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El Retraimiento de los Intelectuales y la Pobreza del Debate Político

César Pérez

El bajo nivel del debate político y la debilidad y similitud de las propuestas electorales de los partidos en liza, entre otros, fueron los puntos más criticados de la pasada contienda electoral dominicana, para renovar el congreso y los ayuntamientos municipales del país.  Esta circunstancia no puede analizarse al margen de un riguroso examen del estado de situación de la producción intelectual y de los intelectuales dominicanos. 

Como dice Goldfarb, nuestra sociedad acusa un preocupante déficit de deliberación.  La idea central de estas notas es que a una clase política le resulta difícil tener profundidad en la discusión y presentación de sus propuestas sin la existencia de un contexto, un ambiente moral e intelectual con cierto nivel de  excelencia que guíe, o por lo menos sirva de referencia a los diversos actores que intervienen en los debates políticos, máxime, cuando se trata de una campaña electoral. 

A pesar de que en el imaginario colectivo o sentido común de la gente, se tiende a pensar el intelectual como un segmento de la población con cierta homogeneidad y que, incluso, algunos intelectuales han pretendido asignarles a estos una función y misión únicas, como fue el caso de Benjamín Benda, en su conocida obra La Traición de los Clérigos, las funciones intelectuales son tan diversas como distintas son las personas que ejercen esa función.

En ese sentido, los políticos, en general, constituyen un tipo de intelectual, en tanto que son portadores y hasta productores  de ideas, de cultura e ideologías con las cuales ejercen una función de dirigentes de colectividades sociales y políticas.  Sin embargo, por la inmediatez de sus objetivos, la urgencia de la venta de sus ideas, su obsesión de obtener adhesión y más que ésta, el voto, no permite que estos se detengan a profundizar sobre sus propuestas: las venden como enlatados, mientras más compactas mejor, mientras más simples más fácil resulta su venta y,  por ende,  su compra de voto y hasta de conciencia.

El intelectual que produce ideas, fuera de particularismos de grupos o del poder, se mueve con otra lógica, hace que la gente reflexione y discuta sobre sus problemas y temas de interés.  Propone el debate para arrojar luz sobre estos problemas, en ese sentido tiende a civilizar y profundizar la discusión política y a ser subversivo contra el orden establecido. Ello supone una militancia del intelectual orientada hacia el bien común, hacia el establecimiento de un sentido de responsabilidad cívica del ciudadano, para que este tenga conciencia de sus actos y exija a los políticos y al poder el cumplimiento de sus ofertas.

Por esa razón las relaciones entre políticos e intelectuales casi siempre han sido de amor y odio. Amor cuando son requeridos por aquellos para que contribuyan con sus ideas a la formulación general de sus propuestas (que luego banalizan en el fragor de sus luchas) y odio por la tendencia de aquellos de recordarles matices y vertientes de enfoques ausentes en sus discursos y propuestas.  La tensión entre los intelectuales que no se suman a los poderes fácticos e institucionales y los políticos es directamente proporcional al poder que estos últimos detenten.

En la República Dominicana la relación entre los intelectuales, como en todos los países (pero no tanto), por momentos ha sido tensa, no sólo por las posiciones favorables y/o de servicio al poder de turno que asumen algunos y por la de crítica que sumen otros, sino también por diferencias en torno a problemas concretos. En casi todos esos casos, la pasión con que muchos defienden sus posiciones ha ido acompañada de la intolerancia, la diatriba, la falta de objetividad y de honestidad, algo muy relacionado con la pobreza argumental de los polemistas.

El canibalismo político que le atribuimos a nuestra clase política, quizás sea un reflejo de la actitud arriba enunciada.  La incapacidad de esta de discutir con altura y con argumentos dirigidos a esclarecer los puntos de vista en discusión no para aplastar al contrario, quizás provenga de la forma en que discute un significativo número de intelectuales dominicanos El temendismo verbal de muchos de estos últimos, no está muy distante del que exhiben nuestros políticos.

Es recurrente la queja de que nuestros partidos políticos no se vinculan a las luchas sociales ni se refieren a los problemas de las comunidades fuera de los períodos electorales, y que sólo se conforman con hacer oposición parlamentaria y no hacer también oposición social, como debe hacer todo partido responsable. Sin embargo,  a lo largo de la historia de la  intelectualidad dominicana, salvo las siempre honrosas excepciones, este grupo social ha mantenido una débil vinculación con los diversos sectores que dirigen sus demandas al sistema.

