Gastón Fernando Deligne
(Santo Domingo, 23 octubre 1861 - San Pedro de Macorís, 18 de enero 1913)
Mairení ° Ololoi

 

MAIRENÍ

Llega, se salva! El inerte
follaje le da camino
contra el rugido de muerte
que a su espalda, bronco y fuerte,
sale del bando asesino.

Es Maireni el antillano:
el de la valiente raza
del altivo quisqueyano;
el de la robusta mano,
el de la potente maza.

Viene de la infausta vega,
donde entre sangre, que ciega
vierte la inicua matanza,
desfallece la esperanza,
y la libertad se anega.

Viene de la ruín batalla
en que, a par del arcabuz
que en roncos truenos estalla,
opone al derecho valla
el cielo, desde la cruz.

Mudo el caracol guerrero;
las tropas indias deshechas;
salvando el círculo fiero
que hacen las puntas estrechas
del advenedizo acero,

torna Maireni vencido
al silencio de sus sierras;
si el corazón dolorido,
el espíritu atrevido
fraguando futuras guerras.

Que ese monte, que le ofrece
abrigo en su fuga y duelo,
y el aura que lo remece,
y ese sol que resplandece,
aún son su tierra y su cielo!

Su tierra! Con qué fruición
la envuelve en honda mirada!
Desde el oscuro montón
que hace en la selva callada
el volcánico peñón,

hasta la lista indecisa
de la comba cordillera
que a lo lejos se divisa;
de los arbustos que pisa,
a la gallarda palmera.

No piensa, en tal panorama
el bravo cacique absorto,
que a la luz que el aire inflama,
es débil muro una rama,
y una selva asilo corto.

Mientras allá en lo lejano
le convida la montaña,
él se detiene en el llano,
ya abierto al empuje insano
de los soldados de España.

Ya le alcanzan, con veloces
pasos, y en brusca algarada
de ásperos gritos feroces,
"ríndete", claman las voces,
mientras lo impone la espada.

Pero él les mira: comprende
que es yana toda porfía;
ve que la lumbre sombría
de sus ojos le pretende
para más lenta agonía;

Y"es mío", dice sonriente,
"mi destino todo entero!"
Y contra el peñón austero
rompiendo la altiva frente,
se abre al sepulcro sendero!

Caen las hojas secas, vuela
sobre el tronco ensangrentado
el polvo; y amortajado
así, bajo el sol se hiela.

Y allí queda abandonado,
hasta que una mano amiga,
en la noche tenebrosa,
a la tierra el cuerpo liga,
sin una piedra que diga:


"Por ser libre, aquí reposa!"


Y allí yace, al murmurío
de las hojas; al tenaz
rumor de lejano río...
¡Deidades del bosque umbrío,
dejadle que duerma en paz!

1885

 


OLOLOI!...

Para Américo Lugo


Yo, que conservo con vista anodina,
cual si fuesen pasajes de China...


Tú, prudencia, que hablas muy quedo,
y te abstienes, zebrada de miedo;
tú, pereza, que el alma te dejas
en un plato de chatas lentejas;
tú, apatía, rendida en tu empeño
por el mal africano del sueño;
y oh tú, laxo no importa! que aspiras
sin vigor, y mirando, no miras...


Él, de un temple felino y zorruno,
halagüeño y feroz todo en uno;
por aquel y el de allá y otros modos,
se hizo dueño de todo y de todos.


Y redujo sus varias acciones
a una sola esencial: violaciones!
Los preceptos del código citas,
y las leyes sagradas no escritas,
la flor viva que el himen aureola,
y el hogar y su honor... ¿qué no viola...?


Y pregona su orgullo inaudito,
que es mirar sus delitos, delito;
y que de ellos murmúrese y hable,
es delito más grande y notable;
y prepara y acota y advierte,
para tales delitos, la muerte.


Adulando aquel ídolo falso,
qué de veces irguióse el cadalso!
Y a nutrir su hemofagia larvada,
cuántas veces sinuó la emboscada!


Ante el lago de sangre humeante,
como ante una esperanza constante,
exclamaba la eterna justicia:
ololoi! ololoi! (sea propicia!)


Y la eterna Equidad, consternada,
ante el pliegue de alguna emboscada,
tras el golpe clamaba y el ay:
sea propicia!: ololoi! ololoi!...


Y clamando, clamaban no en vano.
Ya aquel pueblo detesta al tirano;
y por más que indicándolo, actúe,
y por más que su estrella fluctúe,
augurando propincuos adioses,
no lo vio. ¡Lo impidieron los dioses!


Y por mucho que en gamas variables
-no prudentes, mas no refrenables-
estallasen los odios en coro,
como estalla en tal templo sonoro
un insólito enjambre de toses-
no lo oyó. Lo impidieron los dioses!


Y pasó, que la sangre vertida
con baldón de la ley y la vida,
trasponiendo el cadalso vetusto,
se cuajó... se cuajó... se hizo un busto!


Y pasó, que la ruín puñalada,
a traición o en la sombra vibrada,
con su mismo diabólico trazo
se alargó... se alargó... se hizo un brazo!
cuyo extremo, terrífico lanza
un gran gesto de muda venganza.


Y la ingente maldad vampirina
de aquella alma zorruna y felina,
de aquel hombre de sangre y pecado,
vióse dentro del tubo argentado
de una maza que gira y que ruge.


¡Y ha caído el coloso al empuje
de un minuto y dos onzas de plomo!


Los que odiáis la opresión, ved ahí cómo!...
Si después no han de ver sus paisanos,
cual malaria de muertos pantanos,
otra peste brotar cual la suya,
aleluya! aleluya! aleluya!


Si soltada la Fuerza cautiva,
ha de hacer que resurja y reviva
lo estancado, lo hundido, lo inerte,
paz al muerto! ¡loor a la Muerte!

1907

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