Las fosas cubiertas por el silencio
Ana Mitila Lora

Juanico Cabrera es un patriarca. Es también uno de los actores de la masacre de 1937. Teatral y autoritario. Captura con sus relatos y su interminable repertorio de décimas pronunciadas con gracejo. A sus 90 y tantos años, coloca el pie sobre el estribo y de un brinco sube a su caballo. Pasea su hombría en este paisaje de gallos y miel.
Guillermo Perdomo Montalvo, S.J., párroco de la iglesia de Loma, nos acompaña. Al igual que los jesuitas pioneros llegados en 1936 a la misión fronteriza norte (Francisco Gallego e Ignacio Francia) le incumbe la realidad domínico-haitiana.
Las interrogantes aplastan. ¿Dónde está la verdad? ¿Dónde empieza el mito? ¿Dónde están los responsables de la llamada ‘matanza inútil'? ¿Cómo evitar una nueva limpieza étnicas, práctica en boga en la ‘civilizada' Europa finesecular? ¿Cuántos haitianos fueron asesinados? ¿Cuántos cruzaron la frontera? A 62 años de aquellos hechos, ¿cuáles fueron los hechos? ¿Cómo explicar una masacre ocurrida abrupta e impredeciblemente? ¿Cómo se pasó del prejuicio racial al genocidio?
Los libros de bautismos parroquiales hablan con elocuencia de la mezcla poblacional. ‘‘En la ermita de San José de Restauración, el infrascrito, cura de Dajabón, bauticé a Rosa, hija natural de Noreciá Amea. Fueron padrinos Damiscá Meis y Platúr Sisié''. El diario del padre Fransisco Gallego, S.J., iniciado en 1936 y suspendido sospechosamente en la víspera de la matanza, -o arrancadas sus páginas- configuran los acontecimientos de septiembre, octubre y noviembre de 1937. El informe de Gallegos escrito a principio de los cuarenta y reproducido por José Luis Sáez, S.J., en Los jesuitas en la República Dominicana, conjura el silencio de su diario: ‘‘No dejó de sorprendernos a los PP. la solemnidad que el Gobierno quiso dar a la inauguración de nuestra nueva iglesia el 11 de agosto de 1937, y todo aquel movimiento gubernamental nos abría esta interrogación: ¿qué pretenderá el Sr. Presidente con ese despliegue de fuerzas vivas en Dajabón? Los acontecimientos de septiembre y octubre vinieron a despejar aquella incógnita''.

Juanico Cabrera, de 94 años, habla.

‘‘Cuando era un muchachón traficaban mucho los haitianos, los había propietarios, uno los veía trajeaos como los dominicanos, con sus coibatas, su caballo en silla, con sus chalinas volando. Se instalaban aquí, porque todo esto era montería. Desde el pie de la sierra venían los haitianos apoderándose de tierras, eran prietos, pero hablaban bien dominicano. Pero el haitiano es diferente al dominicano. Un haitiano de teneres, tenía cinco o seis mujeres, cuando un dominicano de poder no podía tener más que dos o tres. El haitiano podía tener hasta diez, porque él pone a sus mujeres a trabajar en las parcelas y cobra los cuaitos, y mientras ellas trabajan, a lo mejoi lo ve uted a él floreando.
‘‘Trujillo comenzó a planear eso en 1936. Trujillo era como del color mio, un hombre grande, alto, más indio que yo. Los dos presidentes, el haitiano y el dominicano, se juntaron y abrazaron. Cuando Trujillo hacía un mitín, había que ir, a caballo, to el mundo, yo no me quedaba. Cuando Trujillo se dio cuenta que había más haitianos que dominicanos, no dijo una sola palabra. Pero tomó su decisión. El 23 de septiembre, víspera de la virgen de Las Mercedes que celebran en Santiago Rodríguez, comenzó la matanza. La mayoria salieron juyendo, lo que ellos jallaban (patrullas militares) los mataban, pero los que juían salían por aquí, cuando llegaban a Dajabón, les decían los dominicanos con su malicia: ‘ ¿a dónde van ustedes? ‘Aquí, no hay eso. Quedénse por ai'; y fueron matando. El 15 de octubre de 1937, comenzaron a matar en Dajabón. En la Sabana de Dajabón había tantos, que tuvieron los dominicanos que portar garabatos grandes y largos, para ir aizando los mueitos pa daile candela. Eran tantos que no podían enterrarlos. Los haitianos se revoltearon en Puerto Príncipe, ellos querían pelearle a Trujillo. Vicent propuso someter a Trujillo, porque como ellos dos eran amigos, no quería pelea.

