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¿Padre de la Democracia?
Flavio Darío Espinal

Esta semana tiene garantizado su billete de entrada al gran juego de la historia política dominicana. Este martes el presidente Hipólito Mejía promulgó una ley que designa el Parque Mirador Sur de la ciudad capital con el nombre de “Parque Presidente Joaquín Balaguer”, designación que, sin duda, el doctor Balaguer se merece por haber sido quien concibió y construyó durante sus gobiernos no sólo éste, sino muchos parques más que hoy día sirven de pulmones a los centros urbanos y de espacios de recreación para toda la población.
Se pretende dar un veredicto histórico definitivo sobre Balaguer y sobre los procesos de construcción de una democracia que todavía presenta serias fallas y limitaciones.
La ley, sin embargo, va mucho más lejos al disponer que se levante un busto con la efigie del fenecido líder del Partido Reformista que lleve la inscripción: “Doctor Joaquín Balaguer, Padre de la Democracia”. Es decir, con un levantar la mano en las cámaras legislativas y un plumazo presidencial se pretende dar un veredicto histórico definitivo sobre Balaguer y sobre los procesos de construcción de una democracia que todavía presenta serias fallas y limitaciones.

Como esta decisión contó con el entusiasta apoyo perredeísta tanto en el Poder Legislativo como en el Poder Ejecutivo, es inescapable pensar en el seudomoralismo de este sector político que criticó con tanta estridencia a quienes propiciaron el denominado Pacto Patriótico en las elecciones de 1996, pues si Balaguer es considerado hoy el padre de la democracia dominicana tenía que serlo también en aquella oportunidad, ya que su obra de gobierno terminó justamente ese año. A menos que se quiera hacer creer que lo que lo convirtió en padre de la democracia fue su colaboracionismo con el presente Gobierno hasta el día de su muerte.

De Balaguer se podrá decir que fue un gobernante que supo perpetuarse en el poder, que tenía destrezas inigualables en el campo de la política y que dejó un legado de obras, muchas de las cuales serán de gran utilidad a la nación durante mucho tiempo. Lo que no se puede decir es que Balaguer sea el padre de la democracia dominicana, al menos si su ejercicio de poder se evalúa con criterios universalmente aceptados sobre lo que significa una democracia, entre los cuales están la celebración de elecciones libres, la independencia de poderes, la funcionalidad del poder judicial y demás órganos autónomos del Estado, el respeto a la legalidad y la exclusión de los militares del activismo político.

En todo caso, es probable que nunca o muy pocas veces se haya visto que los contemporáneos de un personaje, mediante un acto de Estado, hayan dispuesto el lugar que al mismo le corresponde en la historia. Esto sólo tiende a ocurrir en regímenes despóticos con líderes megalómanos, como ocurrió con Truillo que se autoproclamó padre de la patria nueva. Y es que la determinación de si alguien alcanza la categoría de padre de la democracia, si es que tal cosa existe, tiene que pasar la prueba del tiempo, el juicio de los historiadores y la apreciación de sucesivas generaciones. Lo que se ha hecho, en cambio, representa un mal servicio al país y de manera particular a la juventud, la cual tendrá que estudiar a Balaguer bajo el condicionamiento de que, mediante ley, se resolvió que él es el padre de la democracia dominicana.

El Caribe, 17 de julio 2003