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Del Almario Urbano al Cielonaranja, confidencias de un pequeño editor.
Miguel D. Mena

Los libros siempre estuvieron ahí, aunque no tuvieran hojas o números. La Biblia estaba abierta, amarillentada en el Salmo 23. En alguna esquina de la cocina se amontonaban ediciones del Almanaque de Bristol. En el dintel de alguna puerta, algún pan clavado o cierta herradura tenían que dar la bendición.

Un día un poema pasó los límites de una página. Siguió un cuento de Jean-Paul Sartre, más tarde un poema de Mathew Arnold. Lo que que ya eran diez o veinte páginas podía seguir creciendo. A principio de los ochenta trabajaba yo era el flamante encargado de la Discoteca de Radio Televisión. Al tener que pautar parte de la programación radial, me di cuenta que de aquellos sténciles bien que podrían salir libros.

Justo en 1982 se dieron situaciones románticas, políticas, literarias, que hicieron de la poesía algo más que un tirar las hojas a la izquierda. En algún curso del Museo del Hombre había conocido a los poetas María del Carmen Vicente, Fernando Valerio-Holguín y Manuel García Cartagena. En la Universidad Autónoma estaban los amigos del Taller César Vallejo –Plinio Chahín, José Mármol y Dionisio de Jesús, entre otros. Martha Rivera era la Diva de Ciencias Políticas, mientras que de Sandy García que se podría decir que ya no lo dijera Enriquillo Sánchez: era un gran níspero. Más allá de los predios universitarios estaba René Rodríguez Soriano, a quien conocí de la manera más extraña: pidiéndole una bola, que me bajara por la Tiradentes hasta el Alma Máter.

La poesía era entonces ese hablar de autores y de sueños, miembras Abréu libaba algún Café en La Cafetería, luego “Palacio de la Esquizofrenia”. Los del Vallejo llevaban la delantera. No solamente eran los más sistemáticos en sus reuniones –contaban con todo el apollo del Departamento de Extensión y de paso, a su dirigencia a veces les exoneraban los semestres-, sino que eran los más difundidos. Aparte de eso, fueron los primeros en publicar. José Mármol lanzó “El ojo del Arúspice” y el primer tomo de “Encuentro con las mismas otredades” alrededor de 1985, lo que fue toda una revelación y una fiesta de la poesía dominicana. De Jesús publicada “Axiología de las Sombras” (1984) y dos años después Chahín publicada “Consumación de la Carne”. Entre set y set, mi primer poemario, el “Armario Urbano”, se convirtió en el libro de no acabar. No sé cuántas ediciones de tres, cinco o diez ejemplares realicé entonces. El mismo título del libro fue el utilizado como nombre de la nueva editorial.

Trabajo a veces peor que el de Guttenberg fue aquél. Los libros tenían que transcribirse en sténcil. Las resmas de papel tenían que salir subrepticiamente de algunas ong’s o de publicitarias o de manos burocráticas generosas. Con la tinta pasaba lo mismo. Gracias al poeta Eduardo Díaz Guerra –quien pronto ganaría con “Cincoletras” el primer concurso de poesía de Casa de Teatro, pudimos realizar aquellas ediciones. En esos largos fines de semana se compusieron e imprimieron de esa manera “20 Century...” de Martha Rivera –su primer libro-, “Manicomio de papel”, de Manuel García Cartagena, entonces G.C. Manuel, la “Reunión de Poesía, Poetas de la Crisis” (1985), la primera colección publicada en el país de alguien que pensé poesía crítica.

Tanto aquel libro de Rivera como el de la “Reunión” lo pusimos a circular en la Trinitaria. Wilfredo Lozado y Carlos Francisco Elías ponían las palabras, Patricia Pereyra y Manuel Jiménez la música, Julio Castillo y la Trinitaria los tragos. Por primera vez se rompía ese aire funerario de lanzamientos de libros.

Al publicar en 1986 la edición –en imprenta- del “Armario urbano”, se afianzó la necesidad de quitarle ese título a aquellas ediciones artesanales. Surgió entonces “Ediciones de la Crisis”, la que entre 1986 y 1990 llegó a publicar unos diez poemarios, entre reproducciones y orignales. El último lanzamiento sería en febrero del 1990, en el entonces Instituto de Cultura Hispánica. Tuvimos que meternos hasta en los gaveteros de Sandy García para poder sacar su “Mandala de sueño”, otro de los libros más frescos de aquellas mujeres místicas de los 80 –y la única que nunca hizo propaganda de lo que hacía...

Entonces comenzó esa etapa berlinesa nuestra, que todavía no acaba. Surgió “Verlag ohne Genehmigung” (Editorial Sin Permiso), en el mismo centro de Prenzlauer Berg. Rilke, Kafka, Erich Fried, fueron algunos de los re-make, pero también gente joven del barrio, como Ulrike Müller, tal vez la mejor traductora de Vallejo al alemán. Aquellos libros, esta vez en finas ediciones en fotocopia, comenzaron a rodar por bares y servicios sociales de la Iglesia Evangélica. Un día, sin embargo, aquel gusanillo del castellano-dominicano volvió. Como ya no estábamos en Armario ni en Crisis –al menos visibles-, se asumió el nombre de “Ediciones en el Jardín de las Delicias”. Se dio paso a la publicación de las obras completas de René del Risco en cuatro tomos: sus “Cuentos”, “El viento frío”, “Del júbilo a la sangre” y “El cumpleaños de Porfirio Chávez”. Publicamos también una segunda edición de nuestra antología poética de Juan Sánchez Lamouth, así como de “Arquitectura y Arte Colonial en Santo Domingo”, del gran dominicanista alemán Erwin Walter Palm.

Literatura y ciudad fueron los grandes sujetos. Paredes y páginas, los héroes. Por toda esa tinta rodaron sueños, se convocaron buenos espíritus, pero también nos dimos cuenta que también la tinta puede ser un mar y el sol pude enceguecernos para otros ámbitos.

Por estos días estamos saliendo del “Jardín de las Delicias”. Al viejo Hieronymus Bosch le estamos haciendo un guiño. Asumiendo que los jardines hay que meterlos en el alma, para tener entonces nuevos motivos de cultivo, nos situamos en otros espacios.

Las Ediciones del Cielonaranja están saliendo ya.

Algunos gajos se han desparramado por ahí, por internet y por cantidad de listas de amigos, pero lo mejor viene por ahí, por ese mismo cielo de Santo Domingo y de Estancia Nueva y de la Romana y Puerto Plata y todo lo que coja aquella mítica “antena polidireccional de 360 grados”, es decir, del cero que nos mueve y nos hacer ser infinidad de números.

Sí: estamos yendo del Armario al cielo, con ciudades y con muchísimas frutas, a Dios gracias.

2.04.02