Emilio j. Brea García
Peatonizar la calle Del Conde ha sido un acto de humanización. Su interés colectivo se veía de antemano. Esa calle peatonal ha sido devuelta al público. Ha sido arrebatada al tráfico de vehículos y con ello todo su espacio físico, su envolvente, se ha democratizado.
El Conde o la calle Del Conde (de Peñalva) es una vía colonial desde el punto de vista urbano. No así lo es desde el punto de vista arquitectónico.
Fue trazada definitivamente ya para 1502 (Nicolás de Ovando), se determinó su longitud y anchura y desde entonces es calle; calle para farolas, coches y carruajes, tardas literas y crestonas, sombreros y camisetas, blusitas, pantalones y adhesivos fungiendo como tales. El tiempo se ha encargado de darle acción a su amplio escenario.
Desde el punto de vista arquitectónico, ya no urbanístico o humanístico, la calle no es colonial. Apenas quedan testigos de cuando lo fue. Es más, aún lo es hasta cierto lugar. El Conde llega arquitectónicamente colonial hasta la acera este de la esquina con Hostos, porqué ya en la acera oeste de la Hostos, están dos edificios, uno republicano (Baquero) y otro moderno (hotel Comercial) que establecen un límite a la territorialidad del coloniaje arquitectónico (del período).
De la acera este del Conde con Hostos, caminando hacia el río, puede usted ir descubriendo los últimos vestigios de la época de la conquista, representados por algunas casas domésticas y uno que otro edificio institucional, junto al ambiente del Parque contiguo a la Catedral, que debe haber sido un parque colonial y tiene hoy más carácter republicano y turístico que de su misma época de origen.
Coexistiendo con la arquitectura de la época de la conquista hay otras arquitecturas más recientes de gran valor documental, artístico-cultural y referencial. Ahí radica el gran valor de esta calle. Es, además de escaparate de ventas, una vitrina de nuestro desarrollo arquitectónico. La sucesión se inicia en Las Damas y no para hasta llegar al Parque Independencia, donde lamentable¬mente no hay una continuidad, ya que se rompió el conjunto ambiental del entorno cuando en los años 70 se destruyó una hermosa plaza para apresar un parque con barrotes de sección variable en tonos cromados imitando algo y conteniendo muchas cosas de interés colectivo.
Incluso el anterior parque había sido escenario filmográfico de una película y un director famoso (El Padrino, parte II; F.F.Coppola) y un bastión de la guerra de abril, lo que quizás determinó que se borraran las huellas y los recuerdos de los tanques que decían "pueblo", eliminando la glorieta que había diseñado Antonín Nechodoma (1911).
Pero volvamos a la calle Del Conde. Elija usted cualquiera de las dos aceras o circule por su centro. Recuérdese que la calle es suya, ándela y mírela. La redescubrirá. Eleve la mirada más allá de su nivel normal. Busque y encontrará elementos de esparcimiento en el paisaje que cuelga, en el que asoma, en el pintoresco y vulgar, en el refinado y exquisito, en las formas visuales de las edificaciones, muestra transitoria (para el viandante) de lenguajes arquitectónicos con permanencia perpetua.
Hay toda una caleidoscópica superposición de objetos con vida propia. Con atractivos para unos y otros. Un estudiante de arte y de arquitectura, debe sentirse fascinado de caminar con la vista una calle que había estado pasando desapercibida, inadvertida ante tanto cuidado como teníamos que tener con el automóvil y las estrechas aceras, invadidas de equilibristas, carteristas, cambia-dólares, malabaristas de la subsistencia y mendigos del sistema y las circunstancias.
Esa calle ahora se siente cada vez más joven y sin embargo es cada vez más vieja. Nuevos edificios le hacen ganar esa virtud contra el tiempo. La gente, con su repentina presencia, le da la vida que se le iba apagando con los años y otras competencias. La calle Del Conde sólo existe en Santo Domingo. No se repite su nombre en ninguna otra población del país y cuidado si del mundo. Esa cualidad de única no es exclusiva de su nombre. Lo es de su historia y de sus edificios, reseñando el paso cronológico de los siglos, con gran elegancia y mejor documentación gráfica-visual. Casi quinientos años de historia edificada. Hitos, como el del edificio Copello (1939, Guillermo González Sánchez) —que dicho sea de paso, ha vuelto a ser pintado de blanco— o el actual Banco de los Trabajadores (1915, Osvaldo Báez Machado) o el Edificio Diez (1927, Benigno Trueba Suárez y/o Romualdo García Vera) o el Edifico Baquero (1928) o el que aloja la Casa González Ramos (Humberto Ruiz Castillo) con sus paredes de ladrillo revocados en magníficos planos logrados en curvatura o los más recientes de la tienda Marcel (García Pecci-Marranzini) o el morado donde está la popular pizzería (Eduardo Selman Hasbún), son edificios que al ser descubiertos o redescubiertos en una caminata desde el centro de la calle, le devuelven a la calle Del Conde una gracia que permanecía oculta por la rapidez de las miradas, por la prisa del vehículo o por la desaprensión del letrero lumínico.
Hay un fenómeno que contrariamente a lo que se pensó de inicio, ha resultado un protectivo para la arquitectura. Nos referimos a las falsas fachadas formadas sobre el alzado real de las edificaciones que fueron "remozadas" con caretas de aluminio en franjas de colores, intentando darte un toque de modernización que les ocultó su carácter y su verdad arquitectónica a varios inmuebles pero que a la postre resultará que cuando se retiren esos adefesios, resurgirá de su ocultez una fachada que creíamos perdida.
Igual ocurrirá cuando se empiecen a retirar los letreros abusivos y desparpajantes. Se limpiará la panorámica y las visuales irán más lejos. Tener una idea de conjunto de la calle será cosa de la realidad. Los letreros cruzacalles deben irse pero ya. Como deben ser retirados los que se adosan a las paredes e impiden captar vivencialmente una fachada que fue por largas horas pensada, elaborada no para estar oculta sino para lucir como lo que es, la imagen frontal de la arquitectura. Hay una obra que sufre más que todas con estos adefesios. Nos referimos al panel publicitario que la firma R. Esteva v Co. mantiene sobre la marquesina esquinera del edificio Saviñón que le sirve de alojamiento. Además, ese edificio ha ido perdiendo los elementos horizontales que, inclinados en su fachada sur, sirven de quiebrasol. Sanear el edificio Saviñón no creemos que le cueste gran cosa a R. Esteva y Co. Restaurarle esos elementos tampoco, quitar ese grosero letrero menos. Y que se tenga presente que ese debe ser el mejor ejemplo de Art-Deco que tenemos en nuestro país.