Luis Días: padre muchas veces de la música moderna dominicana
marivell contreras
“Bebete tu romo, fúmate tu vaina, pero nunca dejes de crear ni de trabajar”, es una de las frases de Luis Días que aparece en Wikipedia. Iniciamos este perfil de Luis con esa frase, no porque alienta al consumo de productos embriagadores y alucinantes, sino porque retrata de alguna manera a ese gran artista que fue Luis Días: el cantautor, el músico, el investigador folclórico y el maestro de la identidad sonora de nuestro país.
Un hombre que supo mantener durante 35 años una labor creativa ininterrumpida y de una incuestionable calidad. Muchos pudieran ruborizarse, pero es una verdad como un templo, que Luis Días fue el referente directo de lo que habría de ser la propuesta musical de Juan Luis Guerra.
Porque Luis, que vino de su pueblo natal (Bonao, 21 de junio 1952) ya impactado por la música autóctona que era el pan nuestro de cada día en su casa, fue un joven inquieto que vistió siempre como un roquero y que tuvo sus ideas distintas de la sociedad desde siempre, por eso casi acabado de llegar a la capital, de la mano de Sonia Silvestre, Yaqui Núñez y Cholo Brenes, su carta de presentación “Obrero acepta mi mano”, se convirtió en una bandera de la clase trabajadora no solo en su voz, sino en la de los venezolanos Guaraguo que la pusieron en boca de toda América Latina.
Esa vocación social, creó a un artista que si bien sus canciones sirvieron para que otros artistas amasaran fortuna, en su caso el dinero solo servía para resolver la necesidad del momento. Era, Luis Días una persona muy sensible y un personaje muy especial.
Lo podemos retratar además de sus altos logros y reconocimientos que iniciaron con un Premio Dorado en el 1984, dos Premios Casandra (1989 y 1990), hasta convertirse en Patrimonio Cultural del país en el 2005 y que tiene confirmación internacional con los recibidos en Boston y en Filadelphia, por sus actitudes y comportamiento, siempre rebelde y ajeno al mercado o a la conveniencia social. Aún así, en algunas oportunidades, Luis se dejaba conducir de Luis Molina quien regenteó desinteresadamente su obra y trabajo desde Patin Bigote.
En uno de los momentos más altos de su carrera, que es resplandeciente en términos de resultados, Luis fue homenajeado por el Centro Cultural de España con tres días dedicados a su obra, la publicación de un disco y un libro denominado Luis Días: Jaleo Dominicano. Y, sin embargo en el concierto de cierre de ese evento, apareció su niño interior a protestar por lo que los españoles le habían hecho a los nativos dominicanos con la Conquista. Terminó maldiciendo a los españoles y ofendiendo a Ricardo Ramón Jarné promotor del encuentro en el que resultó hasta golpeado por el artista.
El autor de otras piezas clásicas del repertorio social dominicano como Liborio, El Guardia del arsenal, Los niños sin padres y Mamá Tingó, vivía y pernoctaba en la Zona Colonial, espacio del que se convirtió en duende y angel guardián.
Se quejaba. Sí que lo hacía. En uno de los jueves de noviembre en que Xiomara Fortuna cantaba en Casa de Teatro, el 21, estuvo presente y hasta se animó a subir a tocar su armónica mientras la diva negra de la música raíz hacía una versión a guitarra y voz de El Guardia del Arsenal.
Esa noche nos reunimos en el frente del espacio, con Susana Silfa, se la presenté y luego de ella expresarle su admiración y de cantarle su versión del tema, le dijimos que ella es la esposa de Yaqui. Se volvió loco de alegría, le mandó besos a Yaqui, le prometió producirle un disco a Susana “no es por ti, es por Yaqui”, en agradecimiento por la mano amiga recibida cuando él la necesitaba.
Lamentó que siendo fundador de Casa de Teatro ya no lo dejaran cantar allí -no se pueden olvidar las varios líos que se armaron en sus últimos conciertos-, y de que a estas alturas todavía tuviera que salir de su casa con dos o tres discos para manejar su día a día. “Tiempo de ocio”, es el título del último disco que grabó Luis y que venía vendiéndolo personalmente desde hace meses. Un trabajo muy bien logrado y que mantiene la esencia de rock-folk que caracterizó al que también llaman el Bob Dylan dominicano.
Luis tenía un pensamiento claro de cada cosa. Apoyaba el merengue de calle, pero sostenía que los muchachos tenían que prepararse para que hicieran mejores grabaciones. Y es que en su caso, nada impidió que él siguiera creciendo. Sus letras, a veces crudas, pero siempre sorprendentes, iban acompañadas de arreglos depurados y de un sonido que podía matar de envidia a cualquier artista del país o de fuera.
Aunque rechazaba el sentimentalismo escribió una pieza romántica como Marola o feminista como Yo quiero andar. Sus personajes eran de la vida cotidiana, del barrio, del pueblo, como Andresito Reyna, el que se bebía el trago y también la botella.
La mayoría reafirmaban la identidad del dominicano y sus circunstancias de exclusión social como el caso de El accidente, Los vecinos oyen, El Bufeo, Los Mosquitos puyan, La manguera.
Logró la adhesión popular con su famosa canción Baila en la calle y Las vampiras, y el público que le fue más fiel siempre fue el joven, el rebelde, el que creció con conciencia de clase o de identidad, para quienes no hay dudas, Luis Días es una especie de sumo sacerdote de la autenticidad.
Recuerdo que cuando trabajaba en el Bulevar hicimos un concierto con Luis Días y cuando él se subió a la tarima lo primero que preguntó al público fue: ¿a quienes de los que están aquí les gusta José José?
Los que cayeron en el gancho, fueron despachados bajo el alegato de que “este concierto no es para ustedes, ni para nadie que venga enamorado agarradito de mano”.
Lo último que recuerdo de Luis fue la risa que nos provocó esa noche a Susana y a mí con la historia de las llamadas bipeo (que te marcan y te cierran para que tu devuelvas) y otras intimidades graciosas. Terminamos el encuentro con una foto, que él calificó tan linda “que deberíamos enterrarnos juntos. Nosotros mismos nos echamos tierra y que los demás nos echen de todo...” Un beso y una promesa de reencuentro solo quedó.