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GUÍA DE ARQUITECTURA DE SANTO DOMINGO O ¿PUEDE ESPERAR EL PARQUE INDEPENDENCIA?

Arq. Emilio Brea García

Terminada de imprimir el 20 de mayo del año pasado, la Guía de Arquitectura de Santo Domingo fue puesta a la disposición del público interesado, el jueves 1ro. de febrero en un acto de asistencia abierta que se realizó en el auditorio de la Cancillería y que estuvo presidido y conducido por directivos de la Fundación Erwin Walter Palm, entidad responsable de la investigación, y que contó con la asistencia de gran parte del personal diplomático y de agencias técnicas y culturales españolas, encabezados por la embajadora, que colaboraron y patrocinaron la edición de la misma.

De todos los invitados especiales que se supone que presidirían la mesa de honor, solo asistieron la Señora Embajadora de España, Excelentísima Almudena Masarrasa, y el Secretario de Estado del Consejo Nacional de Asuntos Urbanos, Arqto. Joaquín Jerónimo.   Al acto habían sido invitadas las máximas autoridades culturales del país, desde el Presidente de la Republica y la Primera Dama, el Secretario de Estado de Cultura y el Sindico del Ayuntamiento del Distrito Nacional pero por razones que uno suele desconocer, ninguno pudo estar presente y delegaron en la Sub Secretaria de Patrimonio de la Secretaría de Estado de Cultura, Profesora Lourdes Camilo de Cuello y en la Vice Síndica del Distrito Nacional, la Señora Alejandra Izquierdo.

Todas y todos tomaron la palabra protocolarmente y fue el Arqto. Jerónimo quien tuvo las más acertadas del acto, por su precisión, claridad de juicio y justicia de enfoque para con el pasado incumbente del cargo, en la gestión 2000-2004, el Arqto. Augusto Sánchez Cernuda, allí presente correspondiendo a la invitación, y quien fue el responsable de acoger el proyecto introducido al Consejo Directivo del CONAU por quien suscribe estas letras, en su calidad de miembro de dicho Consejo y Vicepresidente del CONAU. Era el año 2001 y hubo escepticismo entre algunos de los miembros del Consejo. Confieso que tuve que exigir respeto por las dudas expuestas solapadamente por los que no creyeron nunca en la propuesta de la Fundación Erwin Walter Palm.

Fue así como una idea de 1997, surgida de las arquitectas Linda Roca y Mauricia Domínguez y del Arqto. José Enrique Delmonte, cobraba vida haciéndose realidad investigativa, con la recolección de informaciones y datos, para concluir con el profuso libro que terminó siendo la Guía de Arquitectura de Santo Domingo. Luego otros y otras nos incorporamos voluntaria y desinteresadamente al ambicioso proyecto. Ahora nos sentimos complacidos con el producto logrado, aunque siempre haya un pero…

La Guía es un apretado compendio de 462 páginas con 262 obras seleccionadas de unas 350 que fueron identificadas como de alto interés arquitectónico y urbano para la capital dominicana, el país y la arquitectura de la región del Caribe. Razones de espacio impidieron que todas las fichas técnicas fueran incluidas en la voluminosa publicación, que sin embargo no reparó en espacios útiles dentro del texto y usó, en el proceso de edición, todo el espacio cuanto pudo para poder reflejar el amplio contenido divulgativo que la completa. Es así como las contras portadas, o tapas y contra tapas, son utilizadas profusamente a todo despliegue, para ilustrar escenas urbanas, humanas y de alto contenido expresivo, tanto en los contrastes como en el colorido.

Un plano urbano, a dos escalas distintas, se agrega como encarte dentro del texto y en él, desgraciadamente, se repiten errores heredados que habrán de ser subsanados en una segunda edición ya prevista porque quienes hicimos la Guía no pudimos asistir a una revisión final que, por ejemplo, eliminó la identificación del Ensanche Lugo, mítico y emblemático, aunque sea pequeño y enjuto entre avenidas Bolívar, Independencia y calle Dr. Delgado, o que tampoco identifica el no menos emblemático Ensanche La Primavera, donde estuviera el Hipódromo que diera nombre a la barriada, absurda y ignorantemente absorbida por el nombre genérico de un Gascue (con ese) que contrario a toda lógica se pretende sea ahora un "Gran Gascue" cuando todo indica que disminuye en tamaño, alcances y atributos. Para colmo, cuando se identifica el barrio San Juan Bosco se colocan las letras del nombre entre la Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte y el Palacio Nacional, justo lo que en realidad es el único y autentico Gascue.