-¿Usted vio matar haitianos?
-Si, si, sí. Yo vide matando. Lo cogían con un cuchillo, paa!, una puñalá, o trozarle así el pescuezo, como quiera, porque era obligado, no era cosa de que se yo. Juan y yo éramos los tutores que tenían el alcaide, nos mandaban hacei, y nosotros a veces jallábamos los haitianos y le decíamos ‘váyanse', si estábamos sólos, pero sí teníamos guaidias ceica, uno tenía que volarle y siquiera darle un mochazo, pero si usted se quedaba quieto después que él los mataba, le fajaba a usted. O sea que usted tenía que hacer movimientos también.

-O sea, que usted mató a varios, ¿verdad?
-Bueno,... no maté, de matar, les largaba mochazos, igual que Juan.

-¿Eran haitianos conocidos por ustedes?
-Eran conocidos que nos decían, ‘ay, Juanico, me van a matai'! ¿y qué hacía uno? Obligado usted marcharles, aunque no quisiera.

-¿Qué pasaba con los niños? Eran criaturas indefensas.
-Los niños los ensartaban pa'arriba y los trozaban, era una cosa muy terrible. ‘‘Cuando demandaron a Trujillo en el extranjero, llegó una circular a los alcaldes. Ei día que le llegó la circular al papá de Juan, que era el alcaide, se llamaba Juan Quezada, me dijo, compadre, aquí si hay un servicio apretao. Le voy a leer esta circular para que vea que esto no viene por mí. Viene dei gobierno.
‘‘Señor Alcalde Pedáneo de Manuel Bueno, Juan Quezada. Sírvase nombrar cinco hombres de la sección, que sean hombre joven, guapo, valiente, de dinero, y de de propiedad, hombre que no tenga nada pendiente en la justicia. Que estén dispuestos a defender la patria y que sean amigos de Trujillo’’. Cuando me dijo así, le dije, sí por Trujillo hay que morir, estoi dispuesto a morir'. Si decía que no (risas de Juan Quezada) me iban a fusilar. Me dijo, ‘vea, va uté, va mi compadre Baidemiro Cabrera, Bienvenido Gil, Juan Quezada, hijo, y José Marte, cinco hombres, y el dia 9 de diciembre de 1937 salimos de aquí a las 4 de la madrugada, cada uno en su caballo, para Dajabón. Cuando llegamos nos reunimos 73 hombres y nos laigaron a Montecristi. Tuvimos seis meses acuaitelaos.

-¿Qué pasó en Montecristi? ¿Para qué los llevaron allá?
-A los once días de llegar a cada uno nos dieron un arma, un puñal, un colín, un revólver. Para retratarnos y mandar esas fotografías al extranjero.

