El
epistolario de Hostos, aquellos puentes del Gran Caribe
Miguel D. Mena
En medio del desolador panorama de los estudios y publicaciones
de historia dominicana, hay una publicación que colma cantidad
de vacíos sensibles en ese paso vital que se concentra en el
último cuarto del siglo XIX. Se trata de la obra "República
Dominicana y Puerto Rico: Hermandad en la lucha emancipadora. Correspondencia
1876-1902 (Eugenio María de Hostos, Federico Henríquez
y Carvajal, Gregorio Luperón y Fidelio Despradel" (2001).
La compilación se la debemos a la historia puertorriqueña
Vivian Quiles-Calderón, quien de paso dirige el Instituto de
Estudios Hostosianos, adherido a la Universidad de Puerto Rico, la editora
de la obra.
Desaparecidas en los años 80 aquellas dos cumbres que fueron
don Emilio Rodríguez Demorizi y don Vetilio Alfáu Durán,
restringida la labor de compilación de Bernardo Vega a la época
del trujillato, ya pensábamos que para la otra historia dominicana
no había dolientes.
Sin embargo, desde la hermana Borínquen ahora nos llega esta
contribución fundamental. Se trata del epistolario que Eugenio
María de Hostos (1839-1903) mantuvo con aquellos cuatro ilustres
dominicanos. Aunque algunas de las cartas ya habían sido publicadas
por Rodríguez Demorizi en "Hostos en Santo Domingo"
(II, 1942) y "Luperón y Hostos" (1975), el grueso de
los textos habían permanecido intocados en los archivos del Museo
de Historia, Antropología y Ate de la Universidad de Puerto Rico.
Recopilación esencial ésta que tenemos en las manos. Ya
en la dedicatoria sentimos la gran vocación caribeñista
que la sostiene. El libro se le dedica "a la memoria de Manuel
Maldonado Denis y José Francisco Peña Gómez, que
tan ejemplarmente vivieron la hermandad antillana..." La introducción
de la doctora Quiles-Calderín es más que esclarecedora,
no sólo sobre los grandes confines de la amistad entre estos
cinco ilustres de nuestras tierras, sino sobre un gran espectro de la
política, la educación y la acción revolucionaria
de aquel entonces. Constancia y pasión fueron las compañeras
de luces que iban desde las grandes de la Historia hasta las más
mínimas de la cotidianidad.
Con Federico Henríquez y Carval (1849-1951), el "hermano"
de Martí y el tronco más grande la tradicional familia
Henríquez, educación y lucha independentista son las pasiones.
Será con él con quien Hostos mantenga el intercambio epistolar
más sostenido, desde 1881 hasta la muerte del puertorriqueño,
en 1902. La Reforma Educativa que se había puesto en marcha en
aquel decenio de 1880 es el tema principal. Pero, más allá
de los afanes entre aulas y pasillos, también está la
cotidianidad de Santo Domingo y Puerto Rico, que se mantendrá
a pesar de aquellos diez (1889-1899) de estancia chilena del Maestro.
Mientras don Fed le informa sobre todo lo que pasa -desde los avatares
de la dictadura de Lilís hasta la epidemia de la gripe -que ya
toca en la puerta de Salomé Ureña, futura víctima-,
Hostos tiene tiempo para reflexionar sobre la realidad política
del país austral y las direcciones del poder político.
La guerra de independencia en Cuba y Puerto Rico, las tendencias anexionistas
y la manera en que aquel "norte revuelto y brutal" planeaba
ya sobre aquellas islas, también forma parte de las preocupaciones
de aquellos dos independentistas óseos.
El mismo tono tendrá la correspondencia con Gregorio Luperón
(1839-1897), a quien Hostos supone como la figura esencial para coordinar
actividades revolucionarias caribeñas. Incluso, llega un momento
en que a éste le pida interceda para sacar de la prisión
a Máximo Gómez, futuro general de Cuba y otra de las víctimas
del lilisismo. De paso, también se producen algunas confesiones
personales que dudo estén en aquella biografía que del
héroe restaurador escribiera Hugo Tolentino Dipp.
El tercer conjunto de cartas se estableció con Fidelio Despradel
(1865-1925). Sin conocerse personalmente, guiado sólo por esa
áura que el Maestro despedía en aquel Santo Domingo que
se desperezaba, el joven educador Despadrel se planteó con el
Maestro un diálogo sobre la viabilidad política de la
Isla. Desde Chile, en carta fechada el 5 de septiembre de 1890, le escribe
sobre el lilisismo, "que el mal es muy más hondo de lo que
temía, pues que cuando a peores pies se ve la República
es cuandomás esclava de sus propios vicios se muestra" (p.
255).
La relación del intelectual y del tribuno, del político
y del educador, se dan aquí desde planos en movimiento. Mediante
este grandioso epistolario bien que podremos plantearnos aquella cotidianidad
donde se va dando el salto de la aldea a la metrópoli, de la
colonia a la república.
En buenahora que se ha publicado este texto en cuyas trescientos cinco
páginas nuestras islas caribeñas se van movimiendo dentro
de un mundo sólo con fronteras físicas. El espíritu
entonces nos unía. Tal vez ahora encontremos nuevas y mejores
razones para seguirlo acercándolo en este Caribe cada vez más
cercano que vivimos.