Al conocer a Joaquín Balaguer cuando era
vicepresidente y luego presidente nominal cuando "El jefe",
me sentí, al principio, muy poco impresionado. Mi primera impresión
fue: qué burócrata tan sumiso e incoloro. Ningún
periodista, dominicano o extranjero, de los que yo conocía entonces
pensaba que este modesto y callado dominicano, de baja estatura, tendría
un futuro significativo después que un valiente grupo de dominicanos
eventualmente diera prueba de que Trujillo era tan mortal como el que
más.
Durante una entrevista, años después, Balaguer me obsequió
una pila de libros para que los leyera. Sin embargo, tal vez astutamente,
no me dio su libro: "La política internacional de Trujillo".
La vieja limosina presidencial que Trujillo le
había prestado a Balaguer, cuando éste último se
convirtió en el presidente sustituto, a menudo se veía
estacionada frente a la modesta casa de una de las hermanas de Balaguer
durante la hora de almuerzo, en Ciudad Nueva. Todo en el hombre irradiaba
modestia. ¿Cómo pudo una figura tan anodina convertirse
en un caudillo tan duro como cualquier otro en la misma posición?
Cuando Trujillo fue asesinado, nosotros los que estábamos en
los medios de comunicación esperábamos que Joaquín
Balaguer saliera rápidamente del escenario.
Supuestamente, él no tenía futuro.
Sin embargo, este modesto hombre de baja estatura había aprendido
una que otra cosa durante su permanencia en la tiranía como intelectual.
Era natural que tuviera más experiencia política que cualquier
dominicano aparte de El Jefe, por cuanto la política era exclusivamente
una profesión trujillista dirigida desde el palacio.
El panegírico leído por Balaguer,
como presidente, durante los funerales de Trujillo fue un indicio. Fue,
obviamente, su buen manejo de la política lo que hizo parecer
a Balaguer como un Papá Noel frente a la clase obrera. Nosotros
mismos fuimos testigos cada mañana del asombroso espectáculo
de las multitudes que se formaban frente al Palacio Nacional en espera
de recibir cualquier cosita de parte de Joaquín Balaguer. Su
bondad, al distribuir cantidades de regalos, como si fuera Navidad,
incluyendo hasta carros de concho, de las vastas propiedades de la familia
Trujillo, le ganó no solamente elogios sino fieles seguidores
por siempre.
Trujillo tenía sus partidarios y estos
transfirieron su lealtad a Balaguer. No obstante, como presidente, le
volvió a poner el nombre de Santo Domingo a la ciudad.
Pero la liberal Unión Cívica Nacional era anti balaguerista
y quería unas "Navidades sin Balaguer". Veinticuatro
días después de las Navidades de 1961, Balaguer dejó
la presidencia e inició su viaje al exilio. Habiendo sido testigo
de la salida de Balaguer del palacio y de haber escuchado su último
adiós, de nuevo me pregunté cuál sería su
futuro. Después de todo, él conocía los peores
secretos del régimen.
Ningún político dominicano fue tan
duramente clasificado como Balaguer. Sus escritos, especialmente los
que trataban sobre su vecino, Haití, lo mostraban como un racista.
Sin embargo, les daba la mano a todos sin importar su color - aunque
le gustaba limpiarse las manos con un paño mojado en alcohol
luego de cada apretón de manos mientras estaba en su continua
campaña electoral. No era un hombre materialista - excepto por
los libros - su único interés práctico era el poder
y el país. Sus regímenes recibieron críticas mixtas.
SUS OBRAS
Fue un constructor de viviendas de bajo costo, carreteras,
parques, un zoológico, un cementerio, nuevas represas, una biblioteca,
un museo dominicano de antropología y de otras obras de infraestructura.
Sin embargo, una insensatez espectacular que el país no podía
darse el lujo de costear fueron los millones gastados en el Faro a Colón,
que emite una luz que se refleja en el cielo en forma de cruz.
Usaba un tono de voz tan humilde durante las entrevistas
que uno sentía deseos de gritarle para que dijera alguna noticia
periodísticamente interesante. Tuvo un liderazgo fuerte alimentado
de una mezcla de paternalismo, autoritarismo, corrupción casi
legal y represión.
En los años que pasé investigando el asesinato
de Trujillo para mi libro, "La Muerte del Chivo" (1978), no
encontré rastros de nada mal hecho de parte de Balaguer. Y él
ayudó a salvarle la vida al obispo Thomas Reilly, quien había
sido apresado por el ejército del Jefe en esa época.
Balaguer fue lento en ajustarse al sistema democrático,
especialmente en lo que concierne a las elecciones. En el período
posterior a la invasión estadounidense, bajo el mandato del presidente
Johnson, Balaguer gobernó junto a los militares. Fue un período
oscuro conocido por las actividades de "la banda", los cuales
"desaparecían" a los opositores izquierdistas del régimen.
Siempre tuve el presentimiento, a pesar de su eventual
amistad con el doctor José Francisco Peña Gómez,
que Balaguer nunca, mientras viviera, aceptaría a un negro como
presidente de su país.
En resumen, Balaguer fue el último de los caudillos,
la última figura paternalista para muchos dominicanos. Ahora,
conforme éstos observan la cruz (del Faro) en el cielo, pueden
esperar que los líderes más jóvenes y modernos
llenen el vacío que ha quedado al frente de la mesa.
Al morir, Joaquín Balaguer se llevó muchos
con él. Algunos todavía quieren saber, ¿qué
le pasó a Orlando?" ¿Lo sabremos algún día?
El Caribe, 18 de julio 2002