EL DIVINO CESTERO, ENTRE BOLAS DE ALCANFOR
Y EN LO ALTO DEL FARO DEL CONDE, QUE POR FAVOR, UNA SÚPLICA,
RECE POR NOSOTROS.
Miguel D. Mena
„Se puede habitar en estriado los desiertos,
las estepas o los mares; se puede habitar en liso incluso las ciudades,
ser un nómada de las ciudades...No sólo existen extraños viajes en la
ciudad, también existen viajes in situ... Son nómadas a fuerza de no
moverse, de no migrar, de mantenerse en un espacio liso que se niega
a abandonar, y que sólo abandonan para conquistar y morir...“
Deleuze-Guattari,
Mil Mesetas, p.490
No necesitarás pedir un punto de apoyo para
mover el mundo, porque ya ese lo habrá conquistado el maestro Cestero.
Abro la memoria como una puerta con candados
oxidados, crujiente, mientras el mapa de Santo Domingo se va desenliando.
Ciudad a oscuras es la nuestra.
Busco esos clavos que harán de ese plano algo
no tan volátil. Las imágenes se van deslizando como burbujas desde el
techo en el mismo instante en que me percato de que ya el Maestro se
habrá hecho cargo de nuevo de su Imperio condal, mucho antes de que
el gato de turno hubiese tenido tiempo de soltar su cuaja milenaria.
Silencio gatuno el del Maestro, rugido de colores
en su camisa siempre arremangada, como si hubiese acabado de dar el
brochazo final a cierta cosa bastante interesante por cierto.
Cuántas mañanas han pasado por ahí con masas
resacadas, huelgas en demanda de no sé sabe que rebaja -alimentos, gasolina,
da lo mismo-, país en ascuas esperando algún observador internacional
para que resuelva lo que sea, allanamientos en buscas de guerrilleros
urbanos, movilizaciones estudiantiles reclamando no recuerdo qué con
respecto al presupuesto o la liberación de los presos políticos, luego,
en los 90, flamantes voces populares congresionales; nuestro siempre
infantil terrorismo urbano de los 60, los 70, los 80, Caamaño, el Plinio,
Rubirosa; tardes de amores turbios esperando que la niña se asomara
al balcón, o de sábados radiantes camino a la cerveza consabida con
el Julio en algún colmado de mala muerte si no era que se caíamos en
frente de la funeraria, cuántas historias interminables seguirían fluyendo
por ahí sin que esas burbujas cesen.
Máquina que territorializa nuestra historia,
eso es el Conde. El país se esfumará en cualquier instante, pero de
seguro que el Conde nos sobrevivirá. La Puerta del Conde no está ahí
en verdad, sino en La Cafetera.
Pienso en aquel cuento de Kafka, Ante la
ley, y de repente pienso que el Maestro es ese guardia que después
de tantas esperas nos dirá que esa puerta y lo que había detrás de ella,
sólo estaba reservada para nosotros.
Mis preciados recuerdos conderos están cuadriculados
por la presencia del Divino Maestro, nunca de frente eso sí, siempre
en puntos de fuga. Arte de la Fuga es el Maestro, una cesta bachiana,
cruzando de lado como si estuviésemos en el viejo Cine Capitolio y la
película acabase de comenzar, y él, tan fino, sin ganas de estorbarnos
esos minutos de títulos. ¡Que el maestro Heitor Villa-lobos le permita
ingresar a la comunidad de fieles del Gran Maestro de la Iglesia de
Santo Tomás en Leipzig!
El Maestro no traza líneas -aunque nos trate
de convencer con sus paisajes coloniales que una vez las hubo, y que
prueba de ello eran las guaguas de dos pisos. No le crean al Divino
si trata de animarle con otro Santo Domingo. En verdad él es el creador
de todo, para pesar de Bartolome Colón esquina Nicolás de Ovando.
Maestro en fuga, procreando ejes de confluencias,
pizzicatos irrepetibles porque esos personajes luego desaparecerán habiéndose
preguntado uno si en realidad habrán llegado al estado de gracia.
Nueva York, Francis Bacon y no se sabe qué
bicicleta oxidada -esto lo propongo yo ahora a manera de addendum, -aunque
haya repetido la imagen en más de un artículo, para incomodidad de mis
mas fieles lectores, porque me he propuesto que la memoria de mi bicicleta
no desaparezca en el sótano-, son los enseres con los que el Gran Maestro
nos amuebla esas visiones.
Moncho, quién se recuerda del Moncho, dígame
usted, estimadísimo lector. (Eso es para consumo interno entre el Maestro
y yo, pero si se interesa le avanzaremos que el Moncho fue un personaje
gordo venido de Nueva York, siempre amparado en unos tenis azules, Converse
para más decir, y que siempre contaba la misma historia de cuando en
esa urbe se fue la luz y él arrancó desde una bodega con un tremendo
televisor...).
Ritornello baconiano la del Maestro, marea
alta arropando las costas de la ciudad y depositando en ella los bracitos
de muñecas y los zapatos de algún ahogado inoportuno, esfera maestra
la nuestra porque sabremos lo de la eficacia del dormir boca arriba
y sin el temor de que todo se esfume, porque se sabrá que el Maestro
a estas horas ya se habrá dispuesto a ocupar su centro de operaciones,
a controlar los confines entre la Hostos y la Duarte, a desplegar con
sus lienzos el misterio insular que después ya no lo será.
Epifanía cestérica la de esos contertulios
enfluzados en sus primeras planas de diario que como siempre, no dirán
nada, o al menos, lo contrario en un país donde todo está en el fondo,
en el mañana, donde la vocación de lo presente solo la tendrán los políticos
encasquetados en el Palacio.
Pero no nos dañemos mas el hígado y retornemos
a esos paisanos cesterizados, Dios mío. Una vez he estado, en esas altas
y dulces horas de la noches del Parque Colón, con el dilecto Tony C.,
divariando sobre el futuro de las peleas de gallos y la importancia
del chicharrón, cuando los ejércitos cestéricos han salido de algún
farol para mostrarle a cierto pintor-marchand las maravillas post-expresionistas
de las telas del Maestro. Al instante no hubo más remedio que cesterizarse,
estericarse, pensar que el Maestro estaba a esas horas oyendo algunos
cantos del Danubio y nosotros ahí, echados a los pies de sus reflejos
en esas horas dulces y altas de las noches del Parque Colón.
Ahí estará el Maestro Cesteros y su Logia Condera,
atajándonos, reduciendo la Isla y su trayectoria a esas dos breves esquinas,
remando de un palo de luz a otro sin tomar en cuenta los geriátricos
chorreados a un lado y otro. Divinidad la del Maestro, Salud de los
Enfermos, Arca de Salvación, Mascarón de Proa de alguna flota que no
reconocimos porque ya estábamos en Boca Chica pensando que ese era el
mar Caribe cuando resultaba ser que no estábamos más que en uno de sus
lienzos.
Cestero: bola inmensa de alcanfor para una
calle-fieltro de féretro.
Que el Maestro siga rezando por nosotros desde
su taza y mirándonos de lado, de reojo.
Berlin, 7.Julio.96