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Tener un pie aquí… y el otro allá

Dra. Amparo Chantada

No sé explicar porque al oír voces de la diáspora dominicana en los Estados Unidos, me ha surgido la necesidad de contar mi propia historia, de compartir con ellos, sentimientos profundos hilvanados en torno al exilio o a la emigración, al fin historia de diáspora.  No hay muchas diferencias entre las  situaciones que viven los seres humanos: el exiliado, siente tener  motivos de satisfacción, de orgullo, lo hizo voluntariamente, se auto flageló por convicciones profundas y en general, sigue en el país de acogida  conectado con el otro país a través las actividades políticas, a veces hasta conspirando desde el exilio.
Como casi todos los exiliados y sus descendientes, soy hija de una Tierra prometida, pues, mis padres han descrito la tierra que dejaron como un paraíso, al cual, nosotras, las cuatro hermanas nacidas en Francia, debíamos retornar un día. Ese deseo, confesado a cada instante,  duro todo el tiempo, en que mi padre estuvo en vida. No descansó para eso, militó, organizó, protestó e incluso se involucró en guerrillas, que fracasaron alrededor de los años 50. A pesar de tanta voluntad, solo pudo retornar, un año antes la muerte de Franco, a su Galicia natal, pero duro 35 años, repitiendo a todas, que volvería para morir a su Tierra natal. Y así lo hizo. Sin embargo, lo repitió tanto, que a veces ni caso ya le hacíamos  por no cumplirse nunca: con amigos selectos, de toda una vida, se decían  por ejemplo, como auto convenciéndose que pronto, nos daría cita en Gijón, …que  no nos preocupara, que en España, la vida seria mejor… que el año que venía, todos  estaríamos en Galicia,… que preparáramos,  las maletas…. Cada Noche Buena, cada año nuevo así pasaron 35 años hablando de su Galicia, que había dejado a los 28 años, por defender la República, esa misma que  había salido de las urnas por la voluntad popular y que un sector de la España mas conservadora no quiso reconocer.
Cuando regresó, ocurrió como una semi tragedia, ni reconocía a Galicia, solo él hablaba gallego, recordaba cosas añejas que ya no existían, nadie lo recordaba en su antiguo barrio, la gente en la calle le pasaba sin verlo, él que quería abrazarse de todos, hasta sus hermanos lo veían como un extranjero: había fijado para siempre su Galicia en una imagen que se había congelado.
El destierro, para él,  fue voluntario y constituyó una posición política irrevocable. De España salio para Tunez, de Tunez a Argelia, para instalarse al final, en Francia, después de años de persecución y cárcel. En  el caso de mi madre, por su edad, se le impuso esa partida. Tuvo que caminar, días y días, a través de la montaña, desde Asturias, para alcanzar la frontera francesa y ahí ser expatriada, con una tía, que no conocía, en Argelia, su nueva Patria. Tenía 14 años.
Por qué contar esa Historia, porque se parece a cualquier historia que nos contaría una familia dominicana de emigrantes. Los motivos no son los mismos, pero me sorprende como los seres humanos viven de la misma manera esa separación con el terruño original. El exilio político es más doloroso, por ser forzoso, pero los emigrantes, de hoy, sin sentirlo como tal,  también se ven forzados a salir, también sufren la separación, también repiten las mismas historias de vida. Es que el exilio o la emigración son aventuras eminentemente personales, intimas muy pocas relatadas, porque se parecen mas bien a confesiones que a historias.
 Las historias de vida son orales y muy púdicas y  son todavía muy poco  investigadas, no dudemos que  pronto lo serán por constituir parte de la memoria colectiva del pueblo, sea este dominicano o de cualquier parte, todas las naciones son hoy pueblos de emigrantes.
