LAS MANOS
El proyecto de urbanización Luz y Amor se convirtió
en cemento y varillas de acero en las afueras de la ciudad de Santo
Domingo. Los obreros que habían trabajado en la construcción
de las seis manzanas de viviendas estaban orgullosos.
Antes de terminar, muchas familias que habían firmado contratos
con el Estado ocuparon sus apartamientos y hubo que pintar las viviendas
y ponerles luz cuando ya estaban dentro los inquilinos.
Camiones de obreros que habían construido Luz y Amor se marchaban
a trabajar en las zanjas al otro lado de la ciudad cuando los muchachos
comenzaron a considerarse amigos. En el solar enorme donde quedaron
los materiales inservibles amontonados, se encontraron a sus anchas
y jugaron hasta que sus madres los atraparon sucios y alegres.
-No pareces hijo mío. Estás como los obreros que vimos
cuando vinimos a vivir aquí... En nuestra familia nunca se ha
visto esto.
Y las señoras llevaban a los niños a cierta distarancia
como si temieran ensuciarse.
No había remedio. Al día siguiente los muchachos volvían
a jugar en el solar y se ensuciaban tanto que las madres no sabían
cuáles eran sus hijos y cuales eran los de las vecinas.
Muchos hombres estaban de acuerdo con que los muchachos se criaran así
y hasta se acordaron de los juegos que había en su tiempo y se
detenían a contemplarlos. Los muchachos Los muchachoa!
Los gritos y las carreras se impusieron porque estaban sanos y fuertes
y sus madres ya podían decir a cada paso:
-Vienen muy sucios pero me gusta verlos así porque están
fuertes.
La mañana en que llegaron unos camiones y sacaron
todos los materiales inservibles del solar fue acogida con abrazos y
gritos de alegría de todos los niños.
Sólo quedó la hierba, casi tan grande como ellos pero
otro día vinieron y la cortaron; rodearon de zinc todo el solar
y empezaron a construir.
Los muchachos se quedaron fuera mirando y después volvieron a
los apartamientos, despacio.
Decenas de hormigas cargaban herramientas, su daban y abrían
la tierra. Decenas de hormigas descargaban bloques de cemento y varillas.
El domingo Miguel Desk, un hombre ocupado, sacó
un poco de tiempo para hablar a su hijo. Su intervención era
necesaria.
-Hay cosas que solo se comprenden con los años, muchacho... Cuando
los hombres empezamos a construir algo, siempre tenemos la razón.
Nosotros hemos vivido y esto nos autoriza a hablarte con fundamento...
Olvídate del barro y de todo lo demás. Hoy empieza otra
vida para tí.
Pero el muchacho no se acostumbraba a la idea de que se pudiera construir
encima de la felicidad, y se unía a los demás para ver
los trabajos que avanzaban con mucha rapidez. Hacia tiempo que estaba
prohibido jugar en las calles de nuestra ciudad. El tránsito
de vehículos era intenso. Los muchachos continuaban esperando
en las aceras, sentados y tristes.
-Están construyendo la cárcel! Están
construyendo una cárcel, dijo María a Miguel Desk cuando
volvió del trabajo.
-No lo podemos permitir. Nuestros hijos, Miguel, nuestros hijos no deben
vivir al lado de una cárcel. No lo podemos aceptar!.
Por todas partes se oyó la misma frase: "No lo podemos aceptar".
Miguel Desk fue uno de los que recogieron firmas en todas las casas
para pedir que hicieran la cárcel en otro sitio. Pero la construcción
continuaba y los gobernantes no respondían. Los inquilinos enviaron
comisiones a todas partes y las despreciaron,
Entonces fue la manifestación de los hombres.
Salieron de todas las viviendas y marcharon hacia el Palacio de los
gobernantes, coreando y gritarndo. En el camino mucha gente simpatizó
con su causa y se les unió. Era una verdadera multitud. Pero
los gobernantes no estaban allí.
Miguel Desk fue uno de los que regresaron a la cabeza de la manifestación:
estaban furiosos. Echaron abajo las planchas de zinc que rodeaban las
obras y ya estaban dentro del solar cuando llegó la policía.
En el camino a la cárcel vieja los gendarmes golpearon a los
hombres de la manifestación hasta hacerlos sangrar. Anotaron
los nombres en la lista de los enemigos y los pusieron en libertad.
Cuando Miguel Desk llegó a su apartamiento de noche tenía
en el rostro señales de los porrazos de la policía y la
ropa desgarrada. Encontró a su hijo llorando.
De pronto comenzó a frotarse las manos y a sonreír con
un aire de superioridad:
-Hay cosas que solo se comprenden con los años!... Se necesita
una cárcel para que no anden sueltos los criminales por todas,
partes. Cuando los hombres empezamos a construir algo siempre tenemos
la razón.