Hay muchos palacios en Santo Domingo. Bastaría decir que hay un Palacio donde vive una especie de rey Midas que gobierna a un pueblo fantasma. Así pues, en la primera ciudad del Nuevo Mundo hay una gran variedad de palacios, está el famoso palacio del Veneno, el palacio de la Demagogia, el palacio de la Policía, el palacio de los Explotados, el Palacio de las Artes, el palacio de los Tiburones, el Palacio de la Injusticia y el arca de los narcos (donde habita la dama de hierro y palaciega), el Palacio de los empresarios con reputación dudosa y el ya archiconocido y repugnante palacio de la Esquizofrenia. Pero muy pronto tendremos un nuevo Palacio, pues se publicó en el periódico que ya comenzó la construcción de Paladium 49. Este palacio, a diferencia de los otros, está abierto al público, mejor dicho, es del público; pues según se puede leer este Palacio estará dedicado a los seres anodinos, a los mártires, buhoneros, guachimanes, choferes y sobre todo, a esos seres que durante toda su vida han añorado pasarse un día en un verdadero Palacio.
Tú serás el pájaro pinto
Que alegre canta por la mañana…
El maestro era un personaje un poco desquiciado que vivía
en torno a Telemicro y el parque Independencia de Santo Domingo. Era
famoso por su habilidad para el dibujo y el sobrio uso del pincel. Era
amigo de todo el mundo, sobre todo de los choferes y de todo el que le
regala dinero, comida o algún cigarrillo.
El maestro tenía un aire de Caballero andante, y tenía
gestos profusos y altivos, sí, como don Quijote. Pero su pasión no era
la aventura o explorar mundos desconocidos, sino conquistar el mundo
con el dibujo y el pincel. La gente, como es sabido, le daba algunos
pesos (aunque a veces era un simple trueque: un dibujo un por un frac o
abrigo) y él siempre se mostraba dispuesto a dibujarlo todo: retrato
de mujeres, animales, bodegones y castillos. Sólo se resistió, durante
toda su vida, a dibujar el pájaro pinto. (La primera en solicitárselo
fue una dama devota y aristócrata de las tantas que hay en Santo
Domingo).
Ahora todos dicen, tanto quienes lo conocieron como quienes
no, que hay un pájaro pinto que siempre está allí, un pájaro que no se
aparta de su tumba.
La última noche de Pepino el Breve fue la más larga de toda
su vida. De repente, Pepino el Breve puede ver y sentir el vertiginoso y
aplastante paso del tiempo.
Ahora y, sólo ahora, él puede ver y recordarlo todo en su
justa dimensión. (Es como la caída súbita de un dado, de un relámpago
fugaz que todo lo alumbra).
Recuerda aquel día lluvioso en el que trató de atrapar un
cerdo para ofrecerlo a su hermano Griffón con motivo de su boda. Su
hermano, en cambio, le regaló unas avellanas que él fue masticando
alegremente en su caballo mientras atravesaba el solitario camino.
Recuerda el 6 de enero, día de la alianza; recuerda que al
dejar atrás el palacio de Ponthion, se adentra en el bosque. Entonces
aparece esa figura destellante, con una casulla bien ataviada y una
imponente mitra dorada. La figura se mueve a los cuatro vientos en su
montura. Él se postra ante ella y un instante después, en un gesto
deferente e inolvidable, toma la brida de su caballo y lo lleva a
descansar.
Recuerda la última batalla contra el feroz duque de
Aquitania; sí, fue la última batalla. El campo de lucha está nublado y
maloliente. (Aún puede olerlo y transitarlo). Es una matanza
inigualable: los hombres caen como hojas que arrastra el viento. Pero
él está allí, luchando y moviendo la espada para asegurar la defensiva.
Pero en un asalto sorpresa, Pepino siente que algo frío y filoso
penetra a su cuerpo. (Es la espada del enemigo que atraviesa su
costado). Él ve la sangre que corre a borbotones, y ve que su caballo
corre despavorido. Él hace un esfuerzo por ponerse en pie, quiere
recuperar su caballo, por lo que lo busca con la mirada a ras del suelo.
En ese instante sólo puede ver un tumulto de tinieblas junto a los
árboles y unas sombras rutilantes que se mueven de un lado a otro.
(Todo está oscuro y aún escucha el galope de su caballo que se aleja).
Las tinieblas y los fogonazos empañan su visión. Él está ahí, con la
vestidura ensangrentada y con las botas manchadas por el légamo del
camino. Él aún puede volver a la visión del hombre cuando atraviesa su
corazón con una espada y luego se aleja. Pepino el Breve lo recuerda
todo, y va por el camino en busca de su febril caballo, mientras va
pensando “qué larga es esta noche”.
*
Fari Rosario nació el 10 de mayo de 1981 en Moca. Tiene una Licenciatura en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra –PUCMM–.
Ha trabajado como profesor de Literatura dominicana e Hispanoamericana en diversos colegios. Actualmente es profesor de Introducción a la Estética en Recinto Santo Tomás de la Universidad Católica Madre y Maestra. Ha publicado, además: Cuentos profanos (2007); El coleccionista (2008); El discurso de la interioridad y la condición humana en Una rosa en el quinto infierno (breve ensayo, 2009) y Polvo y olvido (poemario, 2009), y El columpio de los sonámbulos, una antología de microcuentos dominicanos.
Visite su blog: http://delasalamandra.blogspot.com/