Las ciudades son concentraciones de fantasmas. Primero están las gentes que encontramos a nuestro paso que no han podido sacudirse aún los sueños que las abruman. Son más que cuerpos, ropas que deambulan por las calles Impulsadas por soplos desconocidos. Mundo fantasmagórico el nuestro, de visiones que nos embisten, de ruidos que nos persiguen sin que tengamos refugio adecuado donde esconder la cabeza. Pero sobre todo nos toca deambular por entre edificios que son temblón fantasmas, otra especie de sueños congelados por la pericia de esos magos del espacio y de las formas llamados arquitectos. Grandes intérpretes del medio ambiente que tienen a su cargo el protegernos de las asechanzas del clima y de dar equivalencias justas a nuestro sentido del descanso. De alguna manera, el arquitecto siempre está influyendo sobre nuestra Intimidad y también sobre nuestra vida colectiva, ya que las ciudades, en gran medida, emergen como consecuencia de sus esfuerzos. Aunque las sueñe un loco, él es la mano que le da perfil al complejo urbanístico comercial y a las barriadas aristocráticas, tanto como a los condominios a donde van a parar los damnificados de nuestras tragedias naturales. Es cierto que muchas veces los planos reciben el correctivo de propietarios que han decidido imponer sus Ideas al respecto, pero el arquitecto siempre se las ingenia para sacar a flote lo esencial de sus creaciones, para no traicionar sus propios cánones de comodidad y de belleza. Lo que de grato o artificial tengan nuestras casas, o nuestros barrios, o nuestras ciudades, debemos atribuírselo a ese ejército de visionarios para quienes una edificación, ya sea pública o privada, es un grave problema a resolver en el que se suman factores heterogéneos, la mayoría de las veces contradictorios.
Aq. Emilio José Brea
En franca conversación con Emilio José Brea, del grupo Nuevarquitectura, le someto un cuestionarlo que él me contesta con el rigor que lo caracteriza.
—¿De cuáles conceptos parten ustedes para Incidir en la arquitectura del país?
—Partimos del hecho, conocido y desgarrante, de que por efecto de una preparación inadecuada desconocemos hasta nuestras propias esencias. En los establecimientos superiores de enseñanza de la arquitectura se difunde sistemáticamente todo lo concerniente a las herencias culturales de los países europeos y norteamericanos, pero nada se dice de la realidad arquitectural, social, política, Ideológica, económica, cultural, tecnológica y técnica, de los países de la reglón, de los países latinoamericanos, y ni siquiera del nuestro. Al no saber de dónde hemos surgido, difícilmente podemos saber por qué estamos donde estamos, y mucho menos para qué estamos aquí.
—¿A dónde quieren llegar?
—A que se reconozca, antes que todo, el papel esencialmente humanístico del arquitecto. A que el trabajo profesional se dignifique, sin reparos ni acuerdos. Que se acepte como lo que es: un acto legal, nada caprichoso, producto de un largo aprendizaje multidisciplinario tendente a buscar la mejoría de la calidad de vida, sin desmedro del producto ya edificado ni de la naturaleza, en coexistencia pacífica con ambas, y procurando un balance apropiado entre una y otra. Además, nuestra arquitectura no se conoce ni siquiera aquí, como producto cultural. Queremos divulgar sus propiedades para que se comprenda y acepte mejor, ya que nuestra arquitectura es una de las mejores, no obstante sus influencias y limitaciones tecnológicas.
—Sabemos que ustedes dejaron oír su voz con gran energía en el caso de la demolición del Hotel Jaragua. ¿Esta edificación fue realmente importante en su época, encarnaba una conquista artística o técnica al extremo de considerarla como una herencia cultural de nuestro pueblo, intocable por ello? De no ser así, ¿por qué luchar tanto por algo que es común en otros países, donde unas construcciones caen para que otras, mejores o más novedosas, se levanten?
—Los despojos urbanos van restando elementos de juicio a la memoria colectiva de los conglomerados y este fue un caprichoso despojo urbano donde se conjugaron diversos factores para posibilitarlo, desde las influencias políticas palaciegas hasta las argumentaciones seudo-técnicas, que demostraron una vez más que es más fácil destruir para edificar de nuevo que adaptar o readecuar, falta de capacidad y ceguera administrativa. Ello unido al valor de la edificación destruida, por sus concepciones espaciales, por su integración al medio (de mar) sin negarlo en ningún momento. Esto, que en 1942 representó un hito pudo haberse rescatado, dejando el amplio patio para cualquier intervención posterior. Con el original pudo haberse creado una ambientación de época. El escándalo nos permitió conocer a fondo el desconocimiento e insensibilidad de determinados sectores hacia los valores culturales de la arquitectura, el carácter de monumentalidad aun dentro del marco de lo moderno. A propósito de esta obra de González Sánchez, ahí está el caso del Hotel Hamaca que va a ser remodelado con una inversión de veinticinco millones de pesos. No conocemos el proyecto, pero de antemano se puede notar que hay intención de readecuar el inmueble, que no hay por qué destruirlo. Debo hacer constar que el Hotel Hamaca tenía más tiempo abandonado que el Hotel Jaragua con deterioros físicos más notables, y sin embargo entró en juego la capacidad y el Hamaca sobrevivirá.
—¿Cuál es su concepto de modernidad?
—Dentro del grupo Nuevarquitectura hay diversas opiniones. Yo particularmente creo en lo actual como un producto del consumo que no escapa a la obra y al proyecto arquitectónico. De esta manera la arquitectura hace suyo el lenguaje de la época. Creemos, eso sí, que lo moderno debe ser sinónimo de identidad cultural e integración al medio. Lo vidriado, por ejemplo, no nos representa. Somos habitantes de un país tropical de mucho sol, fuertes vientos, y estamos sobre el trayecto de los huracanes. Pero la nueva modalidad formal es la arquitectura de vidrio y la escala monumentalista. Creo, además, que se abusa de colores formas. El Victoriano, por ejemplo, va camino del desprestigio con tanto pastiche escénico turístico en el norte y en el este, y ahora en el suroeste.
Brea termina doliéndose de que la arquitectura paga mal, de que no haya podido establecer un mecanismo de respeto por lo que significa de esfuerzo y de investigación histórica profunda. Dice que el arquitecto, para subsistir, ha tenido que hacer malabares en la construcción, un campo vedado y explotado por los ingenieros tradicionalmente. Son muchas las cosas que él querría agregar, ya que siempre se encuentra henchido de palabras, como si lo moviera un deseo incontenible de lucha. A él y a su compañero Ornar Rancier mi gratitud por sus valiosos artículos y documentos que deberán tomarse muy en cuenta a la hora de hablar de la evolución de la arquitectura en nuestro país. ISLA ABIERTA se complace al poner en manos de sus lectores este número instructivo que de seguro les dirá mucho sobre el espíritu de sus viviendas y de la ciudad en que se encuentran enclavadas.
Isla Abierta, Año VI, núm. 295, 11 de abril de 1987.