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SANTO DOMINGO Y EL DILEMA DE LA MIRADA INSULAR

Marcos Barinas Uribe
• Arquitecto

“Decididamente, los grandes puertos de mar me interesan muy poco. Detesto toda esa albañilería con que se encaparazona el mar. En el laberinto de espigones, malecones, diques, rompeolas, el océano desaparece como un caballo bajo el arnés... Cuanto mas pequeño es el puerto, mayor es el mar”.

Victor Hugo

Mirando el MAR desde la CIUDAD

 

 

 

 

No es una coincidencia que las ciudades-capitales Caribeñas estén vinculadas con el mar. “Una locación que mira al mar, cuando no dentro de este, marcó y caracterizó el nacimiento de muchos asentamientos humanos” relata Mario Coyula en “La Habana Junto al Agua”. El mar sin lugar a dudas ha constituido en nuestros países insulares un apoyo indispensable para la vida, pero al mismo tiempo ha sido sinónimo de destrucción. El mar nos ha comunicado y nos ha separado; nos ha protegido, limpiado, refrescado y aliviado y nos ha atacado, inundado, corroído y abrumado. Esta condición dual en que el mar afecta las ciudades-capitales en el Caribe ha hecho que de alguna manera el mar visto desde tierra firme inspire desconfianza, la mayor parte de la literatura basada en relaciones internacionales, se refieren a nuestros países como “las vulnerables economías insulares”. Asimismo el mar ha sido utilizado como metáfora alusiva a los procesos económicos de la globalización, “primera, segunda y tercera ola” (Toffler), “efecto tsunami”, “economías archipielagos” (Veltz) y“metarchipiélagos” (Benitez Rojo) por mencionar algunos. Pero lo que realmente resulta intrigante es porque en el Caribe se le teme tanto al mar, o por lo menos, porque más allá de los grandes botes turísticos que merodean nuestras costas o los buques mercantiles que extraen nuestra materia prima, la producción económica caribeña no está esencialmente relacionada a este. Casi ninguno de los países del Caribe ha explotado la pesca como elemento productivo interno o de exportación, tampoco es común ver barcos mercantiles locales y los sistemas de transportación marítimos entre islas son mas bien escasos, por no decir inexistentes.

Si a alguien se le ocurriese como a nosotros hacer una encuesta en el malecón de Santo Domingo y preguntar a los transeúntes si alguna vez han hecho una travesía por el mar, no importa lo corta que esta fuese, las respuestas serían sorprendentes, se sorprendería aun más si preguntase a las mismas personas si saben nadar, pues pocos contestarían afirmativamente. Podrían haber muchas razones que condicionaran la obtención de este resultado, una mala encuesta podría ser una de ellas, pero lo cierto es que al caribeño parece asustarle el mar o al menos lo que representa. Para entender esto será necesario dar una mirada a la historia y conocer los mitos que han forjado el concepto de esta palabra a cuya manifestación física nos resulta imposible desviar la mirada.

Existen múltiples mitos que anticipaban la existencia de otro lugar más allá del horizonte, “mas allá de finisterre habita la monstruosidad”. Pero quizás el mito que más interés suscita y que incluso dio nombre a las Islas del Mar Caribe es el de la Atlántida, Platón hablaba de ella en el Timeo y en Critias. Cerca de 9,000 años antes de su época habría existido frente a las columnas de Hércules una gran isla. Una tierra extremadamente rica, con abundancia de maderas, frutas, animales. Parecería que fue el mito y la mirada curiosa lo que encendió la empresa de Colón. La existencia de un umbral imaginario más allá de la línea de horizonte, representado por las columnas de Hércules, producía un espacio de tensión que se mezclaba al impulso desmedido de la curiosidad humana y la ambición mercantil.

Resultaría también necesario reconocer los proyectos coloniales de búsqueda mercantilista de metales preciosos; el asentamiento de economías informales - entre las cuales el pirataje se constituye en la más romántica; el sistema económico internacional de mayor perfección jamás conocido, la esclavitud; y conocer también el trauma que ha de haber representado la travesía para el negro subyugado y las implicaciones de sus correspondientes miradas al horizonte. Todas estas representaciones tienen como correlato constitutivo al mar, y solo así podríamos explicar la trascendencia conceptual que representa este elemento para el caribeño.

 Hoy el nuevo mapa mundial (*Michael Galli, 1999) a pesar de estar trazado a partir de los nuevos flujos de mercado y capital que han determinado los nuevos bloques económicos, no parece ser muy diferente al de las travesías de Colón, ambos grafican y de la misma manera los flujos sobre el mar. El mar ha sido y seguirá siendo el conector por excelencia en el Caribe y en lo sucesivo las islas habrán de constituirse en territorios procurrentes  1.