-¿Quién era el fiscal, el abogado, el juez?
-El abogado era Olegario Elena, era el fiscal de Montecristi, pero el fiscal del juicio vino de la capital. La primera causa fue el 15 de marzo de 1938. Desde la amanezca fue un rebú, cuando llegamos al tribunal nos dieron la instrucción de que diéramos una patá y largáramos un Viva Trujillo! Me pidieron los datos y me preguntaron sí había declarado. Tenía las instrucciones del fiscal y del abogado, de decir que sí. ‘Sí, señor, magistrado'. Y dijo, secretario, lea la declaración del señor Cabrera. Juan del Carmen Cabrera, residente en Manuel Bueno, soltero, declara que el 15 del mes de octubre, a las 4 de la madrugada se levantó a ordeñar diez vacas paridas que había en su corral, no las encontró, y además habían desaparecido dos caballos y una mula de su propiedad, y enseguida tomó una montura enganchándose un machete, un puñal y un fuete, dirigiéndose a Loma de Cabrera. Al llegar al Cajuil se juntó con José Marichal, Pedro de la Rosa y Demetrio Grullón, que venía de Guayubín y con los alcaides de Las Avispas y Cana Chapetón y junto a ellos siguió a Loma de Cabrera y al llegar preguntó al Alcaide Pedáneo, Faustino Gonel, que si había visto cruzar un ganado para abajo y éste dijo que sí, que se dirigía a Capotillo, para donde siguió la marcha y a la una de la tarde se encontró con un ganado en La Ceiba de Loma de Cabrera, y cuando, le hicieron alto, salieron unos haitianos a su encuentro, obligándonos a pelear, resultando así un cruento combate con bajas de ambos lados. Entre los dominicanos resultaron muertos Matías Furcal, Marcelino Mejía, Luis Mejía, Francisco Pichardo, Zula Placencio y su hija, éstas últimas procedían de Manuel Bueno y las habían matado los haitianos junto a un hombre apellido Jáquez'. Todos estos muertos estaban en mi expediente y yo mantenía la mano tendida respondiendo que sí a todo lo que me preguntaban -los muertos que aparecían en los expedientes, eran gente que Trujillo habia mandado a matar-. Cuando el secretario terminó la lectura, me preguntó el juez si había declarado eso. Contesté que sí -siendo mentira-. Dijo el juez: ‘¿usted oyó esas declaraciones?' Sí, señor magistrado. ‘¿Usted cree que esa es la suya?'. ‘Sí, señor, esa es la mía'. ‘¿usted no quiere agregara algo más a su declaración?' No, señor, magistrado, lo más que haiga que agregai se lo dejamos al licenciado Olegario Elena, que era fiscal de Montecristi, pero era abogado de nuestra defensa. Vaya y siéntese. Eso pasó y a las dos de la taide nos dieron receso para dir a comer y a las dos y media de la tarde, se paró el Ministerio Público, ei ficai, con el código, y le cantó a José Marichal, Pedro de la Rosa, Demetrio Grullón, alias Metón, 40 años de prisión, y a nosotros nos cantaron 30. Pero, Olegario Elena dijo, ‘ mis colegas, tenga pena y piedad, por nuestros compañeros, que se encuentran en el banquillo de los acusados. Recuerde lo que pasó en 1844 cuando etrallaron el primer trabucazo, subieron la bandera dominicana y cantaron el himno nacionai. Derrotaron ai señoi Boyer, pero cuando venía de Santiago para abajo, cogía a las dominicanas si la hallaban quemando cazabes, las sentaban en los burenes prendíos y las bandeaban! Eso lo hizo Boyer. Si estaban en estado, salían las criaturas gritando, figaban a los niños con bayonetas y andaban con ellos y los laigaban a la candela. Eso nos hicieron los haitianos en 1844'. Eso lo dijo el abogado en favor de nosotros. Paaan! Un receso y a las once de la noche fallaron. A José Marichal, Pedro de la Rosa y Demetrio Grullón, le redujeron la condena a treinta y a nosotros a veinte.

-¿Qué piensa de esas matanzas? ¿No tiene remordimientos?
-Si eso no hubiera pasado, ya no fuésemos dominicanos. Porque el haitiano es triple más que el dominicano. Usted no ve a Peña Gómez, fue atajao por el único hombre político que tiene la República Dominicana que se llama Balaguer. Soy balaguerista. Le llevo siete meses a Balaguer, él ta así, viejo y etrujao, poi la faita de mujer. El hombre que no tiene mujei es un trapo. Tengo 67 años de casado, y si me pongo una camisa y la mujei le ve un botón mellao, o una manchita, hace que me la quite. Por eso e que Balaguei está estrujao.

