El
bajo nivel del debate político y la debilidad y similitud de las
propuestas electorales de los partidos en liza, entre otros, fueron
los puntos más criticados de la pasada contienda electoral dominicana,
para renovar el congreso y los ayuntamientos municipales del país. Esta circunstancia no puede analizarse al margen de un riguroso
examen del estado de situación de la producción intelectual y de
los intelectuales dominicanos.
Como dice Goldfarb, nuestra sociedad acusa un preocupante
déficit de deliberación. La
idea central de estas notas es que a una clase política le resulta
difícil tener profundidad en la discusión y presentación de sus
propuestas sin la existencia de un contexto, un ambiente moral e
intelectual con cierto nivel de
excelencia que guíe, o por lo menos sirva de referencia a
los diversos actores que intervienen en los debates políticos, máxime,
cuando se trata de una campaña electoral.
A pesar de que en el imaginario colectivo o sentido
común de la gente, se tiende a pensar el intelectual como un segmento
de la población con cierta homogeneidad y que, incluso, algunos
intelectuales han pretendido asignarles a estos una función y misión
únicas, como fue el caso de Benjamín Benda, en su conocida obra
La Traición de los Clérigos, las funciones intelectuales son tan
diversas como distintas son las personas que ejercen esa función.
En ese sentido, los políticos, en general, constituyen
un tipo de intelectual, en tanto que son portadores y hasta productores
de ideas, de cultura e ideologías con las cuales ejercen
una función de dirigentes de colectividades sociales y políticas.
Sin embargo, por la inmediatez de sus objetivos, la urgencia
de la venta de sus ideas, su obsesión de obtener adhesión y más
que ésta, el voto, no permite que estos se detengan a profundizar
sobre sus propuestas: las venden como enlatados, mientras más compactas
mejor, mientras más simples más fácil resulta su venta y,
por ende, su compra de voto y hasta de conciencia.
El intelectual que produce ideas, fuera de particularismos
de grupos o del poder, se mueve con otra lógica, hace que la gente
reflexione y discuta sobre sus problemas y temas de interés. Propone el debate para arrojar luz sobre estos
problemas, en ese sentido tiende a civilizar y profundizar la discusión
política y a ser subversivo contra el orden establecido. Ello supone
una militancia del intelectual orientada hacia el bien común, hacia
el establecimiento de un sentido de responsabilidad cívica del ciudadano,
para que este tenga conciencia de sus actos y exija a los políticos
y al poder el cumplimiento de sus ofertas.
Por esa razón las relaciones entre políticos e intelectuales
casi siempre han sido de amor y odio. Amor cuando son requeridos
por aquellos para que contribuyan con sus ideas a la formulación
general de sus propuestas (que luego banalizan en el fragor de sus
luchas) y odio por la tendencia de aquellos de recordarles matices
y vertientes de enfoques ausentes en sus discursos y propuestas.
La tensión entre los intelectuales que no se suman a los
poderes fácticos e institucionales y los políticos es directamente
proporcional al poder que estos últimos detenten.
En la República Dominicana la relación entre los intelectuales,
como en todos los países (pero no tanto), por momentos ha sido tensa,
no sólo por las posiciones favorables y/o de servicio al poder de
turno que asumen algunos y por la de crítica que sumen otros, sino
también por diferencias en torno a problemas concretos. En casi
todos esos casos, la pasión con que muchos defienden sus posiciones
ha ido acompañada de la intolerancia, la diatriba, la falta de objetividad
y de honestidad, algo muy relacionado con la pobreza argumental
de los polemistas.
El canibalismo político que le atribuimos a nuestra
clase política, quizás sea un reflejo de la actitud arriba enunciada. La incapacidad de esta de discutir con altura
y con argumentos dirigidos a esclarecer los puntos de vista en discusión
no para aplastar al contrario, quizás provenga de la forma en que
discute un significativo número de intelectuales dominicanos El
temendismo verbal de muchos de estos últimos, no está muy distante
del que exhiben nuestros políticos.
Es recurrente la queja de que nuestros partidos políticos
no se vinculan a las luchas sociales ni se refieren a los problemas
de las comunidades fuera de los períodos electorales, y que sólo
se conforman con hacer oposición parlamentaria y no hacer también
oposición social, como debe hacer todo partido responsable. Sin
embargo, a lo largo de la historia de la
intelectualidad dominicana, salvo las siempre honrosas excepciones,
este grupo social ha mantenido una débil vinculación con los diversos
sectores que dirigen sus demandas al sistema.
En la actualidad, sólo un puñado de intelectuales
desarrolla una práctica social orientada en el sentido de las demandas
populares y de vinculación a las actividades educativas de ese sector. Pocos asumen la responsabilidad de opinar públicamente sobre los temas políticos
del momento, ora por miedo a que sus opiniones coincidan con algunos
de los alegatos de los partidos envueltos en el debate, ora porque
sus opiniones pueden molestar al gobierno de turno. Ese acto de pusilanimidad de muchos, coincide con la irresponsabilidad
de la mayoría de nuestros políticos que no opina sobre temas que
puedan afectar intereses nacionales o extranjeros.