En la actualidad, sólo un puñado de intelectuales desarrolla una práctica social orientada en el sentido de las demandas populares y de vinculación a las actividades educativas de ese sector.  Pocos asumen la responsabilidad de  opinar públicamente sobre los temas políticos del momento, ora por miedo a que sus opiniones coincidan con algunos de los alegatos de los partidos envueltos en el debate, ora porque sus opiniones pueden molestar al gobierno de turno.  Ese acto de pusilanimidad de muchos, coincide con la irresponsabilidad de la mayoría de nuestros políticos que no opina sobre temas que puedan afectar intereses nacionales o extranjeros.

Aclaro de inmediato, no creo que todo intelectual, para que se le llame “verdadero” y no “falso”, deba tener una actitud de crítica o de condena al poder, esa estrecha concepción del papel de los intelectuales, puede conducir a la intolerancia y a negar el derecho de todo ciudadano, independientemente de su oficio o profesión, de ser parte de un determinado poder y defenderlo si su conciencia así se lo dicta, tendencia ésta muy notoria en el mundillo de muchos intelectuales. Lo que le exijo a éstos es una conducta ciudadana digna, no pusilánime o acomodaticia al momento de criticar el comportamiento de los partidos, y dar muestras de seriedad en el debate en que participen. 

El elemento fundamental que caracteriza una actitud ciudadana digna es la participación activa en los asuntos públicos. Es la responsabilidad cívica de tomar partido, no importa el bando.  La participación en los asuntos públicos y en los debates alrededor de problemas concretos, sobre todo de actualidad, es la fuente nutricia de la producción intelectual y de la construcción de la ciudadanía.  En países como Chile, Colombia, Puerto Rico, El Salvador, etc, donde muchos intelectuales han tenido una vinculación con el movimiento popular, y con la práctica política en general, el debate político ha tenido un significativo nivel, la producción de saberes en todos ámbitos ha sido muy importante. Los políticos han tenido referencias de pensamiento elaborado que han tenido que tomar en cuenta al momento de debatir sobre temas de interés colectivo con posibilidad de tener real incidencia en la dinámica del sistema.

Otra actitud negativa de muchos intelectuales dominicanos, es pretender que el debate de las ideas deba culminar con grandes acuerdos o consensos, como le gusta decir.  Por eso, para muchos, las opiniones deben expresarse dentro del marco de lo “políticamente correcto”, despojada de toda referencia ideológica que pueda ser asociada a intereses de grupos o clases sociales, sobre todo de los pobres.  A nadie se le puede exigir una adscripción a una idea u opción de vida, pero oponerse a que el debate de las ideas sirva para que grandes grupos de individuos se organicen para establecer la hegemonía de sus ideas o intereses, es una forma de negar la lógica que ha orientado los hechos más importantes de la historia.

Cierto es que en la República Dominicana, en la esfera de los intelectuales hay discusiones en torno a temas que de una u otra manera pueden contribuir a un adecuado  debate político, por ejemplo, Trujillo no deja de ser un temas de actualidad y de apasionados debates, lo mismo el de la migración haitiana hacia este país.  En la esfera de la política se discute sobre varios tópicos de la cotidianidad de las actividades de  los políticos.

Sin  embargo, a parte de que debemos exigir mayor rigor y menos ruidos o simples anécdotas en el curso de las discusiones, hay que consignar que quizás arrastramos un significativo déficit de claridad sobre temas claves para  el presente y futuro de la sociedad dominicana, entre ellos podríamos citar  el de  la corrupción de la clase política y parte del empresariado dominicano, el del municipio en el proceso de mundialización, el de la construcción de los espacios urbanos; el tema de las políticas sociales, la pobreza urbana, la participación y representación política, la descentralización y regionalización, la globalización y la virtualización; el tema de la sistematización de las experiencias adquiridas en materia de gestión pública y la seguridad social,  entre otros temas.

Sobre algunos de estos temas hay una determinada producción, en cantidad aún limitada y con cierta calidad,  pero como en otros países, es una producción que se hace en la esfera de la acción comunitaria, en ONGs y centros de investigación vinculados a la actividad local de base e incluso en algunas esfera del Estado. Es una labor que realiza un puñado de intelectuales que no renuncian a su compromiso social, pero que no encuentran en otros intelectuales sus interlocutores para el debate.  Es una de las razones de la recurrente expresión de que aquí nadie discute las ideas que generalmente se expresan en los medios escritos y televisivos.

Esta circunstancia contrasta con la experiencia vivida en nuestro país en las décadas de los 60 y 70, incluso hasta mediados de la década de los 80, cuando un núcleo importante de intelectuales dominicanos jugó un papel estelar en la producción de ideas y en la contribución al debate político.  De éstos, los de orientación de izquierda, por momentos, fueron puntos de referencia obligada para la interpretación de la realidad política, económica y social de la sociedad dominicana.  Yo diría que en algunas discusiones sobre algunos aspecto de nuestra la historia, sobre los sectores industrial y agrario y sobre algunos temas políticos, nacionales e internacionales, en ese momento, por primera y única vez en nuestro país historia, del pensamiento de izquierda tuvo una hegemonía en las Ciencias Sociales.

