El barrio es territorio de vivencias y añoranzas. En él se inician, casi de manera casual y en el trajín de los afanes cotidianos, las querencias que irán moldeando nuestro carácter, las relaciones de las que ya no podremos desprendernos en los años adultos.
En su diminuta geografía encontramos tierras adecuadas para toda suerte de aventuras, desde las que se inician en el maroteo de los patios hasta las que culminan en las veladas nocturnas del colmado, cita de borrachines y compradores indiscretos.
En los barrios la calle es prolongación natural de la casa. Entre el balcón, o la galería abierta, y la calle, hay siempre un tráfico humano que se desborda en comadreos de vecindario o en la puja de “doñas” y “marchantes”. La calle entra y la intimidad sale por las puertas entornadas. Así se forman las amistades duraderas, no provenientes de la casta o el rango social, sino basadas en las necesidades de la convivencia, en los afectos libres no sujetos a presiones ni horarios.
Si la región es considerada la patria chica del hombre, el barrio es como un país minúsculo cuyas fronteras fueron dadas por la expansión natural de una calle o un conjunto de viviendas que luego deberían ser defendidas contraías intrusiones de un urbanismo desbordado.
El barrio es por ello como una ciudadela ideal desde donde niños y hombres, unidos por la primera vez en una misma cruzada, defienden pertenencias imponderables, causas comunes, sentimientos de una solidaridad que va distinguiendo a un conglomerado por sus hábitos cotidianos y sus luchas.
Todo lo que constituye la topografía del barrio nos habla de esa cohesión interior de sus habitantes, ya sea patios o callejones, jardines, áreas verdes que acercan o distancian unas casas de otras, solares baldíos o improvisadas plazuelas y, sobre todo, esos árboles a los que confiamos el crecimiento de los pequeños y la adultez de nuestros sueños.
A través del eslabonamiento de los barrios se matiza la sicología popular. Y hay que tomar en cuenta que el barrio establece categorías de tipo económico que determinen su unificación.
Hoy vemos nacer ensanches aristocráticos con sus palacetes orgullosamente replegados tras de setos vivos, verjas o altas murallas, como si quisieran mantenerse incontaminados de esos otros ensanches que pululan en su periferia con las casuchas improvisadas al borde de los barrancos. Nacen así también las urbanizaciones obreras, con edificaciones que tratan de paliar la miseria elevándola a varios pisos sobra al nivel del suelo. Tales formas de modernidad van a la extinción del espíritu barrial, en el que las clases y se expresaban con mayor fluidez y armonía.
Con el transcurso del tiempo hemos visto que los barrios cambian las características que les dieron nacimiento. El hombre se hacina y se distancia, o se distancia y crea dependencias humillantes con su ambiente. Los llamados barrios elegantes de extramuros, como el Gazcue al que ahora le ha rendido un homenaje nostálgico el Atelier que lleva su nombre, han ido replegándose al empuje del comercio que habilita las residencias suntuosas como restaurantes, las casas de postín como boutiques o discotecas, abriendo paso como ha podido a toda clase de agencias de viaje, tiendas y supermercados.
Necesariamente, para algunas familias que han conservado sus posiciones iniciales negándose a los "exilios” de Naco o Arroyo Hondo, la vida se les ha transformado en una mezcla de desconsuelo y añoranza donde el espíritu del barrio ha ido desapareciendo, por las acometidas de un urbanismo descontrolado.
Ahora mismo, borrados sus límites por la proliferación de los condominios, los centros comerciales y todo tipo de construcciones, no sabemos con claridad dónde empezaban y terminaban dichos barrios extramuros. Unos opinan que Gazcue cubría toda el área comprendida entre el Parque Independencia y la Avenida Máximo Gómez, de este a oeste, y de norte a sur desde la Plaza de la Cultura al Malecón.
Esto parece improbable, ya que Luis Alemar, acucioso historiador de nuestra ciudad capital, lejos de precisar tales limites consigna que en el Gazcue de su tiempo ya se habían refundido los ensanches “Aguedita”, “Lugo” y “La Primavera”. Y agrega: "En octubre del 1915, el progresista Regidor del Ayuntamiento, señor Haim López Penha, propuso al Concejo Municipal, que el nuevo ensanche ‘La Primavera’ fuese designado con el nombre de ‘Ensanche Máximo Gómez’, lo que fue resuelto, aunque ignoramos si tal disposición ha sido cumplida". Por supuesto, y como muchas de las disposiciones oficiales que se hacen a espaldas del pueblo, el nombre no prosperó aunque nuestro Generalísimo tenía méritos suficientes para merecer tal honor.
Lo cierto es que el Gazcue de nuestras añoranzas estaba constituido por tres ensanches que, fusionados, parecían regidos por los mismos anhelos y objetivos de una clase social determinada.
El homenaje que le acaba de rendir el Atelier Gazcue a su barrio de origen constituyó un reconocimiento a ese mundo ido, cuyos arquitectos aún viven en el recuerdo de todos por las bellas construcciones que materializaron. Y para sólo mencionar algunos de los más recientes nos bastará con los nombres de Octavio Pérez Garrido, Mario Lluberes, José Antonio Caro y Amable Frómeta.
Doña Marcelle Pérez de Giachero, propietaria de Atelier Gazcue.ISLA ABIERTA se identifica con la campaña de preservación de Gazcue, iniciada como un servicio a la historia de nuestra vida urbana, único medio que tenemos para comprender el significado espiritual de una arquitectura en vías de extinción, y nos dolemos de no poseer leyes que impidan los hechos vandálicos que se realizan a diario ordenados por comerciantes insensibles a nuestro proceso cultural.
Gracias a doña Marcelle Pérez de Giachero y a Jochi Russo, organizadores del evento en que se trataron de revivir los días dorados de tan importante barrio capitaleño; gracias también al fotógrafo Héctor Báez y a todos los artistas que contribuyeron al lucimiento de una celebración que además de añoranza tuvo una buena dosis de advertencia.
Isla Abierta, 3 de octubre de 1987.