Jimmy Hungría
[Jimmy Hungría es ensayista, cronista y corrector de estilo. Para contactos: jimmyhungria@hotmail.com]
Alberto Perdomo Cisneros es el autor de la impactante fotografía de 1967 que forma parte de la exposición “Lecturas de la Calle El Conde” (Centro Cultural de España, del 4 de agosto al 10 de septiembre de 2023, curada por Miguel D. Mena) en que aparecen, en una esquina de la emblemática vía de Santo Domingo, varios publicistas, artistas y escritores, casi todos pertenecientes al grupo “El Puño”, uno de los cuales, Armando Almánzar Rodríguez, fue el más íntimo amigo del fotógrafo.
[En la fotografía de Alberto Perdomo, tomada en 1967 en la esquina del Conde con 19 de marzo, figuran de izquierda a derecha, el crítico de arte Arnulfo Soto, el cuentista Armando Almánzar, ligeramente oculto el actor y dramaturgo Iván García, el pintor Conde Ramírez, el dramaturgo, el poeta y narrador Miguel Alfonseca, personaje no reconocido, el pintor José Cestero, el escritor René del Risco Bermúdez, el pintor Norberto Satana, el cuentista Rubén Echevarría y el pintor Dionisio Pichardo. Foto cortesía de su autor. Nota M.D.M].
Alberto acompañó a Armando cuando este fue a reunirse con Rafael Herrera,
en 1963, para pedirle que le publicara sus críticas de cine en el Listín
Diario, que estaba próximo a reanudar su circulación, suspendida desde hacía 21
años por la dictadura de Trujillo. En efecto, el primero de agosto de 1963, en
la primera edición del Listín Diario en su nueva etapa, apareció la primera
crítica de cine de Armando. La película analizada fue “The Roman Spring of Mrs.
Stone”, basada en la novela homónima de Tennessee Williams, dirigida por José
Quintero y protagonizada por Vivien Leigh y Warren Beatty.
En 1967, cuando Armando publica su primer libro de cuentos, “Límite”, el
prólogo lo escribe Alberto, quien también escribiría los prólogos de otros
libros de Armando, así como pronunciaría las palabras de presentación en los
actos de puesta en circulación de varios de ellos.
Alberto fue uno de los cuatro amigos escogidos por Armando para
seleccionar los 21 relatos que integran su “Antología casi personal”, publicada
por la Editora Cole en 2001 (Arturo Rodríguez Fernández, José Alcántara
Almánzar e Ida Hernández Caamaño fueron los otros tres).
A continuación, reproducimos las palabras de Alberto al presentar el
libro de Armando titulado “Tres Novelas
Cortas”, el 27 de abril de 2012:
“Pocos meses después de terminada la contienda de abril de 1965, se
fundó, por cierto en mi casa de recién casado, en la calle Santomé, el grupo
“El Puño”, en el que, con más entusiasmo que rigor, esperábamos hacernos
presente en el panorama literario de aquellos días, como portavoces de una
nueva generación que desde posiciones más aguerridas, transidos por la lucha
que truncó la intervención extranjera, pretendía ocupar un espacio que se
sustentara en el compromiso con los intereses del pueblo y se expresara, en
sintonía con nuestras realidades, con el imaginario y el nuevo lenguaje que
comenzaba a aparecer en la América Latina, pronto conocido como el Boom.
“El Puño” se constituyó, no quiero olvidar nombres, con figuras ya
conocidas, que habían publicado, como Ramón Francisco y Marcio Veloz Maggiolo,
y los jóvenes, Iván García, René del Risco, Miguel Alfonseca, Rubén Echavarría,
Armando Almánzar Rodríguez, a los que poco tiempo después se sumaría, a
quien hoy se dedica esta Feria del Libro, entonces un joven adolescente,
Enriquillo Sánchez. También los pintores Ramírez Conde “Condesito” y Norberto
Santana.
Se nos asignó, o nos asignamos, la función de críticos, en pintura a
Arnulfo Soto y literario a quien hoy les dirige la palabra. En esa calidad nos
tocó presentar y prologar el primer libro de poemas de Miguel Alfonseca y
el primero de cuentos de Armando, “Límite”, por cierto, ambas ediciones
pobrísimas de muy pocos ejemplares.
