LETRAS PENSAMIENTO SANTO DOMINGO ESPACIO CARIBE EDICIONES

La cultura popular pensada desde el carnaval

Aquiles Castro

En este trabajo interesa destacar la complejidad del concepto “cultura popular” a partir de una manifestación cultural reconocida como popular: el carnaval. Asimismo se plantea desmitificar la idea de que lo popular es lo que permanece “puro” y es transmitido como tal de generación en generación; y finalmente desde lo popular confirmar que la cultura trasciende las clases.

En resumen el propósito es abordar la experiencia de carnaval como escenario de recreación de lo popular y teatro por excelencia donde coexisten los modelos significativos de élite y los de “factura” popular.

En realidades culturales como la dominicana de fuerte contenido sincrético, los esfuerzos por definir, comprender o explicar la identidad comporta unos desafíos quizás mayores que una sociedad con menor nivel de sincretismo. Pues eso que llamamos identidad nacional o identidad cultural será siempre diversa en todo contexto socio-histórico dado, y esa diversidad tenderá obviamente a verse más compleja en una sociedad  con las características antes señaladas.

Entonces, auscultar en ese marco la “cultura popular” no estará exento de los riesgos apuntados, especialmente cuando somos presa de pre-juicios, valores y “miradas” que --aun cuando nos pretendemos inmunes-- nos traicionan al menor descuido.

Esa dificultad que subyace en todo esfuerzo de “lectura” sobre una cultura es lo que me propongo reflexionar brevemente a propósito del carnaval dominicano y el concepto de cultura popular.

Dicha reflexión se fundamenta en dos puntos específicos: 1, lo popular trasciende la herencia entendida como “cosa dada”, realidad cerrada o empaquetada (Zaglul, 1992:137); y 2, lo popular puede trascender a los sectores subalternos.

I

Un punto de partida sobre el concepto cultura popular

Asumiendo la cultura como un conjunto de significaciones adquiridas, persistentes o compartidas que los miembros de un grupo, por tal condición, deben propagar de manera prevalente sobre los estímulos provenientes de su medio ambiente, induciendo con respecto a estos estímulos actitudes, representaciones y comportamientos comunes valorizados, para poder asegurar su reproducción por medios no genéticos (Carnuel Carnilleri. Antropología y educación, Unesco, citado por Claudio Malo González, Sarance, 17, mayo 1993:13-14).

Concebir unas significaciones y unas prácticas como adscritas a un determinado perfil, implica que hay otras que no lo están. Si a falta de otro término designamos popular aquello cuya existencia y funcionamiento se dan al margen de la élite; podríamos hablar de una cultura de élite y de una cultura popular o de culturas de élite y culturas populares en una sociedad dada.

Existe una marcada diferencia entre ambas formas de cultura en cuanto sus contenidos, expresiones y sistemas de valores y formas de organización. Sin embargo esas diferencias coexisten en el marco de una relación obligada entre ellas como partes de la totalidad social.

Esas características de coexistencia no siempre valoradas en sus implicaciones últimas sugieren un proceso dialéctico entre contrarios que apuntar a la permeabilidad entre una y otra cultura.

II

¡Cómo ha cambiado el carnaval!

Parto del supuesto de que está fuera de toda duda que el carnaval constituye una manifestación de cultura popular aunque además se pueda afirmar (según contextos) que también es otras muchas cosas.

Lo cierto es que hoy tenemos carnaval dominicano, o como dice Dagoberto Tejeda, carnavales... y también ayer l tuvimos, a principios de siglo XX, a fines de siglo XIX y aún antes.

Sin embargo hay razones para afirmar que el carnaval dominicano de este siglo XXI dista de aquellos en aspectos de su estructura y recursos simbólicos. Luce tan cierto esto que no merecería mayor comentario, pero lo cierto es que frecuentemente se tiende a confundir “tradicionalismo” o “lo tradicional” con “lo popular” y en consecuencia si como parte del proceso lógico de la dinámica social se abandonan elementos característicos de una manifestación cultural popular o nuevos recursos incorporados a la misma, el lamento no se hace esperar: “se está alterando la cultura”, “se está perdiendo la cultura popular”...

Ha pasado incluso con especialistas que inconscientemente en ese momento ven la cultura como algo que debe permanecer petrificado porque tenga lógica en el alcance de un mal entendido concepto de “lo popular”.

El carnaval es un excelente laboratorio para hacer de referencia a esta reflexión.

La dictadura de Trujillo oficializó los desfiles de carnaval limitado a losa días 26 y 27 de febrero y 15 y 16 de agosto como parte del control sobre el mismo. Sin embargo en Santiago se continuó celebrando previo al miércoles de Ceniza.

Luciano Castillo se queja de que “el carnaval dominicano en sus diferentes variantes regionales ha pasado de ser algo espontáneo uy popular para convertirse en algo dirigido, controlado e inducido oficialmente, rompiendo con lo tradicionalmente aceptado...” (Hoy, 12 de febrero 2000, p.4D).

A fines de siglo XIX el carnaval era celebrado los días 27 de febrero y 16 de agosto “antes de las fechas señaladas, ninguna máscara podía salir a la calle...” (Francisco Veloz Molina, La Misericordia y sus contornos).

