LA ESPERA
Como no contestó, una mano cálida la sacudió
por las rodillas. Entonces gruñó:
-Vete a dormir y déjame tranquila.
Pero la mano se alargó en una caricia. Josefina se indignó.
-¿Te has quedado a dormir para eso? Se van a dar cuenta, ¡vete!
La otra se tendió en la cama con medio cuerpo sobre Josefina,
cuyos músculos se contrajeron defensivamente.
-¡Déjame! Te digo, Lucía, que me dejes.
Lucía rió en sordina.
-Eres cobarde, pero estás loca por abandonarte a las caricias
de mis manos.
-Baja la voz, te van a oír... No es verdad, ¡lárgate!
Josefina se revolvió en la cama. Todo aquello era nauseabundo.
Al sentir los labios carnosos sobre su vientre tuvo un acceso de ira.
Con los dedos furiosos tirando de los cabellos de Lucía para
desprendérsela de encima, dijo amenazante:
-Si no te largas ahora mismo, grito. ¿Me oyes? Voy a gritar con
todas mis fuerzas.
-No lo harás... Tú le temes demasiado al ridículo
para armar un escándalo -se burló la otra-. Tamaña
cara pondrían tus hermanos si te vieran en cueros...
Volvió a reír echándole a la cara su aliento de
tabaco. Tenía formas hombrunas, casi corpulentas. Comprendiendo
que en semejante forcejeo llevaba las de perder, Josefina se inmovilizó
de repente, un nudo en cada fibra. La mujer se sintió aliviada
y comenzó a acariciarla ávidamente, a restregarse, a besarla.
De pronto, se detuvo:
-¿Qué te pasa? ¿Estás muerta?... Tonta,
no sabes lo que te pierdes... O es que... Habla ¡Hay un hombre
en todo esto! ¡Idiota!
En el apartamento de enfrente hicieron luz. El hueco de la ventana se
recortó luminoso sobre la pared detrás de la cama. Lucía
murmuró ásperamente:
-Mira lo que has hecho. La vieja María nos ha oído...
Esa maldita nunca duerme.
Luego, dulcificando la voz, agregó:
-¿De verdad no quieres que duerma contigo? Un hombre no es mejor,
Josefina, créeme.
En el cuadro de luz de la pared apareció la sombra de una cabeza.
Llena de susto, la joven replicó desfalleciente:
-Oh, por favor...
-Sí, tonta, me marcho. Yo tampoco quiero escándalo, pero
no tardarás en llamarme, estoy segura que me llamarás
porque no podrás conciliar el sueño después que
mis manos te han tocado. Esperaré... Ven tú a mi cuarto,
allí no podrá oírnos la escofieta ésa.
Masculló unas cuantas groserías más antes de escurrirse
malhumorada fuera de la habitación. Casi al mismo tiempo la vecina
apagó la luz y fue de nuevo el silencio. Pasaron unos minutos.
Un gato maulló cerca, repercutiendo su reclamo en la inmovilidad
de Josefina. Entonces se dio cuenta de que los latidos del corazón
martillaban todo su cuerpo. Se viró boca abajo. Como le resultó
insoportable el contacto tibio de la cama, decidió levantarse.
Después de correr el pestillo de la puerta que daba a la habitación
contigua, se dirigió temblorosa al cuarto de baño. Abrió
la ducha en la oscuridad. El agua fría le arrancó un gemido,
pero a medida que le penetraba en la sangre le fue calmando poco a poco
el temblor. Chorreante, se acercó al botiquín y encendió
la luz. Al cabo de unos segundos de contemplación, sonrió
jubilosamente a la turgente juventud de su pecho reflejado en el espejo
mientras decía:
-Te los guardaré puros, Amor, aunque sólo nos encontremos
en un mundo mejor.