-¿Justifica la matanza?
-Podemos dar gracias que Trujillo inventó eso; fue un desastre tan grande, un derramamiento de sangre que no le voy a decir que fue bueno, porque ya yo me arrepentí. Ya toi esperando la palabra de Dios. Pero, fue lo mejor para la República Dominicana porque se diba a haitianizar otra vez. El dominicano era blanco, pero en esos años, mientras fueron gobierno en 1844, las mujeres mientras más blanca y buenamoza, más gustaba, se apoderaban de ellas, con el podei de encantamiento, porque el haitiano es quien tiene todo el aite (arte), para encantar a la mujer que le pase por el lao.
(suelto) Cincuenta pesos por e servicio
Juan Quezada, hijo del Alcalde Pedáneo de Manuel Bueno, era un hombre hecho y derecho en 1937. Afirma que carga con 87 años de vida.
De la vida antes del ‘corte' recuerda que la convivencia de dominicanos y haitianos era pacífica, que la mayoría de sus vecinos eran haitianos y que los había de todas clases: los honrados y los abigeos. Sus ojos brillan y a su rostro asoma una sonrisa que termina en mueca cuando habla de 1937.
‘‘Los guardias y los civiles reclutados para ese servicio, mataban a los haitianos con colín, casi nunca con armas de fuego. Carrasco y Villalona venían chapeando desde Santiago Rodríguez. Recuerdo los gritos de una vieja cuando la mataban: ‘donnez moi plus, qu'est-ce qui m'a pousée avenir ici!'.
‘‘Cuando se corrió la voz de que estaban matando, a muchas mujeres las mandaron para Haití. El capitán Peguero era de Dajabón, estaba por allá, por aquí todavía no había llegado Villalona. onde mataron muchos fue en la sabana de Dajabón. Los atajaban y los concentraban. Allí los tuvieron por varios días, los sacaban en grupo y zaas! los mataban. Ellos creían que los dejarían regresar a Haití. Pero ahí, en la sabana, fue la gran matanza.
‘‘ Después (en diciembre) me cogió preso el gobierno.. Antonces, él (el gobierno) se denegó de matar esos haitianos, se lo achacó a los civiles, porque robaban ganado, entonces ‘‘probaron'' que fueron civiles los que quisimos matarlos. El gobierno pidió de cada sección cinco hombres que no tuvieran cuentas pendientes con la justicia, que fueran honrados y guapos. El capitán Carrasco pidio cinco hombres, amigos de Trujillo. Dijo que nos llevaba a Montecristi a prestarle un servicio a Trujillo.
‘‘El fiscal dio las instrucciones de lo que teníamos que declarar. Contamos que no jallábamos qué hacer con los robos que hacían. Le mandamos una carta al gobierno, diciéndoles que las familias de nosotros se estaban muriendo, nos mandaron dizque cien pesos, pero nada más nos dieron 50 por los servicios pretao''.


1929

El establecimiento de una demarcación definitiva entre República Dominicana y Haití, tiene como precedentes políticos las guerras del siglo XIX y como el jurídico más firme, el Tratado de Límites de 1929, firmado entre el presidente Horacio Vásquez, por la República Dominicana y el presidente Bornó por la República de Haití, Tratado de Límites que no implicó un trazado, dado que no más llegar Rafael Trujillo al poder en 1930 manifestó el interés de revisarlo, conllevando ello las reuniones entre Trujillo y Vincente en 1933 en Haití (Ounaminthe) y República Dominicana (Dajabón), cuyo resultado fue la constitución de una Comisión Mixta para tales fines. Fuente: José Israel Cuello, Documentos del conflicto domínico-haitiano de 1937.

  • 1934

(Noviembre)
Trujillo se trasladó a Puerto Príncipe

  • 1935

(Febrero)
Vincent se trasladó a Santo Domingo.

  • 1935

De acuerdo al censo realizado en 1935, el país contaba con una población de 1,478,121 habitantes, de los cuales 1,406,347 eran dominicanos, y el resto extranjero. En la segunda cifra se incluían 52,657 haitianos que residían legalmente en territorio dominicano. El número de ‘ilegales', era muy superior. aunque nunca se calculase con precisión. Entre Dajabón y Restuaración, por ejemplo, había una población de 26,195 habitantes. Solo 1,511 vivían en la zona urbana. Los misioneros jesuitas calculaban la población de esa zona a su llegada en más de 35,000, de los cuales, casi 30 mil ‘eran de raza haitiana'. Fuente: José Luis Sáez, Los jesuitas en la República Dominicana.