A principios de la década de 1970 la celebración de carnaval en Monte Cristi, Cotuí y Samaná era realizada en el mes de febrero. En Monte Cristi y Samaná durante todos los domingos y culminaba el 27 de febrero. En Cotuí iniciaba los miércoles de Cenizas, el 27 de febrero y el 16 de agosto (Lizardo, F. Tres aspectos de los ‘Diablos Cajuelos’.Santo Domingo, 1973:85-91).

Pero en ningún caso hay referencia a la existencia de comités de organización del carnaval, el cual sí está prese4nte hoy día en la mayoría de los pueblos con tradición carnavalesca.

Pero en general, todavía hoy como ayer se continúa diciendo (que no creyendo) que el que se disfraza “está 24 horas fuera de la gracia de Dios”.

Es muy conocida la rivalidad tradicional escenificada entre los lechones de los barrios Los Pepines y La Joya en Santiago de los Caballeros, llegando a generar situaciones engorrosas, sin embargo como afirmara en 1997 Don Tomás Morel hijo “Hoy esa situación está cambiando” (El Siglo, 21 febrero 1997, .5).

En Santiago como en La Vega, paralelo al carnaval popular se desarrollaba un carnaval “de salón”, el cual era organizado en clubes y bares. Al respecto es famoso el Casino Central de La Vega, tradición que perduró hasta los años cincuenta en La Vega y en Santiago hasta más tarde.

Así perviven personajes clásicos que se reproducen como partes de la simbología carnavalesca, pero nuevos personajes surgen y otros desaparecen.

El carnaval registra el proceso histórico de que hace parte y lo hace allí donde el ingenio popular se rebela indomable: el teatro callejero y la sátira.

Por esa razón es que permanecen despistados quienes como Teófilo Barreiro (U. Hora, marzo 1998, p.28) afirman que es “... de suma importancia que se rectifique tanto en el pueblo como entre las autoridades, la inexistencia de correlaciones entre carnaval y fiestas patrias. Es importante que el pueblo no perciba conexión entre ambos fenómenos”, ignorando esa perspectiva que desde tiempos inmemoriales el pueblo establece una asociación que la dictadura instrumentalizó.

Esa afirmación puede ser corroborada históricamente por ejemplo al examina la fotografía de un Día de Carnaval en Puerto Plata a inicios de siglo XX donde destaca la bandera nacional como parte de la parafernalia festiva (en López, J. R. La República Dominicana. 1906. Reimp. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, p. 114).

Entre las objeciones que se hace al carnaval actual es que “En la capital, tal vez por el auge del turismo, nuestro carnaval se ha ido convirtiendo en un espectáculo para la atracción de extranjeros” y “aunque las rices son las mismas, pero menos popular”, “los disfraces ahora son más vistosos y lujosos, llegando a costar la confección de uno, varios miles de pesos...” (Paulino, A. El Carnaval dominicano cien años después. El Siglo, 26 febrero 2000).

III

La presencia policlasista en el carnaval

“.. (el tiempo) .. ha quitado mucho de lo vulgar y grotesco de mascaradas y comparsas, reemplazándoles por nuevas manifestaciones del dios del chiste y de la burla, más cónsonos con el espíritu de la civilización” (...) “De ahí los reinados  en los centros sociales...”

Pero este refinamiento de la farsa no ha entrado al carnaval de tipo común y pintoresco: convive con él. El pueblo conserva muchas de las figuras características de su fiesta bulliciosa por excelencia: el robalagallina y el lechón... (Jimenez, R. E. Savia Dominicana. Editora del Diario, Santiago, p. 82-84. 1955?).

Por su parte el profesor Castillo en su ya referido artículo afirma: “usamos la apreciación forma espontánea como sinónimo de celebración del carnaval popular en Santiago, el carnaval de las masas populares, no el carnaval de la sociedad aristocrática santiaguera, de la alta sociedad” (Ibidem).

No obstante escenario de segmentación social en el marco del carnaval, también existe la convergencia, tal y como lo destaca José del Castillo cuando afirma que: “Hoy el carnaval conserva este antiguo rasgo de momentáneo igualitarismo social, al confundirse tras el disfraz el rico y el plebeyo, gobernantes y gobernados, en una suerte de catarsis colectiva” (en, Rumbo, del 8 al 14 febrero 1995, p.40).

Es oportuno referir aquí un estudio sobre el carnaval en Santiago de los Caballeros realizado por Nurcie L. González en 1970, el cual permite verificar la participación efectiva de “gente de clase alta, aunque también es cierto que ellos no deambulan por las calles, porque como le dijeron en el club social: allí no había nadie vestido de lechón, porque “es cosa de los barrios”, es decir una forma popular de disfrazarse. De esos barrios, de la clase baja proceden los artesanos de caretas, los cuales son patrocinados por la clase alta mediante concursos, premios y la adquisición de las creaciones para colecciones privadas o de museo (en Eme-Eme (9):95, nov.-dic., 1973).

La omnipresencia de un arcoiris social en todo el proceso del carnaval rebela claramente que la tendencia ha sido a acentuarse la participación en su realización de los sectores populares y los de la élite. Esto con independencia del escenario o el “nicho” que cada uno ocupe en ese gran “mercado”.

Lo innegable es que hoy más o ayer menos (?) el carnaval es un referente de la imaginería popular que desborda las fronteras sociales permeando toda la estructura social.