Según Pedro Henríquez Ureña, „Adolfo Salazar realiza su programa con sinceridad y exactitud concedidas a muy pocos. En él parece cumplirse el ideal del perfecto amante de la música: tener la percepción siempre virginal, y tener la memoria rica de toda la sabiduría. Ágil cabeza filosófica, nutrida y ejercitada dialécticamente en vastísima lectura, nunca deja de relacionar sus juicios de cosas individuales con su doctrina fundamental“.