Y ahora aclaro por qué Gascue con ese y no con zeta, lo que ya antes -y muchas veces- hasta Juan Bosch aclaró en uno de esos inacabados debates públicos del pasado. Pero hasta institucional se repite la ignorantada de escribirlo con zeta. Debe ser porque se ve mejor, o porque luce mas elegante o extraño, al del apellido del Contador Real de Santo Domingo que fue hecho preso por falsificación de papeletas en 1784 y remitido a Caracas donde ya jamás se supo de él, dejándonos su apellido en uno de los barrios mas importantes para la creciente, estable y comprometida burguesía del siglo XX.
Su nombre: Francisco Gascue Oláiz; citado incluso en el libro "El Papel Moneda Dominicano 1782-1912. Tomo I" (Editora Amigo del Hogar, 2003) de los economistas e investigadores Miguel Estrella e Isaac Rudman (pagina 28) que citan a su vez a Fray Cipriano de Utrera en su obra "La Moneda Provincial de la Isla de Santo Domingo" reeditada por el Banco Central en el año 2000, y cuya referencia sobre el problema Gascue Oláiz aparece en la pagina188.

Por último, en la resistencia a corregir errores, se coló de nuevo el nombre de la capital con el apellido Guzmán, apellido que según los historiadores reunidos en un seminario en camino al Quinto Centenario, nunca fue ostentado por la noble e histórica Santo Domingo.

El caso de las omisiones que afectan la ficha y el análisis del Parque Independencia lo abordaremos en otra ocasión. Necesitamos mas espacio para aclarar pertinencias de carácter ideológico, político, coyuntural y social, que afectaron el Parque entre 1961 y 1976, informaciones que aunque fueron redactadas por nosotros mismos, no aparecen en la primera edición (2006) de la Guía de Arquitectura de Santo Domingo. Ahora terminaremos de explicar en que consiste esta primera edición.  

A manera de ilustración practica, La Guía ofrece una breve introducción, algunas generalidades también introductivas a seis (6) recorridos o Paseos, y cinco (5) Apéndices. Empieza, como es lógico, en la Zona Colonial, sigue con el Paseo del Este, luego el Extramuros, el Central, el del Oeste y concluye con el emblemático Paseo del frente marino o Malecón de la capital dominicana. El Parque Independencia, inexplicablemente, se gana una reiterada mención en dos partes del texto, es decir se repite lo mismo puesto que lo que dice en las paginas 221 y 222 del Paseo Extramuros aparece en las páginas 384 y 386 en el primer Apéndice.

El Faro a Colon es visto por tres arquitectos y críticos, uno local (que somos nosotros) y dos extranjeros (Roberto Segre y Antón Capitel); tres arquitectos dominicanos de tres épocas diferentes (Osvaldo Báez Machado, Guillermo González Sánchez y José Manuel Baquero Ricart), reciben merecidas reseñas de vidas y obras; y del recientemente fallecido artista del lente, Max Pou, se presenta un recuento de labor fotográfica con captaciones urbanas y arquitectónicas desde los oscuros días de la dictadura 1930-61 hasta nuestros días.

El cierre lo aportan 57 obras que no obstante haber sido fichadas, no pudieron (repetimos que por razones de espacio) ser desglosadas y apenas son citadas, algunas fotográficamente, otras lamentablemente ni siquiera fue posible el referimiento gráfico.

Es aleccionador reconocer que muchas de estas obras, empezadas a ser investigadas a partir del inicio del arduo proceso de acopio de información que dio vida a la guía, han desaparecido del escenario urbano de la capital dominicana.

Por ultimo vale significar la sustanciosa bibliografía de 60 títulos (y quedaron algunos no menos importante fuera) y los rigurosos índices cronológicos, onomásticos y toponímicos que la concluyen junto a los créditos fotográficos y de las ilustraciones. Estos últimos representaron un gran reto por la abigarrada presencia del cableado eléctrico y telefónico, y el poco espacio escénico que en ocasiones restringe los enfoques de las visuales dentro de sectores importantes de la ciudad que permite más escorzos que panorámicas propiamente dichas. 

Sería injusto no reconocer el denodado esfuerzo de la Junta de Andalucía, patrocinadora internacional de las guías de ciudades iberoamericanas, de la embajada de España en Republica Dominicana y del Consejo Nacional de Asuntos Urbanos en las personas de sus componentes ejecutivos en la gestión 2000-2004 quienes hicieron posible el inicio de los trabajos que concluyeron cinco años mas tarde, en los talleres de la Dirección General de Arquitectura y Vivienda para el Fomento de la Arquitectura de esa Junta de Andalucía. El cuidado editorial, el diseño grafico y maquetación, las traducciones, fotomecánicas e impresión, supusieron un agotador y riguroso trabajo con el agravante de todo el Océano Atlántico de por medio. 

