EJÉRCITOS DE LA NOCHE POSTMODERNA INSULAR.
Miguel D. Mena

Andan de lince, de gato, con caracoles en las telas, aliento como de trasnoche, sabiendo ya que el e-mail ha llegado, de que la peluca se incendió cuando la cabeza alcanzaba su altura de crucero a la hora metálica, de que hay que caer por ahí y luego virar al cuartico de la derecha para que la trabajadora no se dé cuenta, bajar la ventana para que los vecinos no sospechan ni el guachimán se entere.

Está la condesa sangrienta recién llegada de sus recintos boloñeses, el primo sacando a la perrita para que el futuro sea asumido con más decisión, el inevitable Super Ale recomendando recomendables procesos de desgrasamiento, Tony remando a estribor antes de que el capitán Ajax, en su puesto de Paco’s se entere de que la ballena dobló mientras pedía otro café con leche. Todos se disparan a Soho, al viejo o al nuevo no se sabe, que eso se está por decidir mientras se chequean los bolsillos chiquitos a mano derecha, se pregunta uno si los cristales están lo suficientemente manchados como para pasar uno por la esquina con ese dejo de presidente en campaña y saludando a tan valeroso pueblo. Homerito habrá explotado otra vez si no es que el sosiego de los abrazos le han llegado, si es que su cara de viejo oeste americano le da para sacarla del espejo en que se lo dejó anoche. Ysaloym seguirá calentando en la silla a los profetas y afilando preguntas sin grasas. Rita Indiana cuidará de que a sus niños –el autor de estas líneas a veces incluido- no le pase nada por los nuevos bancos del Parque Colón, esas dagas para el alma y los traseros. Abréu traerá el café consabida aunque el agua nunca llegue. Las Chicas Palmolive no llegarán a la Zona. Esperaré a la del Café Pushkin tal vez sin saber que desde las azoteas de Santo Domingo puede despegar un Zeppelin sólo para dos. Todos se casan o tienen hijos, cuánto optimismo, eh. Gustavito dejó su puesto de combate en la Santiago para pasarse los fines de semana preparando pescados a la vinagreta. Ya habrán menos gritos por consumir, menos cabezas por doblar a ver si le caemos. Victoriano seguirá con su pinta de ministro de interior en algún país de la costa Atlántica africana, puesto de honor arrebatado al otro ministro que ahora no nombro porque pinches ha habido suficiente y es hora de cruzar el Jordán. En Equinoccio caerán los ejércitos de estas noches pre-, post-, anti-modernas. Las azafatas del Arca de Noé harán desembarcar a los chicos dispuestos al asado, la chercha, el Gordo Oviedo al frente, como un capítán distinguido de algún MayFlower que no pudo hundirse, por desgracia.

Fafico seguirá haciéndote cambiar de piso, vendiéndote unos, sacándote de otros. Guido ya habrá atravesado por demasiadas puertas y solidificado su traje gris y  poniéndose todo serio frente a uno que no pudo ser su cuñado a tiempo por aquel grito histórico de la Carmen en el Mesón Di Bari de que primero ella y después la niña, una y mil veces recordado con “lo tuyo es puro teatro” al fondo. En Carmen Amelia habrán los más dulces abrazos de la noche, en sus hijos ese fresquito de patio al que hacía tiempo no entrabas, en el Jean-Michel algún día 81 en los viajes del Verne y Verne que te quiero viernes, verde el mar.

Juan Francisco tocará más de seis cuerdas mientras el campito sea el refugio de los pecadores y salud de los enfermos, según reza el Santo Rosario en Familia. Tocaremos “la locura de ser Raúl”, y Raúl el Necio qué casete japonés estará poniendo bajo ese calorazo, el acelere obligatorio, la Tania a la que hay que buscar para que Nelson no vaya solo al supermercado, a la Raquel que quedará en el fondo de algún teléfono mientras Hugo calcura que esta vez no se le podrá caer a Carlitos así porque así ni dejar su cargamento de botellas vacías y sus viajes a la nevera con más desesperación que la de un preso por recuperar si vieja almohada.

Los ejércitos postmodernos de las noches de Santo Domingo caen, resuelven, imeilean, bipean, celulean, bufean, sacan tarjetas de crédito, sacan lágrimas cuando menos se lo proponen, tienen extrañísimos cantantes brasileños o de Cabo Verde como amuletos para las visitas, recurren a la aromaterapia, los jabones, el Tarot si es que Soledad finalmente deja el banco ese. Se les ve de negro, están saliendo para alguna comida o llegando de cierto jolgorio donde faltaba y faltaste tú y ahora sólo consuelan estas Variaciones Goldberg que la condesa me trajera para confirmar que después de todo no es tan sangrienta y ya, ya, tomémonos este café de menta mientras esperamos a que Moby Dick cruce por el Conde con Palo Hincado.

 

13 de febrero 2001

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