Esa circunstancia no puede verse desligada de un contexto internacional, de debate de muchas ideas en el cual el pensamiento marxista estaba a la vanguardia, y diría que en su mejor momento de producción y de profundidad de sus análisis. Eso tenía su influencia en los grupos y partidos de izquierda dominicanos. Muchos pensadores de esa cultura intelectual, como en otros países, habían logrado imponerse sobre la censura y la pobreza interpretativa de la realidad social de las direcciones de los grupos y partidos comunistas en los cuales militaban. Esa tendencia del pensamiento social  descollaba sobre otras también presentes en el debate.

Sin embargo, en nuestro país, desde finales de los 80 y con el éxodo de muchos profesionales e intelectuales que no pudieron resistir la crisis económica y política iniciada en 1990 que se prolongó hasta mediados de esa década, se ha ido produciendo una preocupante ausencia de muchos intelectuales en el debate político, y por ende se ha ido debilitando la producción en las ciencias sociales en términos de propuestas y de presencia en las discusiones políticas.

Varios factores podrían ser la causa de este retraimiento, ese silencio y miedo  de muchos de nuestros intelectuales. Entre otras podríamos citar el peso de la tradición autoritaria de nuestra clase política, el canibalismo político de esta, lo cual la inhabilita para valorar las opiniones independientes, la tenue separación de las instancias económicas y políticas en el sistema político dominicano.  Muchos empresarios tienen una perversa convivencia con la política y los políticos, y muchos de éstos últimos son a su vez empresarios.

El cuadro de inseguridad se agrava debido a la  debilidad de la carrera administrativa y de servicio civil y administrativa, por lo tanto la seguridad del empleo es precaria, por un Estado poco inclinado a valorar  los matices y tendencia a la profundidad y complejidad del pensamiento elaborado en la esfera de los intelectuales y profesionales serios, y la recurrente actitud de algunos funcionarios incluyendo en primer lugar al primer ejecutivo de la nación de denostar con primitivos calificativos a quienes se expresan en sentido crítico o contrario a opiniones o ejecutorias gubernamentales.

Sean esas o no las causas, el hecho es que tenemos un significativo déficit de deliberación, fruto del retraimiento de la mayoría de nuestros intelectuales y de una clase política de escasa formación profesional.  Ese déficit y ese espacio, sin proponérselo, pretende ser ocupado por un tipo de intelectual que en general tiene una cuestionable formación profesional: los presentadores de televisión y de la radio.  Son éstos, junto los medios de la prensa escrita,  quienes organizan y dirigen los debates de los políticos, son estos comunicadores quienes jerarquizan y plantean los temas para el debate político.

Estos presentadores, salvo raras excepciones, conducen los debates con un alto componente de entretenimiento, a veces es básicamente eso, entretenimiento. No somos el único país donde eso sucede, en muchos países de más en más éstos tienen un significativo papel en la producción y conducción del debate de los temas de discusión pública.  Pero aquí  el problema es sumamente grave, dado que nuestros políticos se ocupan cada vez más de sus actividades privadas, de más en más su oficio deja de ser estrictamente la política, razón por lo cual su función intelectual cada vez más viene a menos.

Un sistema político no puede renovarse y adecuarse positivamente a los nuevos tiempos en medio de la banalización del debate.  La permanencia de esa circunstancia a la postre afecta a todas las instancias que configuran la estructura social y a todos  agentes sociales presentes en esa estructura. Para la  renovación moral e intelectual de esta sociedad se requiere de un tipo de intelectual con profundo sentido de responsabilidad cívica y ética profesional o de oficio.  Pensar que la renovación de esta sociedad es sólo tarea de los políticos o de un líder político es no darnos cuenta de que en las sociedades donde esto último ha sucedido, el reino de la intolerancia y el oscurantismo se han entronizado por décadas.

La Historia  no se repite, repiten muchos, pero no es difícil constatar que cuando los pueblos perciben la inexistencia de ideas y proyectos sobre los cuales construir su esperanza de un mundo mejor y seguro, tienden a creer en cualquier demagogo que se presenta como el gran componedor de la vida pública.  Cuando eso sucede, generalmente al pasar balance de esa desgracia, entre las causas que la provocan se identifica una intelectualidad postrada o ausente del debate público.  No se puede afirmar que estamos de esa circunstancia, pero sí creo que hay razones para sentirnos preocupados y para crear un escenario que permita  el nivel del debate político de este país, con una mayor presencia de sus intelectuales.


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