La historia de “El Puño”, su evolución, la dispersión de sus miembros,
merece ser contada, pero en otra oportunidad, puesto que lo que hoy nos convoca
es la puesta en circulación del último libro de Armando Almánzar Rodríguez, Premio
Nacional de Literatura, ¡nada menos que su número 16!, titulado simplemente “Tres
Novelas Cortas”.
45 años después de “Límite” me escoge de nuevo para hacer su
presentación ante sus lectores y amigos. Quiero pensar que me ha convocado por
la genuina amistad que nos congrega desde la primera juventud, más que por
la capacidad crítica que generosamente me concede, en el mejor de los
casos, resultado de las muchas lecturas acumuladas. La relación que hemos
mantenido desde hace tantos años me ha permitido tener una especie
de inside de sus motivaciones más íntimas, ser testigo de su
compulsión por escribir que no cesa y de su particular visión de lo propiamente
dominicano dentro de la literatura latinoamericana y la cultura universal.
Aunque estoy convencido que la calidad literaria, el valor estético de
un texto, se debe apreciar dentro de sus límites estrictos, cuento, poema
o novela, admito que, como a muchos, me atrae conocer las pasiones,
manías, el entorno vital, las pulsiones internas, los conflictos, en fin, aquellos
detalles biográficos que amplían el modo en que juzgamos a los autores,
conocer de algún modo las claves personales que nos permiten establecer
una íntima relación que, como advirtió Borges, nos hace cómplices,
difuminando la distancia formal entre el escritor y el lector. Aunque no
siempre esto es posible, en el caso de Armando Almánzar este conocimiento,
como ya dije, viene de lejos, es personal, preliterario, arrancó en la primera
juventud entre las viejas calles del Santo Domingo colonial.
Asiduos a las cafeterías y esquinas de El Conde, compartí con él libros
y confidencias. Desde los oscuros y tenebrosos finales del trujillato,
esquivando los hilos de la enmarañada telaraña opresiva del régimen, soñábamos
con la libertad y los cambios democráticos que ingenuamente creímos habrían de
ocurrir tras su desaparición. Luego del 30 de mayo de 1961, nos lanzamos
literalmente a las calles a participar sin malicias en los eventos que se
sucedieron en aquellos años vertiginosos de destape ideológico, adhesiones
políticas fervorosas y luchas callejeras, que culminarían con la guerra
civil del 65. La experiencia vivida entre estas dos fechas decisivas de nuestra
historia reciente dejó en Armando, como en otros, la resaca de una frustración
vital. Esa experiencia traumática, junto al recuerdo de su infancia en el
caserón del abuelo y el tránsito por unas pocas cuadras del Santo Domingo
Colonial, gravitarán en toda su narrativa, si no como escenario sentimental,
como sustrato existencial de muchos de sus caracteres más logrados.
Al cabo del tiempo transcurrido desde su ópera prima, sorprende la
consistencia de su oficio de narrador, en un país donde frecuentemente se
desvanecen las ganas de muchos de nuestros escritores, enfrentados a un mercado
literario que no acaba de crecer, escasa promoción y un número de
lectores estático que limita el número de ejemplares por edición a una
cantidad que ha variado muy poco en años, aunque es justo consignar que en los
últimos tiempos se han multiplicado esperanzadoramente las ediciones y las
ventas de libros dominicanos, especial mención a los esfuerzos del Sr. Lantigua
al frente del Ministerio de Cultura.
Junto a Marcio Veloz Maggiolo, su coetáneo, Armando mantiene una
producción continua que suma ya ¡16 títulos!, algo verdaderamente admirable,
tanto más cuando la calidad de su prosa y el hechizo de sus historias se
renueva constantemente, cautivando a sus lectores habituales y a aquellos otros
que empiezan a relacionarse con su obra. El cuento corto, a veces muy corto,
una página, otras una pequeña novela, ha sido el flujo más constante de su
creación, al margen de sus novelas formales escritas más recientemente, sus
artículos periodísticos y su larga trayectoria como crítico de cine, todo un
polígrafo.