  • 1936

En Marzo se firmó el nuevo Tratado límitrofe, cuyo canje de ratificaciones se produjo el 14 de abril siguiente.

  • 1936

De 35 mil habitantes, 30 mil eran haitianos (en la misión fronteriza, desde Copey a Restauración). Vivían en miserables bohíos y ocupados en las faenas del campo; unos como pequeños propietarios cultivando sus conucos; muchos trabajando alquilados por un insignificante jornal y unos cuantos traficando con café y cacao. Todo el territorio estaba haitianizado pues el comercio y el tráfico con Haití era libre. No se hablaba español en la mayor parte de los campos y poblados, sino el patuá haitiano o creole, francés especial y bárbaro; la moneda que circulaba era la haitiana. El carácter dominicano y haitiano difería. El dominicano sentimental, hospitalario, amigo de lucir, débil y flojo para el trabajo y de pocas iniciativas; el haitiano misántropo, receloso, superticioso, frugal, desaliñado, zafio, recio para los trabajos rudos. En general toda la población era pobre y con gran retraso cultural. Casi el 90% analfabetos''. Fuente: Francisco Gallego, S.J.

  • 1937

(Septiembre)
‘Las cosas fueron poniéndose más serias, y el cumplimiento de la orden de salida a urgirse más, y a delatar como haitianos a los negros que no sabían hablar dominicano. Los haitianos más avisados empezaron a emigrar, y frecuente era, en mis excursiones de septiembre encontrarme con familias enteras, con lo puesto y un atillo de ropa, se dirigían a la frontera para acampar en territorio haitiano a la orilla del río Libón, pues no tenía nada ni nadie en Haití. Todo esto hacía sospechar que algo gordo iba a suceder, y más cuando se corrió de boca en boca que los vecinos de Haití estaban robando el ganado a los dominicanos. En esos días dsubí a Restauración, y me informeé que la cárcel estaba llena de haitianos detenidos, y que muchos de los que habían pasado a Libón, estaban pasando hambre'. Diario del padre Francisco Gallego, S.J., publicado por José Luis Sáez, S. J., Los jesuitas en la R.D.

 

(Octubre)
El 4 de octubre a las siete de la noche fui a la iglesia, y al dirigirme a los asistentes, no había más que unas ocho personas y, entre ellas, cosa insólita, el capitán Carrasco. Se retira, y mando a salir a los pocos y mientas cierro las ventanas, oigo la detonación de unos tiros y los que habían venido al rosario entran de nuevo asustados pidiendo protección. A la mañana siguiente empiezan a llegar las noticias de que han aparecido muertas tres haitianas, y que por orden de las autoridades salían del pueblo las mujeres y los niños, quedando acuartelados los hombres. Durante el día recogí más datos sobre la hecatombe. En la Sabana de Santa María y a lo largo de la frontera, los militares habían asesinado a arma blanca centenares de haitianos, en su mayoría mujeres y niños, que eran conducidos de los campos vecinos por alcaldes pedáneos o por los guardias. Sus cadávares fueron cubiertos con algo de tierra, despeñados por precipicios o arrojados al río. Francisco Gallego, S.J.

 

(Noviembre)
‘De los 34 mil habitantes que había en la misión, quedarían solamente unos cuatro mil, los dominicanos nada más. Aquella multitud de haitianos que llenaban las ermitas y cercaban al Padre para confesarse; aquellas caravanas que cruzaban los campos con sus niños a la cadera para bautizarlos cuando llegara el Padre, ya no se veían. Bohíos abandonados, parcelas yermas, perros extraviados que aullaban buscando sus amos; desolación y soledad en nuestros campos e intensa pena en nuestra alma por los desaparecidos y por la responsabilidad de los que los habían hecho desaparecer, era lo que sentíamos en aquél recorrido en el que restos humanos aparecían en el borde de los caminos’’. F. Gallego, S. J.


Listín Diario, 11 de octubre 1999

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