Escuchando, a Silvio Sallent, hablar de lo que extrañan  los dominicanos en los Estados Unidos, me recordé como a mis padres también les hacía falta, detalles insignificantes que eran para él,  imprescindibles: productos de la Tierra, del Océano, recordaba propiedades que seguramente no tenían, dejando  libre curso a su imaginación. Evidentemente todos ellos, eran mejores allá, anhelaban hasta los olores de la campiña, los ruidos de la campiña  y embellecía hasta las difíciles condiciones de vida que sufría, antes su partida. La distancia y el destierro magnificaban situaciones de pobreza con recuerdos de reuniones familiares, las risas, los cuentos, los primos y sobrinos que venían de lejos para esa ocasión.
El exilio se vive personalmente, cada quien lo percibe a su manera pero causa estrés y trauma. La sensación de dejar atrás, su pasado es vivido como una herida sin cura, que nunca se cierra y la memoria del exiliado se transforma en un mecanismo de registro, de retención y depósito de informaciones, conocimientos y experiencias que moviliza capacidades de orden psíquico y que permiten a los seres humanos actualizar impresiones o informaciones pasadas. Las magnifican, muchas veces las adornan para no resignarse a vivir, como viven, pobres, en la nueva Patria y para no olvidar la otra.
La Nueva Patria, como en mi caso, es ambigua. Da y resta, brinda y quita, generosa y al mismo tiempo represiva. La nueva patria es primero una lengua diferente que hay que aprender cueste lo que cueste y sin acento. De ahí, el afán por acentuar pronunciaciones, las doble “r” francesa, y saber reconocer sus trampas, la “j” y la “gue” y en el caso del Francés, saber escribirlo mejor que todos, sin falta ortográficas. La nueva Patria, es la escuela, el barrio y  la fábrica, ahí se rocen adolescentes o adultos y se inicia el difícil aprendizaje del meteco: los seres comunes son racistas, egoístas, etnocéntricos sin saber por qué, repiten idioteces aprendidas en la prensa u oídas por radio o por la vecina del lado. Ideas xenofóbicas circulan en la calle, en las escuelas, en los medios de transporte  y provocan grandes estragos en la cotidianidad. Humillan, resignan, provocan sabores amargos por la impotencia, pues el emigrante o el exiliado, debe ser discreto, sumiso, agradecido por el favor y nunca manifestar su indignación.
El metro, la guagua son lugares de individuos cansados, apresurados, agresivos, siempre son espacios de confrontación severa con la realidad, no falta uno para recordarle  que no somos de acá, que molestamos y se nos amarga el día y la noche.
Arbitrariedades de la policía, miradas hostiles de los burócratas encargados de legalizar los papeles, de poner un sello benefactor: en las filas, la Patria se recuerda, la nostalgia de procedimientos diferentes, fácil imaginarse un emigrante latino de frente a la frialdad   de un servidor publico norteamericano acostumbrado al Bienestar sin altibajo, fingiendo que no habla español, que no entiende, resolviendo mas lento que de costumbre.
El exilio político era cuestión de hombres pero la emigración  es asunto de hombres y mujeres, de niños y niñas, de envejecientes, de enfermos, de profesionales. No reaccionan igual, ni tampoco al mismo tiempo, algunos se integraran, otros vivirán allá, con un pie acá.
Algunos se acostumbraron, otros nunca. Como acostumbrarse a la gran urbe, llegando de un campo de La Vega. Y sin embargo, aguantaran  porque allá se quedó la familia y cuentan con él o con ella,  el volver  sería signo de fracaso, se interpretaría como un acto de cobardía, entonces soportan, esperando una oportunidad para insertarse y realizar un sueño que todos desean: vencer las adversidades, ganarle la pelea a la Gran Urbe para poder retornar un día para siempre pero ahora será para Navidad  y dar demostraciones del triunfo alcanzado.