Siempre me ha intrigado la entrega casi exclusiva de Armando a sus dos
pasiones artístico-intelectuales; por muchos años en su diario vivir se trenzan
el cine y la escritura de ficción, primordialmente, el cuento. Con una
asiduidad que no cesa, devora películas tras películas y escribe historias tras
historias, no ha variado en la radical elección de sus dos afanes. En cuanto al
cine me consta que su encantamiento por la sala a oscuras y la pantalla,
precedió al ejercicio profesional de la crítica especializada. En lo que tiene
que ver con las letras, eligió la historia corta. Obviamente hay elementos
comunes entre el cuento, que viene de viejo, y el cine, una expresión artística
moderna. La brevedad forzosa de una cinta guarda relación con la extensión de
un cuento; ambos se ciñen a una sola historia sin desviaciones, la intensidad
debe lograrse en pocas escenas o en pocas páginas, y el espectador llega al
final, en ambos casos, en una sola jornada o lectura.
Sus historias tienen punch, oficio, cuentan algo concreto
con personajes densos, extraídos de una realidad existencial que no deja dudas.
Otros son oníricos, historias soñadas, donde el protagonista se desvanece y
pierde el sentido de lo concreto, figurándose o figurando una realidad que no
está ocurriendo sino en su propia cabeza. Pero independientemente de
cualquier categorización temática de su obra, lo que percibe el lector, lo que
lo seduce es, como en toda historia bien contada, sentirse desde el
principio tomado de la mano por el narrador que lo conduce con su aceptación
complacida, al orbe de su creación, haciendo que la sienta como experiencia
propia y que, por el tiempo de su lectura, viva en esa otra realidad ficticia.
El volumen que ahora llega a sus manos es una nueva muestra de su
capacidad estilística hilvanando historias que cautivan al lector desde el
primer párrafo, cuando no por la contundencia de lo contado, por la destreza
con que despliega la trama, y acaso por un final inesperado, que nos
deja pensativos, con el libro en el regazo, recreando al margen de lo
leído, otros finales posibles.
Contiene, como dice su título, tres historias, muy distintas
entre ellas que solo comparten el mismo escenario físico, la ciudad de Santo
Domingo, en tres ambientes barriales que representan, a su vez, distintos
niveles de convivencia. Una transcurre en el corazón de la Ciudad Colonial, clase
media; otra en el vecindario de San Miguel, barrio popular intramuros; y
la tercera en un moderno edificio de apartamentos de la periferia que
representa la máxima aspiración de las clases altas o de los trepadores
sin escrúpulos. Las tres historias, que no pretendemos resumir aquí, son muy diferentes
y no comparten elementos comunes, no es una trilogía.
El ritmo, como en casi todo lo cuenta Armando, es trepidante. Los
finales, especialmente en una de ellas, sorprenderán al lector más avezado. Si
una es casi policíaca y aparece el capitán Cardona, para los que no lo conocen,
un insólito investigador en una policía como la nuestra, que ya estuvo en una
de sus novelas previas (y tengo entendido, será el protagonista de la
próxima a publicar), en otra el trasfondo son las telenovelas y radionovelas de
los sesenta y setenta que marcan un contrapunto sentimental con la historia en
primer plano de un puñado de personajes, pintados con toda deliberación,
como los protagonistas de las historias populares de Mario Emilio Pérez. En la
tercera, “El Paraíso”, una torre de lujo, microcosmos donde conviven y se
enfrentan los ocupantes de los pretensiosos apartamentos, banqueros, militares
retirados, comerciantes sin escrúpulos, funcionarios corruptos, que
representan, casi hasta la caricatura, las aspiraciones que enajenan a tantos
dominicanos en su lucha por alcanzar aquello que entienden el símbolo del
máximo nivel en la escala social.
Finalmente, insisto en que más allá de las propias historias contadas,
que son tan particularmente nuestras, lo más apreciable de ellas es que el
autor logra una vez más sumergirnos, casi hasta la asfixia, por el breve tiempo
necesario para producir el encantamiento, la inefable sensación de apartarnos
de la cotidianidad, durante ese momento mágico que hemos vivido en el mundo
de la ficción, de la buena literatura, de la literatura de Armando Almánzar
Rodríguez”.