La Guía de Arquitectura de Santo Domingo ofrece dos lecturas, una sobre los recuerdos de los espacios y obras perdidas, absurdamente demolidas, abandonadas y sustituidas, entre ellas el Parque Independencia, la Casa Molinari, la Casa Rexach, el Edificio de Correos y el auténtico Hotel Jaragua. La otra lectura se bifurca de elocuencias y orgullos al poder mostrar los espacios y obras que perduran, contra todos los pronósticos y la proverbial falta de mantenimiento de que hacemos gala los dominicanos y dominicanas...  

Hace ya 32 años desapareció el Parque que existía desde 1912. Se trata de aquel cuyo diseño se le atribuye al checoslovaco -nacionalizado norteamericano- Antonín Nechodojma, de oscuro historial seudo profesional (cuentan que calcaba los planos de Frank Lloyd Wright) y hasta delictivo (se cuenta que salió por Baltimore dejando a su esposa creerla muerta de la golpiza que le había propinado), y que (se dice) cargó con las puertas centenarias de la Catedral para que terminarán siendo muebles de su casa en Santurce.

Pero aquel Parque tenía ganado un espacio en la memoria colectiva del conglomerado nacional, porque duró 63 años siendo un referente social, espacial urbano.

Cuando lo destruyeron, en 1975, los acríticos cronistas modernos de la capital dominicana -los que permanecen y los que viven fuera-, no tenían la edad para entender los procesos evolutivos que le habían afectado, principalmente en el último tercio de su existencia, es decir, a partir de 1954.

Dos parques, quizás tres, Guibia y el malecón, eran los espacios urbanos de Santo Domingo. Los restantes contenedores de las actividades casuales, si fueren deportivas, fuera o bajo techo, artísticas y/o culturales, eran muy limitados.

En la Duarte habían cines hasta atmosféricos (al aire libre) y vendrían asomando los auto cinemas, de los que tuvimos apenas tres…

Y fue, en 1955, cuando surgió “la feria” y entre transculturaciones que iban desde lo visual a lo sencillamente culinario o gastronómico, a las mediáticas insinuaciones de cambio en los hábitos de consumos por la tendencia a empezar a parecernos a otros y otras y a que nuestros escenarios urbanos se parecieran a otros escenarios urbanos de idiomas y costumbres distintas.

Hasta las carrocerías de los automóviles empezaron a cambiar y la estilización del diseño, influido por el gran mercado estadounidense, al través del cine y la recién instalada televisión (a blanco y negro) contribuyó en enorme medida a que ese proceso se verificara hasta en la música popular, en el bolero y el merengue, y hasta se abrieran las puertas a bailes extranjeros verdaderamente novedosos para nuestro entorno cultural.

Todavía a los parques se iba tan vestido como ahora se estila ir a un mortuorio.

Los hombres usaban saco, corbata y sombreros de rigor.

Las mujeres usaban faldas, siempre largas y quizás plisadas.

Los jovencitos, casi adolescentes, usaban pantalones cortos y nadie se dejaba el pelo largo. Los tiempos cambiarían notablemente. Y con ellos cambiaron los escenarios urbanos. Cuando “la feria” dejó de ser un conjunto de pabellones de exhibiciones y se fue integrando a la cotidianidad, no solo se integraron  sus edificios a la administración pública, sino que también aparecieron hasta lugares para bailar.
Los típicos A y B, del gusto de las clases populares, con sus dominicales a cargo de Ramón Gallardo y las interpretaciones de Rafaelito Martínez (“la mulatota”, entre otros) y la memorable Pipa, de uso preferencial por una clase media, media alta, dejaron su impronta de recuerdos en la sociedad emergente “pos feria”.

Y todo ello le restó público al Parque Independencia que vio mermar su concurrencia en los días festivos y los dominicales.

Pero la historia le reservaba al Parque un protagonismo nada envidiable.