Aclaro
de inmediato, no creo que todo intelectual, para que se le llame
“verdadero” y no “falso”, deba tener una actitud de crítica o de
condena al poder, esa estrecha concepción del papel de los intelectuales,
puede conducir a la intolerancia y a negar el derecho de todo ciudadano,
independientemente de su oficio o profesión, de ser parte de un
determinado poder y defenderlo si su conciencia así se lo dicta,
tendencia ésta muy notoria en el mundillo de muchos intelectuales.
Lo que le exijo a éstos es una conducta ciudadana digna, no pusilánime
o acomodaticia al momento de criticar el comportamiento de los partidos,
y dar muestras de seriedad en el debate en que participen.
El elemento fundamental que caracteriza una actitud
ciudadana digna es la participación activa en los asuntos públicos.
Es la responsabilidad cívica de tomar partido, no importa el bando. La participación en los asuntos públicos y
en los debates alrededor de problemas concretos, sobre todo de actualidad,
es la fuente nutricia de la producción intelectual y de la construcción
de la ciudadanía. En países
como Chile, Colombia, Puerto Rico, El Salvador, etc, donde muchos
intelectuales han tenido una vinculación con el movimiento popular,
y con la práctica política en general, el debate político ha tenido
un significativo nivel, la producción de saberes en todos ámbitos
ha sido muy importante. Los políticos han tenido referencias de
pensamiento elaborado que han tenido que tomar en cuenta al momento
de debatir sobre temas de interés colectivo con posibilidad de tener
real incidencia en la dinámica del sistema.
Otra actitud negativa de muchos intelectuales dominicanos,
es pretender que el debate de las ideas deba culminar con grandes
acuerdos o consensos, como le gusta decir.
Por eso, para muchos, las opiniones deben expresarse dentro
del marco de lo “políticamente correcto”, despojada de toda referencia
ideológica que pueda ser asociada a intereses de grupos o clases
sociales, sobre todo de los pobres.
A nadie se le puede exigir una adscripción a una idea u opción
de vida, pero oponerse a que el debate de las ideas sirva para que
grandes grupos de individuos se organicen para establecer la hegemonía
de sus ideas o intereses, es una forma de negar la lógica que ha
orientado los hechos más importantes de la historia.
Cierto es que en la República Dominicana, en la esfera
de los intelectuales hay discusiones en torno a temas que de una
u otra manera pueden contribuir a un adecuado
debate político, por ejemplo, Trujillo no deja de ser un
temas de actualidad y de apasionados debates, lo mismo el de la
migración haitiana hacia este país.
En la esfera de la política se discute sobre varios tópicos
de la cotidianidad de las actividades de los políticos.
Sin embargo,
a parte de que debemos exigir mayor rigor y menos ruidos o simples
anécdotas en el curso de las discusiones, hay que consignar que
quizás arrastramos un significativo déficit de claridad sobre temas
claves para el presente y futuro de la sociedad dominicana,
entre ellos podríamos citar el
de la corrupción de la clase
política y parte del empresariado dominicano, el del municipio en
el proceso de mundialización, el de la construcción de los espacios
urbanos; el tema de las políticas sociales, la pobreza urbana, la
participación y representación política, la descentralización y
regionalización, la globalización y la virtualización; el tema de
la sistematización de las experiencias adquiridas en materia de
gestión pública y la seguridad social, entre otros temas.
Sobre algunos de estos temas hay una determinada producción,
en cantidad aún limitada y con cierta calidad, pero como en otros países, es una producción
que se hace en la esfera de la acción comunitaria, en ONGs y centros
de investigación vinculados a la actividad local de base e incluso
en algunas esfera del Estado. Es una labor que realiza un puñado
de intelectuales que no renuncian a su compromiso social, pero que
no encuentran en otros intelectuales sus interlocutores para el
debate. Es una de las razones
de la recurrente expresión de que aquí nadie discute las ideas que
generalmente se expresan en los medios escritos y televisivos.
Esta circunstancia contrasta con la experiencia vivida
en nuestro país en las décadas de los 60 y 70, incluso hasta mediados
de la década de los 80, cuando un núcleo importante de intelectuales
dominicanos jugó un papel estelar en la producción de ideas y en
la contribución al debate político.
De éstos, los de orientación de izquierda, por momentos,
fueron puntos de referencia obligada para la interpretación de la
realidad política, económica y social de la sociedad dominicana.
