SANTO DOMINGO, SU CIELO IRRENUNCIABLE.
Texto y foto: Miguel D. Mena

El arte está en las calles. No es nuevo el descubrimiento. Desde aquellos días de la Exposición Mundial en el París de 1889 hasta las quimeras infantiles de Joseph Beuys en los 60, ya sabemos que la chatarra al doblar de la esquina será tan buen objeto de arte como la retrospectiva de Jaime Colson en Cultura Hispánica.

Los sonidos del metro berlinés fueron recuperados por U2 en su disco “Achtung”. Los metaleros del Bronx han realizado verdaderas óperas a partir de los desquiciantes ruidos de las herrerías. En las exposiciones de “Arco” en Madrid bien que te puedes sentir como conmigo, en mi cocina, y si no hay nada en la despensa, será lo mismo que caer en alguna parte de atrás de cualquier restorán del China Town.

El arte está aquí. No hay que deshuesarse el cerebro. Puedes armar tu casa como una sueño de Salvador Dalí o advertir los ruidos de tu estómago como si estuvieses oyendo lo último que John Cage compusiera. Todo es arte. Todos somos artistas. Cualquier brinco o caída puede hacerle honor a Isadora Duncan.

Puedes armar la sala de tu casa con un afiche del Che y un reguero de latas de Cola, como alguna vez advirtiera en una casa por San Lázaro, en Habana Centro. Puedes disponer las botellas que siempre sobran los fines de semana con el orden que quieras y pensar que estás frente a una intensa búsqueda sobre los sentidos del ser y la posmodernidad.

En este Santo Domingo de principios del siglo XXI estamos frente a un cielo que refleja el body art de estos infelices. Sí, infelices por el cansancio, la expresión de dudas, de búsquedas, de miedo ante el lente. Hubiese querido estar ahí desde más temprano o más tarde para ver cómo se delizaban en vía contraria, pero la suerte no siempre acompaña a los valientes.

Este es el Santo Domingo oculto tras un flash, su arte irrenunciable, la inscripción de un lenguaje criptológico, la necesidad de la arqueología de lo cotidiano, el tránsito del folk al pop y después quién sabrá cómo se desenredará esta longaniza.

Este es un Santo Domingo al que no se puede apostar. Cualquier pierde. Esto es el arte al aire libre, el subrayado que ya muchas obras maestras quisieran tener pero que sólo está aquí, en este cielo irrenunciable.

 

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