve a Lugo para periodizar el pasado en sintonía con la imaginería romántica de la historiografía decimonónica. Pero no se olvide que en las convenciones del relato histórico dominicano desde Delmonte y Tejada en adelante, el siglo XVII (el cual más que designar un hecho concreto, constituye una entidad lingüística) representa el pasado dominicano visto como decadencia, la cual a menudo apareció en los escritos históricos de la época como si se hubiera debido a la fatalidad o a la fortuna porque el tema, de suyo un tema romántico, da especial relieve a los hechos afectivos por el hábito de los historiadores de entonces de concebir pictóricamente el sujeto histórico en su condición trágica de acuerdo con la poética del “grand theme”.
Desde luego, el elemento central de la argumentación, de que el siglo XVII fue el siglo de la adversidad, de la decadencia y del fracaso ya estaba tematizado con una carga simbólica desde el momento en que los historiadores pensaban el devenir humano como un proceso en expansión, como progreso, por lo tanto, opuesto a cualquier interpretación del pasado colonial en sus propios términos. Américo Lugo, valiéndose de frases narrativas, parte de las consecuencias que produjo la aplicación de dichos memoriales, cosa que no podía conocer el autor de los mismos cuando fueron escritos ni cuando estuvo en la tarea de que fueran acogidos por la autoridad real de entonces. De manera que mediante una argumentación proléptica en busca de llegar a un fin, Lugo hace que la función de su personaje principal dependa de las consecuencias de sus arbitrios: antes de urdir la intriga del relato y por lo tanto antes de enhebrar las acciones que intervinieron en las consecuencias de la función y no a la inversa como fue en realidad en el tiempo en que ocurrieron los hechos ya el historiador emite un juicio moral y político, aunque en esto Lugo procede del mismo modo que los colegas de su tiempo acorde con el dictum de que la historia es un tribunal supremo sujeto al arbitrio del tiempo. Si las motivaciones de los actores históricos no constituyen el problema más importante del texto de Lugo, vale preguntarse ¿cómo se explica entonces el historiador la circunstancia que motivó la medida extrema de las despoblaciones, un acontecimiento de suyo tan problemático? Su explicación estriba nada más y nada menos que en la estrategia compositiva del relato en los términos ya indicados. Por eso el historiador comienza destacando, en un sentido opuesto a la sucesión real de las cosas y utilizando a López de Castro como chivo expiatorio de “la medida aciaga”, el revés que las despoblaciones de la región noroeste (es decir, sus consecuencias) representaron para el destino de la isla. Todo el peso del relato de Lugo recae en los dos memoriales de López de Castro como una sentencia, sin mencionar siquiera el amplio espectro de factores cocausales que concurrieron en la verificación del acontecimiento.
Como se ve, pasadas ocho décadas después de los primeros trabajos histórico-literarios de José Gabriel García hasta ya entrado el siglo XX no hubo cambios espectaculares en la historiografía dominicana, salvo acaso el documentalismo de los nuevos historiadores eruditos al iniciarse el siglo. La obra historiográfica de Américo Lugo coincide con las de sus predecesores decimonónicos en varios aspectos: en el aspecto de la investigación, en la importancia otorgada a los documentos como único medio de garantizar la autencidad de sus enunciados; en el aspecto de la enunciación, no tanto en las fórmulas compositivas como en sus artefactos literarios y en su sentido ontológico: en la disposición de los roles que se atribuye a los personajes históricos, en el tratamiento de las motivaciones de éstos, siempre animado por creencias hispanistas y por la intervención de seres y acontecimientos trascendentes (arquetipos y estructuras míticas) que confluye en un punto de vista existencial historicista y en un lenguaje congruente con el mismo para representar el pasado. Esto es, coincidencias en las convenciones heurísticas, linguísticas e ideológicas.
Aun cuando los conflictos de la historia simbolizan la lucha entre la libertad y la injusticia que constituyen, como en la historiografía del anterior siglo, la pulsión vital de la historia, en Lugo antes de nacer la nación sucumbe en la condición trágica de su existencia. Lo que hace como historiador es describir estas circunstancias como si fueran el auténtico escenario de la historia.
Paradójicamente, aun cuando Lugo apenas se ocupó de la historia nacional, también llamada republicana, es obvio que su visión de la sociedad dominicana y de su historia tiene mucho que ver con las experiencias calamitosas que acompañaron la fundación de la república y con las coyunturas históricas concretas que por ignorancia o fruto de las pasiones políticas arrastraron a las masas de sus compatriotas en el pasado reciente. De este contexto, por lo tanto, y no de la historia antigua, se deriva su argumento de que los sentimientos patrióticos más elementales (o protonacionales) no bastaban para crear el Estado y que el fracaso de éste se debía a la ausencia de una nación que le sirviera de sustento.

Suplemento Biblioteca del Listín Diario, 30 de marzo 2003

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