José Manuel Guzmán
Ibarra
La crisis, se ha dicho
ya, es además de económica es ética. No se trata
sólo, de que el modelo económico, también se
ha dicho, se haya ido agotando, sino que la sociedad ha fundamentado
sus valores en un espejismo. La idea de desarrollo no está
ligada, lamentablemente, a la necesaria idea de la productividad y
la eficiencia, es decir, del trabajo. En cambio, la riqueza fácil,
si legal –o si exitosa en eludir la ley sin ser descubierto-
es legítima para los valores imperantes.
Se sabe de los espejismos
que además de atractivo son insostenibles, al tocarlos desaparecen.
Sin embargo, tan claro se le presenta al que lo visualiza que no existen
muchas posibilidades de que se dé cuenta de la realidad hasta
que ya es muy tarde. Lo que se percibe es real, aunque lo real no
siempre se percibe. Así, muchos piensan que podemos sostener
una economía sobre la base de actividades no productivas, aún
si por tales entendemos sólo aquellas actividades rentistas
o especulativas. La defensa frente a cualquier crítica viene
porque se es parte de ese cómodo status quo, se es parte del
espejismo.
Muchos argumentan que
una crítica a ese sistema de privilegios es, por decir lo menos,
atávico, y por decir lo más, subversivo. Ni una cosa
ni otra merece mucho la pena responderla, ya sea porque lo atávico
o lo moderno han cambiado demasiado sus contenidos en estos días
de guerras preventivas y fracasos de multinacionales o porque lo subversivo
no siempre es indeseable. Si no se subvierte el orden trujillista
hubiera permanecido un régimen de terror, por ejemplo.
Sí vale la pena
decir que el sistema económico más eficiente es el que
se fundamenta en los beneficios. Eso que se ha llamado capitalismo
y que bien orientado puede, perfectamente, resultar en grandes beneficios
para la humanidad. Sin embargo, cuando desde la óptica de la
moral se nos dice que hay uno que es salvaje porque se fundamenta
en la corrupción, pareciéndose muy mucho a la anarquía
que se suele argumentar para asustar a los que critican, y que puede
llevar y de hecho lleva al enfrentamiento bélico, a la injusticia
social y a la perversidad institucional -hasta el extremo del fraude
electoral- entonces es válido preguntarse si ese capitalismo
salvaje es viable o no será sólo un espejismo.
Si además, se
nos dice, con las herramientas ajadas y sin pretensiones que nos da
la ciencia, que existe un capitalismo eficiente y uno ineficiente,
uno que crea y transforma y uno que se amplia sobre la base de lo
estéril, haciendo que los que se benefician no sean los mejores
en ningún sentido, entonces esto también debería
servir de referencia para aquellos que tienen disposición y
capacidad de pensar, máxime si también –aunque
no siempre vayan juntos- se tiene la responsabilidad de incidir o
decidir, para preguntarse si el camino de la ineficiencia, de la riqueza
especulativa, estéril, nos puede llevar al desarrollo económico.
Así, en nuestro
país, el tema no es socialismo y utopías versus capitalismo,
aquello demostró su fracaso. Tampoco se trata de una sociedad
religiosa versus una pagana, todos saben que la mezcla de lo político
y lo religioso no es buena mezcla. Ni siquiera se trata de la ciudad
de Dios versus la ciudad de la perdición, no se trata de maniqueísmos.
El reto es construir una sociedad moderna, competitiva, fundamentada
en los beneficios ganados sobre la base de la productividad y la creación,
y de un sistema político democrático e institucional.
Las propuestas, sean de renuncia o sean de diálogo, para tener
fundamento y buen destino deben tener claro este tema.
Así como hay
activos embargables -aquellos comprometidos con acciones fraudulentas,
o compromisos financieros legítimos- también hay propuestas,
ideas, y políticos que son embargables, por exactamente las
mismas razones. Hay propuestas que están comprometidas con
acciones fraudulentas o que tienen compromisos financieros. Nadie
que tenga algo pendiente de explicar puede mantenerse en el poder
o disponerse a obtenerlo, mucho menos proponerse construir ese nuevo
orden necesario.
Esas propuestas embargables
no nos sirven, buscan perpetuar una plutocracia que no se fundamenta
ni en la eficiencia, ni en la productividad, mucho menos en la justicia.
Comprometidas, taimadas, hipócritas y lo peor, alejadas de
la institucionalidad formal o de su espíritu, no buscan el
final de ese status quo estéril, sino su acomodamiento luego
de la crisis. Las que necesitamos son otras, orientadas a fortalecer
una visión de desarrollo, de modernización entendida
más allá de lo formal.
Necesitamos más
líderes y menos candidatos, una propuesta que no sea embargable,
un sentido más allá de lo coyuntural. Entender que el
planteamiento moral, no es un argumento místico e irrealizable,
sino una propuesta de convivencia. No se trata de derrumbarlo todo,
ni de construir lo imposible. En cambio, se trata de construir el
país que podemos, el país que merecemos. Aunque parezca
que es todo lo que se derrumba, como en los espejismos.