La economía latinoamericana reciente, sobre todo la de países insulares, ha establecido una relación amor-odio con este concepto. El vínculo entre la economía latinoamericana y los mercados mundiales se consolidó a principios de siglo y se redujo al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando los esfuerzos de desarrollo de la región se dirigieron a reducir la dependencia externa. Ya en los años setenta un contexto negativo e inestable produjo una acumulación de deudas externas que provocó una gran crisis durante los años ochenta. A inicio de los noventa, algunas economías de Latinoamérica comenzaron a mostrar signos de recuperación. Esta evolución evidencia la persistente sensibilidad de las economías latinoamericanas, sobre todo insulares, a los factores externos una evolución que parece seguirá repitiéndose en ciclos como grandes marejadas.

“Nuestras economías durante un par de décadas estuvieron caracterizadas por cerrarse al mundo, por el aislamiento. Ahora resulta mas atractivo encontrar el camino hacia el mar que hacia nosotros mismos”

Ricardo French-Davis

·                   Mirando la CIUDAD desde el MAR

“Volver la mirada es un poco esa mirada de Edipo que quisiera entender aquí. Volver la vista es hacer una lectura hacia el adentro de lo mirado, lectura que se esfuerza por leer en la saturada noche visual de lo urbano, un sentido para cada cosa, una vía para cada sentido” [1]

Eduardo Tovar Zamora

¿Cual es entonces la mirada desde el mar a la ciudad? Podemos ver autopistas atravesar por los aires de la ciudad, vemos el mas recatado edificio junto a otro del mas alardeante mal gusto, vemos megaproyectos, ambición, miseria, temperanza, vemos ruinas, nobleza, vemos tanto que ya no vemos nada, no entendemos ni podemos ya ver nuestro mundo. Quizás en ningún momento de nuestra historia hayamos desviado tanto nuestros sentidos a través de la mirada como ahora: vemos cine, vemos TV, nos hipnotizamos con Internet, vemos anuncios iluminados por doquier, vemos pantallas que se encienden y apagan en avenidas. También vemos cómo se invierten los esquemas y mientras el centro muere (nuestros grupos sociales desconectados, el mercado de Santiago o nuestros barrios tradicionales) la periferia prospera (los centros hoteleros, las zonas francas).

Una mirada difusa de Santo Domingo desde el Mar distante, permite leerla como el centro de poder de una nación que intenta ocupar un lugar estratégico dentro del bloque regional caribeño y centroamericano a partir de los nuevos flujos de mercado y capital que han determinado los grandes bloques económicos. Su ventajosa situación ante los demás países del área en cuanto a su posición geográfica, su estabilidad política, su escala territorial y poblacional y su idioma, unidos al alto crecimiento macroeconómico que ha experimentado de manera sostenida durante el ultimo quinquenio, la han situado dentro del Marco de la Competitividad a nivel regional y global. En la actualidad la Republica Dominicana es el único país del Caribe hispano que pertenece al CARIFORO, único país latinoamericano que forma parte del acuerdo de LOME VI para los países ACP y también único país caribeño que pertenece al acuerdo de la paridad textil, todo ello le proporciona una serie de ventajas comparativas a nivel mundial y le permitirá de manera competitiva unirse al Acuerdo de Libre Comercio de Las Américas (ALCA), para lo que se ha preparado mediante una agresiva política exterior.
Sin embargo, una mirada enfocada desde el Mar cercano, permitiría identificar cuales son las estructuras tangibles y especificas que hacen de ella una ciudad estratégica y cuales las situaciones que impiden que capitalice esa condición. Nuestro frente marino se extiende formalmente a toda la capacidad de nuestro cono de visión, desde Haina hasta Boca Chica, vinculando no tan solo conexiones transnacionales de transportación (aeropuertos y puertos mercantes), sino también sistemas productivos nacionales del pasado y del futuro (ingenios, manufacturas y tecnología de la información como el parque cibernético). En esta red portuaria Haina representa la continuidad del comercio mercante y de la industria, Boca Chica representa el cambio de la tecnología del hardware a la tecnología del software, en el momento que se le pretende convertir en un puerto de libre comercio vinculado a la tecnología avanzada. Mientras, los buques turísticos flotan frente a las costas del puerto de Santo Domingo en el mismo lugar donde desembarcaron los colonizadores y que posteriormente fuera utilizado como centro de operaciones para el proyecto de la conquista. Visualizado hoy en función de la región, se puede intuir que el futuro del puerto estará probablemente marcado por la recuperación de su condición de centro de la actividad urbana y su consolidación como puerto turístico internacional y de transportación interurbana a nivel local y regional.

Sin embargo, nuestro puerto histórico desarticula cualquier coherencia en una ciudad dividida por consecuencias históricas y políticas, forzada a separarse en el preciso momento en que las naciones se unen. Y es en medio de esta indefinición territorial que el puerto destaca amparado en su ambigüedad como un espacio abierto a las riquezas y amenazas del mundo, que evoca protección y refugio pero además fragilidad. Y que combina a la vez imágenes de invasión con imágenes de evasión.

