GÓLGOTA ROSA
A Ana María Menocal
Del cuello de la amada pende un Cristo,
joyel en oro de un buril genial,
y parece este Cristo en su agonía
dichoso de la vida al expirar.
Tienen sus dulces ojos moribundos
tal expresión de gozo mundanal,
que a veces pienso si el genial artista
diole a su Cristo alma de don Juan.
Hay en la frente inclinación equívoca,
curiosidad astuta en el mirar,
y la intención del labio, si es de angustia,
al mismo tiempo es contracción sensual.
¡Oh, pequeño Jesús Crucificado,
déjame a mí morir en tu lugar,
sobre la tentación de ese Calvario
hecho en las dos colinas de un rosal!
Dame tu puesto, o teme que mi mano
con impulso de arranque pasional,
la faz te vuelva contra el cielo y cambie
la oblicua dirección de tu mirar.
FOR EVER
A Juan T. Mejía y Porfirio Herrera
Cuando esta frágil copa de mi vida,
que de hermosuras rebosó el destino,
en la revuelta bacanal del mundo
ruede en pedazos, no lloréis, amigos.
Haced de un rincón del Cementerio,
sin cruz ni mármol, mi postrer asilo,
después, ¡oh! mis alegres camaradas,
seguid vuestro camino.
Allí, solo, mi amada misteriosa,
bajo el sudario inmenso del olvido,
¡cuán corta encontraré le noche eterna
para soñar contigo!