Yo diría que en algunas discusiones sobre algunos aspecto
de nuestra la historia, sobre los sectores industrial y agrario
y sobre algunos temas políticos, nacionales e internacionales, en
ese momento, por primera y única vez en nuestro país historia, del
pensamiento de izquierda tuvo una hegemonía en las Ciencias Sociales.
Esa circunstancia no puede verse desligada de un contexto
internacional, de debate de muchas ideas en el cual el pensamiento
marxista estaba a la vanguardia, y diría que en su mejor momento
de producción y de profundidad de sus análisis. Eso tenía su influencia
en los grupos y partidos de izquierda dominicanos. Muchos pensadores
de esa cultura intelectual, como en otros países, habían logrado
imponerse sobre la censura y la pobreza interpretativa de la realidad
social de las direcciones de los grupos y partidos comunistas en
los cuales militaban. Esa tendencia del pensamiento social
descollaba sobre otras también presentes en el debate.
Sin embargo, en nuestro país, desde finales de los
80 y con el éxodo de muchos profesionales e intelectuales que no
pudieron resistir la crisis económica y política iniciada en 1990
que se prolongó hasta mediados de esa década, se ha ido produciendo
una preocupante ausencia de muchos intelectuales en el debate político,
y por ende se ha ido debilitando la producción en las ciencias sociales
en términos de propuestas y de presencia en las discusiones políticas.
Varios factores podrían ser la causa de este retraimiento,
ese silencio y miedo de
muchos de nuestros intelectuales. Entre otras podríamos citar el
peso de la tradición autoritaria de nuestra clase política, el canibalismo
político de esta, lo cual la inhabilita para valorar las opiniones
independientes, la tenue separación de las instancias económicas
y políticas en el sistema político dominicano. Muchos empresarios tienen una perversa convivencia
con la política y los políticos, y muchos de éstos últimos son a
su vez empresarios.
El cuadro de inseguridad se agrava debido a la debilidad de la carrera administrativa y de
servicio civil y administrativa, por lo tanto la seguridad del empleo
es precaria, por un Estado poco inclinado a valorar los matices y tendencia a la profundidad y complejidad del pensamiento
elaborado en la esfera de los intelectuales y profesionales serios,
y la recurrente actitud de algunos funcionarios incluyendo en primer
lugar al primer ejecutivo de la nación de denostar con primitivos
calificativos a quienes se expresan en sentido crítico o contrario
a opiniones o ejecutorias gubernamentales.
Sean
esas o no las causas, el hecho es que tenemos un significativo déficit
de deliberación, fruto del retraimiento de la mayoría de nuestros
intelectuales y de una clase política de escasa formación profesional. Ese déficit y ese espacio, sin proponérselo,
pretende ser ocupado por un tipo de intelectual que en general tiene
una cuestionable formación profesional: los presentadores de televisión
y de la radio. Son éstos,
junto los medios de la prensa escrita,
quienes organizan y dirigen los debates de los políticos,
son estos comunicadores quienes jerarquizan y plantean los temas
para el debate político.
Estos presentadores, salvo raras excepciones, conducen
los debates con un alto componente de entretenimiento, a veces es
básicamente eso, entretenimiento. No somos el único país donde eso
sucede, en muchos países de más en más éstos tienen un significativo
papel en la producción y conducción del debate de los temas de discusión
pública. Pero aquí
el problema es sumamente grave, dado que nuestros políticos
se ocupan cada vez más de sus actividades privadas, de más en más
su oficio deja de ser estrictamente la política, razón por lo cual
su función intelectual cada vez más viene a menos.
Un sistema político no puede renovarse y adecuarse
positivamente a los nuevos tiempos en medio de la banalización del
debate. La permanencia de esa circunstancia a la postre
afecta a todas las instancias que configuran la estructura social
y a todos agentes sociales
presentes en esa estructura. Para la
renovación moral e intelectual de esta sociedad se requiere
de un tipo de intelectual con profundo sentido de responsabilidad
cívica y ética profesional o de oficio. Pensar que la renovación de esta sociedad es
sólo tarea de los políticos o de un líder político es no darnos
cuenta de que en las sociedades donde esto último ha sucedido, el
reino de la intolerancia y el oscurantismo se han entronizado por
décadas.
La Historia no
se repite, repiten muchos, pero no es difícil constatar que cuando
los pueblos perciben la inexistencia de ideas y proyectos sobre
los cuales construir su esperanza de un mundo mejor y seguro, tienden
a creer en cualquier demagogo que se presenta como el gran componedor
de la vida pública. Cuando eso sucede, generalmente al pasar balance
de esa desgracia, entre las causas que la provocan se identifica
una intelectualidad postrada o ausente del debate público. No se puede afirmar que estamos de esa circunstancia,
pero sí creo que hay razones para sentirnos preocupados y para crear
un escenario que permita el
nivel del debate político de este país, con una mayor presencia
de sus intelectuales.
Otro artículo de César Pérez:
El país
después de la debacle de BANINTER