Insertarse es el reto de todos, en la sociedad americana o en la que sea, en la universidad, en el medio profesional, para el adolescente les será fácil, para los infantes también, pero para los adultos, será traumatizante,  nadie podrá nunca contar la suma de esfuerzos y voluntad que se necesita para lograr ese proceso. Quien podrá escribir y describir esas experiencias, relatará y narrará un cúmulo de aventuras personales diarias  que han permanecido silenciadas por su fragmentación temporal y espacial y por su minusvalía frente a otras experiencias mucho más traumáticas como son la muerte (en yola, en la frontera) o la repatriación.
Del exilio político de mi padre, recuerdo su identidad lesionada, presionada entre dos referentes espacios temporales allá-antes “yo era casi dentista”  y el acá-ahora:  soy Enrique, dirigiendo un departamento de una fabrica de pintura, enfermo, tuberculoso desde la cárcel y obligado a seguir adelante por las cuatro hijas. Pero había dos Enrique, el español que hablaba francés con un fuerte acento en la calle y el Enrique de la casa, gallego por todos los costados, morriñas y muñeiras, vivía en  dos mundos:  uno, el real, el otro, el sueño de estar en una Tierra que se volvía cada vez mas mítica: el año que viene, todos estaremos allá, mil veces repetida esa oración se volvió decisoria con el tiempo, porque la Tierra recordada no era la Galicia de hoy, era el país de la ensoñación, congelado en una memoria nostálgica, un lugar perdido temporalmente que se esperaba recuperar al regreso.
Los dominicanos sueñan también con una Isla, que ya no es la misma, ellos, tampoco son iguales.  La Dominicana que dejaron, era campechana, eminentemente rural, solidaria en la pobreza, regresando encuentran una sociedad en mutación, descampesinizacion, urbanización, modernidad, consumos nuevos, Mc Donald, Taco´s Bell, Wendy etc. y la nueva delincuencia, desde el Aeropuerto. En cuanto a quienes lo reciben acá, deben hacer esfuerzos para reconocer esos parientes, que se fueron y regresan hablando espanglish, adornados de cadenas al cuello y trenzas africanas, de tenis lumínicos y “coats” invernales.
Todo esto, son las pruebas de su éxito, premios de su exilio forzado.
El problema mayor del exilio, sea político o económico, es con la segunda generación: cómo hacer entender a los hijos, los motivos de su salida y explicarles las razones que hicieron que el país se dejó, porque no era el país ideal y sin embargo quieren regresar. La segunda generación, en general, logra insertarse, aplico a la universidad, única promoción real del exiliado o emigrante, se esfuerza por pasar exámenes, por hablar la lengua, por ser eficiente y productivo, entonces los padres, hablan de abandonar lo que tanto costo, y casi siempre ocurre, la ruptura. Padres y sentimientos de un lado, hijos y proyectos de futuro del otro, estos no quieren regresar, han perdido referencias tangibles. Lo que nunca tuvo Félix Sánchez.
El retorno de la segunda generación al país,  produce una contradicción entre el país que describieron los padres y la imagen que reciben los adolescentes, esa del país real, entonces se construyen grandes  desengaños y desenfados, porque son   además, extranjeros en su país de origen.
Muchas veces conté, que nací española y al mismo tiempo francesa por haber nacido en Argelia. Nunca dejaron de llamarme  española en Francia y regresando a España, saludaron a la Franchuta que era, convenciéndome que el exilio español primero que otros, sufrió y venció los efectos de una primera gran globalización que se produjo en Europa entre los anos 30 y 60.  Pasará lo mismo con muchos dominicanos, nacidos en tierras lejanas, residentes en otras con apellidos sonoros que recordarán para siempre su dominicanidad.
Casi todos habrán pasado por situaciones ambivalentes, amando un país que ya no es, recordando gente que lo olvidan, trabajando para un viaje que se pospone siempre, mandando  remesas hasta que los viejos se mueran. Ahí, habrán cerrado un circulo de vida para seguir esforzándose en su nuevo país,  que lo rechazará o señalará siempre, para conseguir al final, un  sencillo derecho a la  sobrevivencia, que es en definitiva, lo que piden, los y las, que por una razón u otra, abandonan  su Tierra.