Entronque de vías que salían y entraban de la tradicional ciudad capital, el Parque era un pivote urbano entre cinco barridas de igual tradicionalidad (Intramuros, Lugo, San Carlos, Ciudad Nueva y Gascue).Y por ello era muy asistido… tanto que pasó de escenario pasivo a escenario activo cuando los procesos de transformaciones sociales por efecto de los cambios políticos, determinó el curso del destino dominicano a partir de 1961. El hecho de que la desaparecida Unión Cívica Nacional -UCN- tuviera su sede en la desaparecida esquina noreste, hizo que todo el Parque fuera la explanada de desahogo político por excelencia. Aquella UCN estuvo al lado de la también desaparecida y legendaria Radio Guarachita, por la calle Palo Hincado, y sobre una farmacia cuyo nombre no recordamos, ademas de haber sido vecina del que fuera famoso Restaurante Mario (“el chino”).

Pues hasta allí llegaron las tanquetas comandadas por el oficial de apellidos Cuervo Gómez que inició un ataque a mansalva contra los que allí pedían sanciones de la OEA para el país, todavía manejado por remanentes trujillistas, en 1961.

Y allí fueron las concentraciones populares del 14 de Junio o 1J4, todas frente a la Puerta de San Genaro o Puerta Del Conde (de Peñalba), mejor conocida como Altar de la Patria aunque ya no lo sea o no lo haya sido nunca…

Cuando Juan Bosch asumió la presidencia después de las primeras elecciones democráticas de diciembre del 1962, el lugar se llenó de gente que improvisó un “mitin” y así siguió siendo sitio de encuentro político porque la asonada de septiembre del 1963 le arrebató la esperanza a un pueblo que había estado a la sombra de las libertades por 31 años; y entonces le tocó asumir el discurso a Manolo Tavárez Justo, carismático conductor de masas y viudo de la historia reciente (25 de noviembre 1960: Minerva Argentina -34 años-, sus hermanas Patria Mercedes -36 años- y Antonia María Teresa -24 años- y Rufino De La Cruz, el chofer) que salió errado de furor a buscar en las montañas de Quisqueya la dignidad escamoteada. Los sucesos iban precipitándose con vertiginosa velocidad y antes de que terminara abril, en 1965, estalló el enojo nacional.

Como los viejos blindados de la base aérea de San Isidro, donde estaba  el Centro de Entrenamiento de las Fuerzas Armadas -CEFA- que dirigía Elías Wessin y Wessin, no pudieron cruzar con éxito el cerco que, en el Puente Duarte, el pueblo y los militares habían tendido para apoyar con las armas el retorno a la constitucionalidad, los que le fueron arrebatados en la emboscada de las avenidas Teniente Amado García Guerrero con 30 de Marzo y San Martín, fueron llevados al Parque Independencia y allí fueron pintados con la palabra “pueblo”, sin mucho arte ni cuidado, expresando a vivos trazos, el fervor enardecido del logro momentáneo alcanzado.

Fue entonces cuando el Parque se convirtió en nuevo baluarte, en nuevo altar de la Patria, porque un día después del fracaso militar de los regulares del ejército, un apartida pidió la intervención de EU y la historia aceleró el proceso de enfrentamientos desiguales entre dominicanos, y dominicanos y marines del US Marine Corps.

Los meses que la llama duró encendida, sin que se apagara del todo, fraguó un episodio que los manejadores históricos de la cuestión social entendían debían borrar testimonialmente, porque muy probablemente el tiempo cerraría las llagas del escarnio.

La agonía del Parque llegó posterior a lo que fue una locación de esplendor para la película El Padrino Parte II, su elenco y las famas pasajeras…1976 les daría la excusa válida de transformarlo dramática y radicalmente. El centenario del fallecimiento del patricio Juan Pablo Duarte (1813-1876) fue suficiente para hacer allí lo que pudieron hacer con mayor magnitud y decoro en otro lugar.

Intervinieron el Parque con otras excusas, excavaciones arqueológicas incluidas y fue cuando entonces le hicieron el descomunal cenicero que al mirarse de frente se nota que cercena la cabeza de las colosales estatuas de los patricios, ocultas al sol tropical, y abrieron el foso triangular de flanqueo ante la fachada oeste de la Puerta y encerraron estroboscópicamente todo el entorno. Habían borrado la pizarra de la historia, pero la enseñanza de 63 años, coincidencialmente la misma cantidad en números que la edad que tenía Duarte cuando murió, no podía ser olvidada.

La cátedra había sido muy intensa extracurricularmente, pero más que nada en los últimos 21 años.

Se podrían olvidar sus lecciones si no se airearan, si no se contaran, si se ocultaran, si se temiera explicarlas y discutirlas.

Por eso nos queda el resquemor de no poder releer sobre estas aparentes nimiedades que debieron publicarse donde debieran estar por justicia y sin embargo no están… porque algo sigue fallando en la memoria colectiva de los dominicanos y dominicanas.