·                   LA DOBLE MIRADA

“Las elecciones determinantes que hemos de hacer, competitividad económica o protección social, construcción europea o identidad nacional, nos dejan sumergidos en la desesperanza y la confusión, pues no queremos renunciar a ninguno de esos objetivos que, según nos dicen, son incompatibles. Liberémonos de tales discursos catastrofistas, de estas dicotomías artificiales”4

Alan Touraine

Resulta imprescindible plantearse la relación que existe entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares, entre el territorio-red y el territorio-superficie, entre la mirada al mar y la mirada a la ciudad. El territorio-red está basado en la multiplicidad de flujos entre nodos, en los que se ejercen las principales funciones que rigen los comportamientos de la economía y la sociedad a la escala mundial, convirtiéndose en la forma espacial dominante de articulación del poder. Según nos dice Manuel Castell,

"Los territorios homogeneizados por el capital, los incluidos en la acumulación de capital a escala mundial, no son continuos, su reducido número los sitúa como islotes de prosperidad en el mar creciente del atraso"

Veltz utiliza una analogía interesante al apropiarse de la metáfora del archipiélago para reseñar esta situación. Los flujos económicos, explica, se concentran en el seno de una red-archipiélago de grandes polos. Los polos son las islas o espacios emergentes que conforman el archipiélago, mientras, los ámbitos que no se integran en la red quedan excluidos del sistema conformando el espacio sumergido, los fondos marinos.

Milton Santos, nos presenta otra visión más radical, considerando la existencia insalvable de un conflicto entre un espacio local vivido por todos los vecinos y un espacio global “regido por un proceso racionalizador y un contenido ideológico de origen distante, que llega a cada lugar con los objetos y las normas establecidos para servirlos”, propone la recuperación del “espacio banal” o el territorio de todos contraponiéndolo al territorio-red, razonando que junto al espacio de flujos sigue presente el espacio de lugares, aquel en el que se desarrolla la vida cotidiana de la gente y en el que se establecen, por tanto, las principales relaciones entre personas. Argumenta Santos, que “cuanto mas se mundializan los lugares, mas se vuelven singulares y específicos” [2] y aboga por la comprensión de la “universalidad”como una garantía que asegura la posibilidad de comprender mejor cada fracción del espacio global a través de la comprensión de los lugares.

Muy lejos de una posición maniqueísta que intente convertir la existencia de los dos territorios en una lucha de poderes, preferimos entender que la globalización constituye un fenómeno que, además de los espacios globales, rescata también los espacios locales y regionales (subnacionales) como nuevos ámbitos de regulación, ya que se les considera los espacios donde se conforman la capacidad de innovación y de concertación de proyectos colectivos, aspectos cruciales en la capacidad de inserción de las comunidades locales en los flujos globales (Rojas, 1999).  Esto habla de una dialéctica global-local, que atraviesa los nuevos escenarios del desarrollo: intercambios y competencia globalizados, pero con capacidades competitivas que pueden ser construidas localmente.6

Pero como debemos interpretar ambas miradas ineludibles? La del vacío existencial de una mirada perdida en el horizonte que imagina el “Nueva York chiquito” o la miope e ingenua imagen de la inevitable cultura local y el prejuicio de nuestras propias fronteras. De una manera rutinaria y con cierta aversión podemos dar la espalda a cada una como tristes ejemplos de presiones globales poderosas o de la perdida de la diversidad o del ecumene global. O muy bien, y de manera mas profunda, podríamos realizar la imposibilidad de divorciarnos del espacio existente entre ambas miradas, el espacio de la memoria.

En The View from Afar [3] Levi-Strauss nos describe como muchos aspectos de la vida en Nueva York nos cautivan, precisamente porque allí “. . . se pueden aprender los mil y un trucos que ofrece, durante unos breves instantes, la ilusión de que uno tiene la fuerza necesaria para escapar”. Contemplar el ilusivo espacio de la memoria, es atender un espacio donde el cruce de las corrientes es mas fuerte, un espacio intermedio donde convergen las miradas al horizonte del negro subyugado con las actuales miradas del polizón al bote que flota frente a las costas de Santo Domingo.


1 Territorio que avanza hacia el mar.

2 Tovar, Zamora “ La Mirada de Edipo ( Entre la Ciudad y la Luz )”. Umbrales. Año 2, No. 3. Pag. 24-26. CONAC, Venezuela

4 Touraine, Alain . ¿Cómo Salir de Liberalismo?. Ediciones Paidos Ibérica. Buenos Aires. 1999. Pag. 30

5 Santos, Milton. Metamorfosis del Espacio Habitado . Ediciones Oiko-Tau . Barcelona. 1996. Pag. 34.

6 Rojas, C. Instituciones para la Economía del Desarrollo Territorial. Ediciones Universidad del Bio-Bio. Chile, 1999. Pag. 136

[3] Levi-Strauss, C . The View from Afar . Basic Books. New York. 1985

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