¿MERECE LUIS DÍAS
UN PUESTO EN LA LITERATURA DOMINICANA?
Miguel D. Mena
Al
principio la poesía fue canción. Qué tan lejos estaban aquellos troubadores
occitanos y provenzales de ese mundillo de hoy, con el escritor ensacado,
voz aflautada y el quinto tomo de sus obras completas rompiéndole el
espinazo a cualquier bibliotecario.
Poesía para oirse, cantarse, leerse tal vez.
¿No fueron los principios de la literatura dominicana aquellas décimas
de Meso Mónica, “La Deana”, Nicolás Ureña de Mendoza, Juan Antonio Alix?
Lo importante de entonces era el acto y su finitud, la magia del instante.
Por suerte que hubo transcriptores y que en algunos casos, aquel poema
impreso se constituyó en una manera de subsistencia.
Luis Días no sólo ha sido ese compositor formidable,
el más versátil de todos los que hemos tenido. En sus treinta años de
carrera su hacer ha estado normada por un oido aquí, en esta tierra
caribeña, y otro en toda la mañana de la Aldea Universal. Decimero en
la mejor tradición de Alix, surrealista tan ácido como Artaud, en su
ir i venir podríamos trazar lo que hemos sido y desemos ser en ese dar
tumbos entre Edad de Piedra y HighTech Mentality.
Pienso en la cantidad de creadores que han
estado yendo y viniendo entre letra y música. Boris Vian y George Brassens,
Bob Dylan y Leonard Cohen, Silvio Rodríguez y Joaquín Sabina, ¿no son
poetas en el sentido más amplio y profundo de la palabra?
Podríamos hacer que todos ellos bajaran del
escenario, y entre un café y otro, bien que podríamos disfrutar toda
esa descarga sin alguna estridencia de trompeta o un ensueño de banjo.
La poesía de Luis Días es un caso bastante
original, por no decir único. Las palabras no le vinieron de un sesudo
aprendizaje en libros o academias. Nacido en Maimón (1952), criado en
Bonao, mudado a Santo Domigno (1970), estudiante de sicología en la
UASD, lo suyo ha sido un andar con el campo por dentro y por todas partes.
De esa atención a la poesía popular, de ese dejarse impactar por las
palabras de colmados y callejones, nace su primera intención de diálogo.
Lo vemos como la cabeza más visible de Convite,
aquel grupo de investigación folklórica y antropológica, lidereado por
Dagoberto Tejada, y que tan profunda huella dejaría en el conocimiento
de nosotros mismos. Las luchas populares con Mamá Tingó a la cabeza,
los viejos mitos –como el de Mateo Liborio-, y la lucha contra la “penetración
cultural” –representada por los mormones-, se convertirán en aquellos
años 70 en algunas de las líneas más generales.
“Candelo”, “Tonada de hombre adentro”, “Con
flores a María”, “Toro Bravo”, no sólo fueron las canciones imprescindibles,
sino textos que, bajados del escenario, bien que podrían leerse como
testimonio de su tiempo. Y no sólo eso. No sólo hay una importacia por
el documento que se transcribe. Ahí hay poesía, imagen en movimiento,
trama que bien puede caer en la estrofa que se repite en una metáfora
sin fondo.
Después de Convite la gran experiencia “literaria-musical”
de Luis Días será su participación en la producción del espectáculo
“Sonia canta poetas de la patria” (1978). Ahora es el músico quien está
trayendo al poeta al escenario. Junto a un conjunto de compositores,
Días está trayendo a Freddy Gatón Arce, Aída Cartagena Portalatín, Domínguez
Charro, y muchísimos otros poetas, al mundo de las bombos y platillos
Después de ahí el salto que da nuestro cantautor,
más que salto, es toda una fractura. Es el Nueva York (1980-1982) de
las rupturas punk, cuando ya las pelucas de Warhol son artefactos menos
apreciados que una funda vacía de papitas fritas. La poesía de Luis
Días alcanza un tono de crudeza surrealista, más cerca de las alucinaciones
de un Michaux que de las trampas intelectuales de un Bretón. “Vickiana”,
“La bomba”, “Tangamana”, fueron de los temas más representativos.
Lector empedernido de Edgar Allan Poe, ex-campeón
de jogging, mayor de no se sabe qué congo por Nigüa, poeta de las noches
de neones destruidos Duarte Arriba, las metáforas de Luis Días se fueron
escribiendo sobre los Austines desvencijados que todavía ruedan, a pesar
de todas las leyes de gravedad.
“The man who heard voices”, “It’s no easy”y
“Native reservation” fueron muestras, además, de que ya el castellano
no era fundo suficiente, y aunque no se pudiera ir más allá de Roberto
Frost, al menos se estaba en el gremio de Allen Ginsberg.
Pero también Luis Días ha sido el poeta formal,
con libro y todo. “Tránsito entre Guácaras” fue publicado en 1986 por
CEDEE-INTEC. En el mismo se advierte la elaboración más contínua de
una poesía alrededor de los mitos taínos, intento hasta entonces sólo
llevado a cabo por el escritor dominican-york Francisco (Paco) Rodríguez
de León.
Y lo más curioso, para finalizar: el poeta
Luis Días ha sido a la vez una de las voces que más han estado influyendo
dentro de la más nueva poesía dominicana. Imposible de comprender la
escritura de Homero Pumarol, Loraine Ferrand y Rita Indiana Hernández,
sin echar un “oidazo” a las cosas de Luis Días, con y sin Transporte
Urbano, con y sin ir a la Victoria.
Luis Días, poeta fundamental, en sus cincuenta
años de vida, en este junio donde, como siempre, lo tendremos por aquí
y por ahí, como un “toro bravo”, primo hermano.
26.05.2002